The Green Knight: El lodo y los gusanos

Caminando por la frontera en la que se puede perder la atención de un espectador que exija un desarrollo conflictual más nítido -un espectador que también suele ser muy vociferante en las redes sociales en este tipo de sentidos-, la apuesta funciona en la medida que logra cuajar una estructura no lineal para adentrarse en un mundo que precisamente quiere huir de esa linealidad. En este sentido, la pugna entre un mundo mágico en retroceso y el avance de la fe que demoniza todo lo que escapa a sus escrituras obtiene rendimiento en un guion que intenta escapar a las normas más habituales de la causa y el efecto, de la progresión constante.

Hay pocas historias dentro del gran libro de la civilización occidental que cuentan con la influencia y alcance como la del mito del Rey Arturo. La espada que fue sacada de la piedra, la dama del lago y los caballeros de la mesa redonda, hadas y hechiceros, ciudades legendarias, el retroceso de la magia, la imposición del orden cristiano, todos elementos que han tomado forma desde el poema medieval hacia un sinfín de formatos y soportes. Hollywood ha hecho carne y dólar de esta leyenda, con numerosas producciones a pequeña y gran escala, trasladándolo a disímiles escenarios, recurriendo a la fotogenia de sus estrellas y al renombre de sus directores, para demostrar que hay algo ahí que se sostiene ante el tronador avance del tiempo. The Green Knight es un nuevo eslabón de esta larga cadena, el que llega vía streaming luego de una larga pausa pandémica y con expectativas altas, entregadas por su protagonista, Dev Patel, en el rol del novel caballero Gawain; el éxito reciente de su director, David Lowery (A Ghost Story, 2017) y un atractivo visual que destacó desde que se conocieron las primeras imágenes.

Sir Gawain y el Caballero Verde es un poema que data del siglo XIV y consiste en uno de los relatos artúricos más populares y trabajados, entre otros factores, por la fluidez del personaje principal, quien, como señala Xan Brooks para The Guardian, no tiene un sitial fijado y rígido como otros actores al interior del mito. El joven Gawain, sobrino del Rey, añora construir su gloria a la imagen del resto de los caballeros de la mesa redonda. La oportunidad emerge en las festividades de navidad, cuando a la corte del Rey se presenta un ser mítico, del doble de estatura que un hombre común y corriente, y cuyo cuerpo está hecho de ramas, hojas y madera. Cual sentencia de talión, el Caballero Verde desafía a los presentes a intentar herirlo, con la promesa que en un año más él devolverá la misma herida a quien lo ha malogrado. Gawain acepta el trato y toma la espada del rey para enfrentarse al Caballero, pero este baja su gran hacha y le ofrece su cuello. Confundido, el joven corta la cabeza de su adversario. Este se levanta, toma su cabeza cercenada y se retira silente como llegó, sellando el destino de su contendor, quien deberá visitarlo en su guarida para la próxima Noche Buena. Incapaz de huir a su cita, Gawain se embarca en un viaje que lo llevará a lo profundo del territorio medieval, en donde los atisbos de civilización pierden toda fuerza, y los elementos dominan a la tierra y los hombres. En las etapas de su travesía el protagonista aprende de sí y de lo que lo rodea, seguido de cerca por lo que se presenta por su principal antagonista; la finitud, la que toma forma en lo podrido y descompuesto. De esta manera, Gawain espera obtener la sabiduría necesaria para cuando deba enfrentar a quien clama por su cabeza.

La entrada que Lowery ofrece a la leyenda es diagonal; Gawain es el único de los personajes centrales que mantiene su denominación mítica, y si bien podemos reconocer a Arturo, Merlín, Ginebra o la espada Excalibur, ninguno es nombrado. Tampoco lo es la madre del protagonista, a quien podemos acercar a la figura de Morgana -que aparece como el vínculo más nítido entre el mundo mágico y ancestral al que pertenece el Caballero y donde ella ayuda a empujar a Gawain- y la resistencia al avance trepidante de cristianismo. Este gesto es interesante a la vez que polémico, en tanto que suelta cargas anteriores en términos nostálgicos, se libera de seguir patrones marcados por las previas iteraciones de la historia y permite construir una visión singular de los acontecimientos. Pero, al mismo tiempo, juega con algo de riesgo con las expectativas que la audiencia imprime en el relato, particularmente porque se opta por una construcción críptica, en lo absoluto transparente, que utiliza ensoñaciones, reiteraciones y desvíos dramáticos que pueden sencillamente desorientar.

