Extraña forma de vida: Los pistoleros también aman—a otros hombres
Filmada en la misma locación que El bueno, el malo y el feo (1966), la película, en efecto, se hace cargo del icónico género estadounidense y su símil italiano. El escenario polvoriento, el disparo fácil, la abundancia de testosterona y la actividad criminal está; así como el encuentro entre el sheriff y el vaquero principal. Pero es ahí donde recae el vuelco. Aquí, la tensión entre ellos trasciende posturas sobre el bien, el mal, lo legal, lo indebido o el honor—trasciende, porque no es que esos elementos no influyan en su pugna, pero no la determinan. El deseo mutuo, sí.
La entrada de Silva (Pedro Pascal) en el pueblo de Bitter Creek, montando a caballo con actitud misteriosa y una fabulosa chaqueta verde Yves Saint Laurent, mientras un muchacho de belleza angelical (Manu Ríos, de la popular serie juvenil Elite) convenientemente interpreta Estranha forma da vida de Caetano Veloso, es de una desfachatez performática que de inmediato succiona hacia el universo almodovariano. Los códigos del español, ya internalizados, benefician el funcionamiento de un peculiar western que, en manos de otro, difícilmente funcionaría.
Género más conservador no existe, lo que se explica por ser una manifestación de sociedad ligada a la tradición más arcaica de Estados Unidos. El poder de las armas, el desprecio por los pueblos originarios, el nacionalismo, la figura robusta del hombre; todo esto se romantiza en ficciones que encienden la llama del clásico macho caucásico. Cuando, cual guinda del pastel, el inconsciente colectivo reconoce el rostro tan rudo como apuesto de Clint Eastwood como su emblema, estamos frente a un molde desafiante de roer.
Filmada en la misma locación que El bueno, el malo y el feo (1966), la película, en efecto, se hace cargo del icónico género estadounidense y su símil italiano. El escenario polvoriento, el disparo fácil, la abundancia de testosterona y la actividad criminal está; así como el encuentro entre el sheriff y el vaquero principal. Pero es ahí donde recae el vuelco. Aquí, la tensión entre ellos trasciende posturas sobre el bien, el mal, lo legal, lo indebido o el honor—trasciende, porque no es que esos elementos no influyan en su pugna, pero no la determinan. El deseo mutuo, sí.
En Extraña forma de vida, el motor de la trama es la contraposición entre dos amantes dispares: el contacto con las emociones de Silva y la represión testaruda de Jake (Ethan Hawke). La premisa suena familiar ya que, como se difundiera en la prensa, corresponde a una especie de respuesta de Almodóvar a Secreto en la montaña (2005), alegando que el filme cojeaba del elemento erótico. Cabe mencionar, no obstante, que Ang Lee no armó precisamente un western per se, sino un drama romántico protagonizado por cowboys. Independiente de las semejanzas o diferencias, sin duda Secreto en la montaña es un antecedente en virtud de un abanico de heterosexualidad casi absoluta, fila a la que podemos sumar la sutil expresión de la reciente El poder del perro (2021).
Viéndolo dentro de este marco, donde la exploración llana del anhelo carnal masculino en la edad madura es una herramienta de rebelión respecto al anticuado paradigma cinematográfico en la que está inserta, es curioso que el tratamiento se incline por lo verbal y no lo físico. La química entre Pascal y Hawke convence, y hay planos que no rehúyen la evidencia de su vínculo. Sin embargo, aquel que espera el usual picante del director recibirá un portazo en la cara. En realidad, la gran novedad radica en la transparencia sin pudor con la que un pistolero cincuentón como Silva argumenta a favor de su relación amorosa con el policía; abierto, explícito, sentimental: es el discurso que cae de su boca lo que la cinta propone como disruptivo.
Que esté condensada en formato cortometraje, por otro lado, ayuda y limita esta emocionalidad latente en partes iguales. En ese sentido, que la historia solo tenga treinta minutos para desarrollarse supone una justificación de su prisa y dramatismo exacerbado que se concede, más aún reparando en que su autor es, efectivamente, asiduo al melodrama desvergonzado. Bajo esa lógica, la obra se planta con garbo y el propósito férreo de cerrar el círculo, es decir, la inmediatez de los acontecimientos, la intensidad de estos y el asomo de conclusión se perciben deliberados a propósito de su duración. Pero esta es una lectura que debe hacerse adrede, de lo contrario la propuesta se desvía por un camino pedregoso en vez de arribar bien a destino.
Es que, siendo una historia sobre decisiones de vida bajo un huracán de pasiones, Extraña forma de vida demandaría más tiempo para que alcanzase a ser algo más que un esbozo o maqueta que abusa de la sensibilidad en desmedro de la coherencia para salir a flote. Adicionalmente, deja el sabor agridulce ante el insuficiente aprovechamiento de un dueto actoral con potencial, sobre todo de un Pascal que, perfilado como estrella de acción, se expone en generoso contacto con sus emociones.
En una osada y colorida filmografía donde ya existen títulos como La ley del deseo (1987), La mala educación (2004) y Dolor y gloria (2019), un cortometraje sobre el conflicto de una pareja de hombres maduros bien vestidos no es un aporte imprescindible. Pero nada existe sin su contexto, lo que, en este caso, le suma créditos por habitar un género enraizado en la más profunda estrechez de mente estadounidense. Costará creerlo, pero todavía, en la tercera década del siglo XXI, mostrar en pantalla grande a un tipo rudo siendo vulnerable en su sentir por otro, es un acto bastante atrevido. Punto para Almodóvar por eso.