Guasón (1): La carcajada de Sísifo

El punto es que Guasón pareciera transitar por el cine de Phillips. El cuerpo desnudo y castigado de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) recuerda al de GG Allin. Es la piel mutilada como último territorio de resistencia de una revolución personal llevada hasta el abismo. La presencia de Nueva York en la pesadumbre diaria del personaje es evidente, aunque sabemos que estamos en Ciudad Gótica.

Si hablamos de cine y no de negocios, tiene cierta coherencia que Todd Phillips sea el director de Guasón. No es que los agentes de industria se preocupen demasiado de analizar filmografías desde una óptica conceptual, pero algo se puede decir de la nueva apuesta de DC Films en relación a la heterogénea filmografía del director neoyorquino. Comenzando por su ópera prima: Hated: GG Allin and the Murder Junkies (1993), documental centrado en la figura del músico punk que en sus conciertos solía defecar, golpearse hasta sangrar, agredir físicamente a la audiencia e incluso abusar de las mujeres que se le cruzaban. Eran, por supuesto, shows clandestinos que Phillips registró en modo guerrilla, incursionando por un wild side aún más salvaje del que describió Lou Reed en los 70. El arte de Allin pertenece a las alcantarillas del gran centro del capitalismo mundial. Su música huele a basura, pobreza, cuerpos enfermos y sangre derramada por asesinos seriales (el afiche del filme fue dibujado desde la cárcel por John Wayne Gacy, célebre criminal que acostumbraba a vestirse de payaso). La miseria y muerte del cantante en un departamento del Lower East Side en 1993 nos llevan a las calles podridas de Nueva York que el cine de los 70 se encargó de convertir en gran escenario. La Manhattan de los edificios abandonados, los vagabundos, la prostitución, los dealers, las huelgas. Esa Nueva York de “los animales que salen de noche”, según la mirada moralista de Travis Bickle en Taxi Driver (1976), película homenajeada en Guasón junto a El rey de la comedia (1982).

Por esas cosa de la vida -en rigor, por conocer a Ivan Reitman-, Phillips terminó realizando comedias de vocación comercial que, si algo tienen del espíritu punk que manifestó en la ópera prima, es por la frontalidad de sus golpes de efecto, además de cierta dosis de nihilismo. En el caso de ¿Qué pasó ayer? (2009), su película más exitosa, convertida en trilogía tras su triunfo comercial, el elemento punk radica también en una narrativa anárquica que astutamente emplea el apagón de la borrachera como elipsis detonante.

El punto es que Guasón pareciera transitar por el cine de Phillips. El cuerpo desnudo y castigado de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) recuerda al de GG Allin. Es la piel mutilada como último territorio de resistencia de una revolución personal llevada hasta el abismo. La presencia de Nueva York en la pesadumbre diaria del personaje es evidente, aunque sabemos que estamos en Ciudad Gótica. Phillips pareciera evocar un momento específico en la historia de Manhattan: mediados de 1976, cuando la ciudad estaba cubierta de basura debido a una huelga (esto provocó una plaga de ratas) y “El hijo de Sam” aterraba a la población. Curiosamente, en esos días -y en esos territorios- nació el punk. Si despojáramos la película del universo de Batman, podría funcionar perfectamente como la crónica del “nacimiento” de un asesino serial en un contexto de decadencia política y social. La iluminación que Arthur tiene en un momento es la misma que podemos encontrar en las biografías de muchos criminales, desde Ted Bundy a Robledo Puch: el acto homicida los empodera. Gracias al asesinato, dejan de ser invisibles.

En relación a la otra característica del cine de Phillips -su gusto algo pueril por el golpe y la incorrección-, viene al caso destacar una experiencia personal. Vi Guasón dos veces. Primero, en una función para críticos en Chile donde no hubo risas, lo que potenció el cometido lúgubre y melancólico de la apuesta, y dos días más tarde en un multicine de Buenos Aires, donde el público rio a carcajadas durante toda la película e, incluso, aplaudió efusivamente en una de las escenas más sangrientas. No es que el cine vinculado a sagas de superhéroes no contenga dosis de violencia celebrada, pero la de Phillips es más cercana a la de Scorsese que a la de Deadpool (Tim Miller, 2016). Los disparos suenan fuerte, la sangre brota con realismo, la incomodidad está siempre presente. 