Caminando por la frontera en la que se puede perder la atención de un espectador que exija un desarrollo conflictual más nítido -un espectador que también suele ser muy vociferante en las redes sociales en este tipo de sentidos-, la apuesta funciona en la medida que logra cuajar una estructura no lineal para adentrarse en un mundo que precisamente quiere huir de esa linealidad. En este sentido, la pugna entre un mundo mágico en retroceso y el avance de la fe que demoniza todo lo que escapa a sus escrituras obtiene rendimiento en un guion que intenta escapar a las normas más habituales de la causa y el efecto, de la progresión constante. Si bien cierto grado de frustración de las y los espectadores es preocupante -en tanto que deliberadamente se presentan nudos que no son desenredados, se adelantan situaciones que no se explican-, esto no prevalece, en parte, gracias a la potencia visual del filme.

Hay en la construcción de la ciudad y la campiña, en cómo están filmados los cuerpos, las ropas, la tierra y el lodo, algo que recuerda al trabajo de Aleksei German en Hard to be a God, en donde, a pesar de estar en diálogo con rasgos sobrenaturales, todo es muy terráqueo y material. En lo que se separa la propuesta de German es en el retrato del colectivo de un pueblo medieval, gente que entra y sale constantemente del cuadro, atiborrándolo, hostigando sus márgenes, apretándolo todo. Por su parte, Lowery explota la individualidad de Gawain contra el paisaje, la inmensidad de los escenarios en contraste de su pequeñez, que es marca también de su lucha contra un destino que parece inexpugnable. También se separan ambos metrajes en el uso del color, en donde el primero explota las cualidades del blanco y negro, acá el color obtiene un protagonismo crucial, marcando el tono y ambiente de distintas escenas. Cargar la fotografía hacia el verde, el ocre, el amarillo o el azul ayuda a elaborar esa materialidad mencionada líneas más arriba, incluso en los transes más irreales del armado, como la escena en el estanque y el rojo intenso que acompaña al protagonista mientras se zambulle en busca del cráneo de su fantasmal anfitriona.

The Green Knight ha recibido poco cariño en algunos de los sitios más populares de reseñas cinematográficas en Internet. No es de extrañar tal consecuencia, en parte por lo señalado antes, y por su particular morfología. Se trata de una obra que habita un mundo que hemos visitado en múltiples ocasiones. Es natural que un público masivo ubique marcos de referencia y expectativa, los que no se cumplirán si utilizamos como vara otras representaciones fílmicas del mito artúrico. A esto se le suma lo que las grandes producciones han hecho en años recientes, donde el piso mínimo se dispone en estrategias narrativas claras y explicaciones que hacen precisamente lo contrario a la propuesta de Lowery. En un mundo que tiende a la homogeneización, es preferible transitar por el borde de aguas oscuras, trastabillar o incluso caer y hundirse en la opacidad narrativa, siempre que podamos encontrar algo ahí. La cualidad visual de esta pieza, y el mundo que emerge desde esa visualidad, funciona como el tesoro que encontramos ahí, en el fondo del lago. 

 

Título original: The Green Knight. Dirección: David Lowery. Guion: David Lowery. Fotografía: Andrew Droz Palermo. Edición: David Lowery. Música: Daniel Hart. Reparto: Dev Patel, Barry Keoghan, Alicia Vikander, Ralph Ineson, Kate Dickie, Erin Kellyman, Joel Edgerton, Sarita Choudhury, Sean Harris, Helena Browne, Emilie Hetland, Anthony Morris, Megan Tiernan, Noelle Brown. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 130 min.