En los 90: Marginalidades nostálgicas
Al menos en Hollywood, siempre que un actor decide iniciarse en los caminos de la dirección, particularmente dentro del circuito independiente, parece generarse una expectativa particular. Como si el salto de un lado al otro de la cámara, cruzar desde la rivera comercial a una más artística (por llamarla de algún modo), levantara inmediatamente dudas y especulaciones. En los años recientes se han repetido algunos casos que cumplen con esta fórmula, particularmente con películas que, siendo el debut en la dirección de actores o actrices, pertenecen al subgénero conocido como coming of age. Son temáticas de maduración infantil o adolescente, que transitan entre la comedia y el drama, donde las y los protagonistas se ven inmersos en conflictos vinculados con la falta de pertenencia, el maltrato familiar y la búsqueda del camino propio. Si bien cada ejercicio debe evaluarse en su propio mérito, la reiteración deviene llamativa, en tanto que cintas como Lady Bird (Greta Gerwig, 2017), En los 90 (Jonah Hill, 2018) o la próxima a estrenarse, Booksmart (Olivia Wilde, 2019), comparten estos elementos comunes.
A su vez, En los 90 se enmarca en una segunda tradición, un subgénero dentro del subgénero, vinculado a muchachos jóvenes andando en patineta. Elemento fuerte de la cultura pop norteamericana, vinculado a la rebeldía y la indolencia, a la marginalidad y la violencia, el skate ha servido como dispositivo narrativo para obras como Kids (Larry Clark, 1995), Lords of Dogtown (Catherine Hardwicke, 2006) o Paranoid Park (Gus Van Sant, 2007), entre otras. Con claras diferencias entre sí, tanto visuales como narrativas, se trata de películas que reflejan un presente de adolescentes con escasas proyecciones de futuro, donde el deambular improductivo en skate por eternas tardes de verano funciona como un instante extendido de libertad en medio de un mundo coactivo. En este marco se instala la opera prima de Hill, quien si bien en el último tiempo se acercó a papeles más adultos, hizo carrera actuando en comedias de adolescentes en problemas -Superbad (Greg Mottola, 2007) o 21 Jump Street (Phil Lord, Christopher Miller, 2012). Este antecedente podía hacer pensar que En los 90 podía compartir tono con esas entregas, no obstante, tal vez con demasiada intención, la película se acerca más al drama crudo e irreverente de niños metiéndose en problemas con las drogas, el alcohol y la ley.
Stevie (Sunny Suljic) tiene 13 años. En un punto indeterminado de la década de los noventa, vive solo con su madre siempre ausente y su hermano mayor, abusivo y golpeador. Sin amigos ni entretenciones en casa, decide buscar alianza con cuatro chicos que ve constantemente andando en patineta por las calles aledañas a su barrio. Sin conocimiento alguno de táctica o técnica para lucirse en el skate, Stevie comienza a seguir a la pandilla hasta que lentamente se va ganando su confianza, adentrándose en sus códigos, sacando sus trucos. Bajo el sol californiano, Stevie se ve introducido a un mundo de incipiente camaradería, que le ofrece un horizonte de alegría cuando todo parece gris. Ahora bien, los excesos no demoran en aparecer, así como las tensiones al interior del grupo, giros de la trama que no siempre alcanzan plena justificación.
Como decíamos, la obra persigue una mirada dura, sin poéticas, de la marginalidad en la que viven los skaters. Aquí se produce un desequilibrio entre los ambientes que habita el protagonista. Dentro de la pandilla, la rudeza cobra sentido en un mundo sin oportunidades, donde la respuesta está dada por alejarse de las normas y escapar de la policía. Y ese niño que idolatra a sus mayores capaces de hacer todo lo que él no puede, no demora en seguirles la senda, sea rompiendo cosas, tomando pastillas o terminándose cervezas de escasa reputación. Pero en la casa de Stevie, la violencia no adquiere la misma verosimilitud. Se intenta de plasmar una cotidianidad casi invivible, con puñetazos a diario, los que son respondidos con gritos y desmedidas estridencias. No es que este tipo de situaciones no sean posibles, solo que el modo en que estas escenas están dispuestas y actuadas las encamina demasiado rápido al exceso, dejando sus bordes sin pulir. Imágenes de suyo potentes, como Stevie intentando ahorcarse con el cordón del control del videojuego, llevan el tono de la obra un paso más allá que el resto del armado. Y cuando ambas series coinciden -la pandilla con la familia- los resultados parecen todavía menos convincentes.
Los noventa definen a la película en términos visuales. La fotografía y el arte están marcados por una estética que rememora el cierre del siglo XX, ya en el Super Nintendo con el que juegan Stevie y su hermano o las poleras y posters de Las Tortugas Ninjas, ya en el formato de la imagen, con una relación de aspecto casi cuadrada y de un bajo contraste, propio de la cinta magnética usada para el registro casero. No obstante, se hace difícil percibir cierto “ánimo de época” en la cinta, que, dado su título, pareciera ser una cuestión central. Es posible reconocer motivos y objetos, pero ellos no hablan de una situación social o política determinada, no logran levantarse como ejes articuladores para las acciones de los personajes en un contexto histórico. Y si consideramos que los nudos de la narración tienen que ver con adolescentes rebeldes y revoltosos, marginalidad y patinetas, da a ratos la sensación de que es una historia que podríamos ver hoy.
La nostalgia que ha movilizado la industria del espectáculo en años recientes, particularmente sobre las últimas dos décadas del siglo pasado, funda sus propuestas en la identificación del espectador con imaginarios perdidos. La lata de bebida o la zapatilla gastada no son solo eso, sino que movilizan también anhelos y recuerdos que cautivan a la audiencia. Su potencia reside en la capacidad de interpelar a generaciones distintas; tanto el adulto que reconoce elementos de su infancia, como el joven seducido a través de contenidos actuales manifestados en visualidades vintage. Pero el riesgo de quedarse en la apariencia de las cosas es grande, particularmente cuando esos contenidos no logran sustentarse del todo, dejando a los objetos vacíos, sin cuerpo que les den consistencia, como pesadas armaduras que bien podrían adornar un museo.
Si bien está lejos de ser una película fallida, En los 90 aparece como un interesante, pero no del todo bien resuelto ejercicio de adentrarse en las dinámicas violentas de adolescentes al borde de la ley. Esos muchachos que, pese a tener la vida por delante, todo parece mostrarles lo contrario, responden dando vueltas sobre un skate, saltando, cayendo, levantándose y volviendo a saltar. Ahí, cuando la fortaleza dramática podría estar en explorar fílmicamente esos intersticios, se responde con conflictos poco construidos y peleas injustificadas. Por otra parte, es la primera experiencia de Hill en el banquillo del director, y como anunciábamos al comienzo, a veces las exigencias con estas entregas dan una vuelta más de lo recomendado. Se percibe efectivamente a un realizador en ciernes, no sin mirada, pero que aún le falta mucho trabajo.
Nota comentarista: 6/10
Título original: Mid90s. Dirección: Jonah Hill. Guion: Jonah Hill. Fotografía: Christopher Blauvelt. Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Reparto: Sunny Suljic, Katherine Waterston, Lucas Hedges, Alexa Demie, Na-kel Smith, Olan Prenatt, Gio Galicia, Ryder McLaughlin, Stephane Nicoli, Kasey Elise, Craig Reed, Jerrod Carmichael, Cici Lau. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 84 min.