El viajante: Las fracturas del hogar

El viajante se inicia con un par de planos sobre una puesta en escena teatral, operando como una invitación por parte de Asghar Farhadi a observar desde dentro del telón sus nuevos mundos ficcionales. Estos universos se estructuran en torno a la relación de Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti), una joven pareja que durante el día intenta sobrellevar la cotidianidad dentro de la ciudad, mientras que por las noches trabajan como actores montando la célebre obra Death of a Salesman de Arthur Miller.

Ya en los primeros minutos del filme los protagonistas se ven en la necesidad de abandonar su hogar producto del derrumbe del edificio que habitan en Teherán. Este desplome es causado, paradójicamente, por los trabajos de construcción de futuras edificaciones aledañas. El deseo frenético de creación da paso a una destrucción física del presente, evidenciado en ventanales trizados y en las fisuras de murallas externas e interiores de las viviendas.

Estas fracturas visibles se enmarcan en la ciudad iraní presentada por el largometraje como un espacio donde convergen tensiones acústicas, sociales y morales. Por momentos incluso la cámara pierde la atención de los personajes, enfocándose en captar desde diversos ángulos el vertiginoso crecimiento de Teherán, recordando en breves planos contrapicados a la atmósfera creada en La notte (1961) de Michelangelo Antonioni.

La narración sufre un importante giro a los pocos días del cambio de hogar. Rana en un confuso contexto es atacada en su baño por un cliente de la anterior inquilina del departamento. Al igual que en sus filmes precedentes, Farhadi insiste en privar a los espectadores del hecho “principal”, negando el acceso a las imágenes que dan cuenta de los detalles de la agresión, la que prontamente deviene en pasado. Tal como si estuviésemos en la misma función teatro en que participan los protagonistas, hay una necesidad de esconder y desmontar ciertos elementos ante los asistentes para que la ficción siga funcionando.

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Durante gran parte de los pasajes del filme sus personajes arrastran un fuerte escepticismo, como si ellos cargasen con las vivencias experimentadas por los protagonistas de anteriores largometrajes de Farhadi. La idea de encontrar una solución a un problema que involucra sensibilidades individuales a través de la intervención de instituciones se asoma como una vía que implica solo una pérdida de tiempo y de paso una rememoración del dolor. Si en A Separation (2011) se configuraron las distancias entre una fractura familiar y la imposibilidad de que esta sea comprendida desde el mundo judicial, en El viajante recurrir a la policía resulta absurdo por el mero hecho de tener que explicar a un tercero prácticas y confusiones que son recurrentes en la privacidad.

Ante la desconfianza del aparato público como mecanismo de pacificación, emerge el deseo de venganza por parte Emad, el que engloba tanto el dolor ajeno como las fracturas invisibles que toman forma de distancia en su relación con Rana. La vendetta, aquella maquinación personal que se planifica y prolonga en el tiempo, en este caso busca la restitución del daño en el honor del victimario. Bajo un estricto sometimiento a códigos morales -patentes sobre todo en la consideración de la ajenidad del dinero y sus usos- la autotutela explota en el punto de inicio del relato: un nuevo hogar.

Los hogares finalmente son frágiles espacios donde rondan amores, inseguridades y la siempre latente muerte. Con El viajante pareciera dar la sensación que en Teherán todos los hogares están de alguna manera fracturados, quedando como única solución construir la ciudad completamente de nuevo. Asumiendo todas las fracturas humanas que ello implica.

 

Nota comentarista: 8/10

Título original: Forushande (The Salesman). Dirección: Asghar Farhadi. Guión: Asghar Farhadi. Fotografía: Hossein Jafarian. Reparto:  Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Mina Sadati. País: IránAño: 2016. Duración: 125 min.