Hasta el último hombre: La gran manipulación de la temporada

Sin duda que la última película de Mel Gibson me generaba expectativas y también algo de morbo desde el punto de vista de cómo abordaría el tema de la guerra y lo que implica su representación, esto teniendo en cuenta las polémicas que ha generado el australiano con sus películas anteriores y las críticas que ha recibido por el discutible exceso de violencia en sus trabajos. Acá la experiencia fue disímil e irregular con una primera parte llena de lugares comunes y un segundo tramo que, si bien todos han alabado y glorificado como la gran virtud de la película (sumado a la que podría ser la “redención” del director  frente a Hollywood), la lleva a ser una de las grandes manipulaciones de esta temporada en cuanto a premios se refiere, manipulación basada en el mero espectáculo.

La primera sensación que me da la película de Gibson es que existe una dicotomía en su trabajo, en la forma de abordar el relato que consta de un punto de vista que se asume de manera disociada, algo así como si fueran dos películas en una. Por una parte tenemos una introducción al personaje, la cual podríamos catalogar como un melodrama clásico, en cuanto a su forma, en donde se intenta con superficialidad armar un relato sobre las motivaciones del protagonista, Desmond Doss, quien se enlista en las filas del ejército para ir a la guerra, pero que paradojalmente se niega a usar o siquiera tomar un arma. En esta parte de la película es imposible no recordar otras películas de temática similar como Hombres de honor (George Tillman Jr., 2000) o el estilo clásico de Clint Eastwood en Cartas desde Iwo Jima (2006).

Esta primera parte de la película, que en perfecto equilibrio equivale a casi la mitad de su metraje, consiste en un relato obvio, visto una infinidad de veces: la idea central es recorrer la vida del héroe, desde su infancia hasta cuando se enlista en el ejército, momento en el cual sufrirá el acoso de sus compañeros. Acá el propósito fundamental es acercar al espectador a la interioridad y las motivaciones que llevan al personaje a ser un objetor de conciencia, aún cuando sienta la necesidad y responsabilidad de servir a su país. Sin embrago, desde mi perspectiva, esta primera mitad es la parte más débil de la película, pues esa supuesta interioridad deviene en un relato totalmente pobre, poco desarrollado y obvio. Entre idas y venidas el personaje prácticamente queda reducido a un fanático religioso creyente en la biblia, sin un atisbo de pensamiento crítico ante la realidad o su entorno. Desmond Doss va a la guerra sin cuestionarla y abraza la religión hasta el punto de construir un personaje que muchas veces parece un autómata incapaz de razonar o explicar de forma coherente qué es lo que lo impulsa. Dado este carácter anodino, lo que salva y le logra dar un contexto más contundente a la película es la interpretación de Hugo Weaving, quien encarna al padre de Desmond, hombre quebrado por la Primera Guerra Mundial y entregado al alcohol, personaje que carga con el peso dramático de gran parte del filme y que sin duda se contrapone al pobre trabajo protagónico de Andrew Garfield, generando una descompensación interpretativa de actores evidente. Garfield representa a un personaje plano, como si fuera un ente que respira y actúa sin un razonamiento evidente, mientras que Weaving logra con una sola mirada trasmitir el dolor de la guerra y lo que implica dejar partir a sus dos hijos.hasta el ultimohmbre

A este largo y tedioso vía crucis le sigue el alabado segmento que ha maravillado a la mayoría de los espectadores que, sin un ápice de reflexión ante lo que están viendo, se dejan seducir por el relato heroico de la guerra, momento en el que Doss se entrega a la épica gesta de rescatar a sus 75 compañeros junto a dos japoneses. Sin duda, en esta parte es donde aparece a cabalidad la mano de Mel Gibson, pulso que conocimos en sus trabajos anteriores, deleite de violencia y virtuosismo para crear o acercarse lo más posible a los horrores de la guerra: la miseria, la carne y la angustiante sensación de estar abandonado en un lugar del cual pocos podrán salir vivos. El manejo de la cámara es sin duda lo fundamental, la puesta en escena acá me recordó los videojuegos hiperrealistas de la actualidad, punto con el que muchos millennials entrarán en consonancia y quedarán maravillados con la sangre y las mutilaciones a destajo que el insaciable de Gibson reparte; opción válida que, dirán algunos, puede ser el reflejo de lo que realmente pasa en un campo de batalla. No obstante, la validez de este recurso estético se diluye al constatar el registro tremendista y exagerado con que se construyen las imágenes. Así, muchas escenas (como cuando los japoneses aparecen y asedian a Doss) traen de la memoria las hordas de zombies de World War Z (Marc Forster, 2013) o Estación zombie (Yeon Sang-ho, 2016), llegando al punto del ridículo, como si el hiperrealismo se pasara de rosca para acercarse peligrosamente al tono de una parodia muy cercana a Tropic Thunder (Ben Stiller, 2008).

En definitiva, el gran problema que surge respecto a la película se relaciona con su contenido y -en particular- con la representación de la guerra, aspecto que termina pareciendo más un despliegue técnico que cualquier otra cosa, apelando finalmente a un recurso barato para llenar salas, una película para la galería, para las masas, enfundada en lo que podríamos denominar el relato de un fanático religioso. La pregunta que entonces surge es: ¿a qué apunta finalmente Hasta el último hombre? Simplemente a proporcionar la posible redención del propio director frente a la industria, apuntando a lo comercial, pero legitimado por las nominaciones a los premios de la temporada. Así de simple. Con esto, Mel Gibson demuestra que está vivo como director y, más aún, que es rentable. Finalmente, lo que queda en cuestión es la figura del héroe, uno de los más pobres que haya entregado últimamente el cine, pues Gibson lo que hace es manipular más que en cualquier otra de sus producciones, usando esta figura para otros fines. A diferencia de otros directores, aquí no surge ningún cuestionamiento hacia el protagonista y sus circunstancias, todo lo contrario, la película acaba en un ejercicio proselitista que embauca a un espectador poco resuelto a mirar las reales intenciones de la película.

Raúl Rojas Montalbán

Nota comentarista: 6/10

Título original: Hacksaw Ridge. Director: Mel Gibson. Guión: Robert Schenkkan, Andrew Knight. Fotografía: Simon Duggan. Reparto: Andrew Garfield, Sam Worthington, Hugo Weaving, Vince Vaughn, Teresa Palmer, Luke Bracey, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Matt Nable, Nathaniel Buzolic, Ryan Corr, Goran D. Kleut. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 131 min.