La reacción colectiva me hizo sospechar que la audiencia de cómics va predispuesta a experimentar la catarsis a como dé lugar y que probablemente Phillips propicia esa dinámica efectista. En una escena, por ejemplo, corona una escena de asesinato con una suerte de chiste de enanos cuyo efecto cómico tendría que verse anulado por el hecho de violencia. Esto debería ocurrir en parte porque desde el comienzo Phillips apuesta por la humanidad (a diferencia de la amoralidad que a veces luce Scorsese), impregna la película de una alta dosis de sentimentalismo, marcado por la música emotiva y especialmente por el dramatismo que transmite un Phoenix que parece un Sísifo contemporáneo, arrastrándose por el asfalto, sacrificándose día a día, subiendo por una larga escalera que lo conduce hacia su hogar.

 ¿Busca Phillips el efecto de los sentimientos encontrados para construir un estudio sobre las paradojas de la violencia contemporánea como lo hiciera Taxi Driver en su momento?

Esas carcajadas dislocadas de la audiencia sugieren una segunda reflexión que es donde probablemente radica la dosis de “peligrosidad” que los mismos realizadores parecieran divulgar en beneficio del marketing. Phillips tiene una postura política que, si se quiere, remite al mundo en que vivimos. La Ciudad Gótica de Guasón está liderada por millonarios que parecen inconscientes ante el sufrimiento de los desposeídos. El antagonista es Thomas Wayne, magnate que pretende postularse a alcalde para limpiar la ciudad. Él es símbolo de un capitalismo inhumano y responsable directo de la aflicción existencial de la madre de Arthur. En el orden que apoya, este joven con problemas mentales está obligado a sobrevivir a duras penas, lidiando con el abuso, la injusticia y el bullying social. Su desequilibrio es consecuencia directa de una medida política: el recorte de los planes sociales que lo deja sin psiquiatra y, lo que es peor, sin los siete medicamentos diarios que debe tomar para mantener su contención. Aunque Arthur se convertirá en un asesino implacable, es principalmente responsabilidad de un Phoenix extraordinario que podamos sentir empatía por el personaje. Y eso, de alguna manera, nos pone de su lado. El Joker ha dejado de ser el misterio bizarro y amenazante que construyó Heath Ledger. Bajo el ejercicio de un estudio de personajes, Phillips nos obliga a acompañarlo en su intimidad y nos somete a las dinámicas de manipulación emocional propias de la televisión sensacionalista. Cuando dispara en contra de los bullies, somete al espectador a una retorcida catarsis moral.

Nada de esto funcionaría si el mapa jerárquico no tuviese un correlato en nuestra realidad. Lo del recorte de planes sociales puede repercutir fuerte en Argentina y la figura de Trump como un magnate transformado en mandatario es a estas alturas un prototipo por odiar. La violencia hacia los “villanos” puede funcionar entonces como un acto de justicia. Phillips politiza la saga de Batman y da vuelta el eje para que el antagonista sea una víctima y el otrora héroe no sea más que un niño consentido que incluso demuestra su psicopatía al contemplar los cadáveres de sus padres sin manifestar la más mínima emoción. Si el Joker refleja el caudal emocional de quienes lo han perdido todo (con esa risa desbordada de lamento), Batman es el rostro indiferente de la elite encerrada en sus palacios.

Ahora bien, la paradoja del discurso político anarquista de Phillips radica en la propia naturaleza del filme. En el ensayo “What is The Neo Undeground and What Isn’t” (publicado en el libro Underground U.S.A.), el autor estadounidense Benjamin Halligan analiza cómo una película que cuestiona la institución de la familia y la vida estadounidense como es Belleza americana (Sam Mendes, 1999), producida por DreamWorks, queda despojada de toda corrosión por el contexto en el que se desenvuelve. Se torna inofensiva bajo la cultura del entretenimiento. Para demostrarlo, acude a Walter Benjamin y su concepción del arte cinematográfico en relación a la lucha de clases: “nos enfrentamos al hecho de que el aparato burgués de producción y publicación es capaz de asimilar, de hecho de propagar, una cantidad asombrosa de temas revolucionarios sin cuestionar seriamente su propia existencia continua o la de clase que lo posee”.

Guasón es, bajo esta mirada, un panfleto de temas revolucionarios que nunca cuestiona la maquinaria que los sostiene: la recaudación millonaria, el marketing, la persistencia de la saga, el orden establecido, la sonrisa eterna de los productores.

 

Título original: Joker. Dirección: Todd Phillips. Guion: Todd Phillips, Scott Silver. Fotografía: Lawrence Sher. Montaje: Jeff Groth. Música: Hildur Guðnadóttir. Reparto: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy, Brett Cullen, Bill Camp, Shea Whigham, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge, Jolie Chan, Bryan Callen, Brian Tyree Henry, Mary Kate Malat, Glenn Fleshler, Marc Maron, Josh Pais, Leigh Gill, Adrienne Lovette, Sharon Washington, Mandela Bellamy. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 122 min.