El Renacido (4/4): De la barbarie y lo divino
La primera idea que se me viene a la mente acerca del cine de Alejandro González Iñárritu es la paradoja de que en su filmografía, mientras la perfección técnica y la plasticidad fotográfica aumentan de manera exponencial, la capacidad para transmitir emociones trascendentes disminuye en igual grado. Decir que proezas cinematográficas como Birdman o, en este caso, El renacido carecen de emociones intensas es una falacia feroz, puesto que las tienen y en abundancia, pero no me refiero a un tipo de emoción que se sustente en efectos de sonido, situaciones de shock o coreografías visuales, sino a un tipo de emoción más inmanente, propia del conflicto interno de cada uno de los personajes del relato. Y en esto recuerdo con nostalgia a 21 gramos, e inclusive a Babel.
Haciendo esta primera objeción, enfoquémonos con mayor amplitud de miras ante la película que nos convoca. Tratémosla como lo que es: Un enorme animal cinematográfico del cual no se puede estar indiferente.
The revenant, El renacido, es la sexta película de González Iñárritu, su película más ambiciosa, a pesar de Birdman; y junto con ésta y Biutiful, el tercer volumen de una serie de narraciones que lleva en torno a personajes solitarios (su paso de las historias corales a las unipersonales evoca gran curiosidad teórica).
Nominada a 12 premios Óscar, la película cuenta la historia de Hugh Glass, (Leonardo DiCaprio) un explorador norteamericano que junto a su hijo mestizo Hawk, guía a un grupo de cazadores por las inmediaciones de la frontera indígena de la actual Dakota del Norte en los comienzos del año 1800. Dentro de sus primeros minutos de duración, y tras ser atacados por una bandada de indios furiosos, el grupo emprende una desesperada huida en la que Glass, conocedor del territorio, logra trazar un plano para volver a su campamento. Lo que ocurre minutos después, desencadena el conflicto. En sus exploraciones solitarias por el territorio, Glass es ferozmente atacado por un enorme oso Grizzli y puesto en condiciones realmente mortuorias (el oso y la escena entera del ataque es una magistral proeza digital). Convirtiéndose para el grupo de cazadores en peso muerto, las inclemencias del clima y el cansancio físico, fuerza a los hombres a dejar a Glass atrás, acompañado de su hijo y un par de hombres encargados de esperar su recuperación o entierro. Dentro de estos hombres, lamentablemente, está Fitzgerald (Tom Hardy), un despiadado exmilitar que odia seguir órdenes y que encuentra una verdadera pérdida de tiempo esperar a que Glass fallezca. Hombre de instintos profundamente antisociales y con especial aversión por Glass, Fitzgerald decide dejar de esperar, asesinando al hijo de Glass e inventando una falsa emboscada de indios como pretexto para enterrar a Glass vivo.
Bajo esta aparentemente simple premisa, en la cual Glass, con el cuerpo totalmente destruido, adquiere la fuerza para luchar por su sobrevivencia y su venganza por más de dos horas de fatigoso y exasperante sufrimiento físico, se ciñe una historia de escaso contenido narrativo, poca motivación dramática pero muchísimo poderío visual.
En su rol de eterno sobreviviente, DiCaprio como siempre logra un personaje de extrema credibilidad y admiración. En su entrega, el actor logra transmitir a la pantalla prácticamente como ningún otro ser humano ha logrado el sufrimiento corporal, pero esta vez, paradójicamente quizás por primera vez en toda su carrera, la falta de diálogos significativos, el escaso desarrollo de su motivación de venganza y el exceso de monotonía en sus emociones (principalmente dolor físico) no le permiten lograr una profundidad dramática mayor.
Filmada en locaciones naturales de una abrumante belleza, la película tematiza sobre la animalidad y el salvajismo presente tanto en la naturaleza como en todos los hombres, independiente de su etnia y procedencia: los franceses abusan de las indias, los norteamericanos beben y generan individuos inmorales como Fitzgerald, los rees pelean con otras tribus y desnucan a sus muertos, los lobos se comen a los búfalos, los osos a los hombres, etc.
Dentro de este catálogo de ejemplos sobre la ley del más fuerte, el contacto con Dios como ente redentor también es tematizado, (marca de la casa) pero esta vez, las relaciones con el Dios cristiano parecieran mostrársenos como algo más bien destruido y obsoleto. Una de las alucinaciones de DiCaprio nos muestra una iglesia en ruinas y un discurso de Fitzgerald a un hombre que cree firmemente en que Dios, ha de ser superado o “engullido” por el ego del hombre.
En este sentido, la relación de Glass y de los indios con Dios se nos muestra como la más racional y a la vez la más panteísta. Siendo un hombre de creencias sincréticas, influido tanto por el cristianismo como por las creencias indias, Glass pareciera encontrar a Dios en la naturaleza, pero no en el clásico sentido piadoso sino más bien en un sentido instintivo y hasta cierto punto violento. Que en la escena final, luego de la gran secuencia coreográfica que constituye el duelo a muerte con Fitzgerald, deje la suerte de su enemigo en manos de Dios, pareciera significar que Glass como personaje, ha internalizado a Dios no sólo como la suprema bondad cristiana, sino también como una fuerza azarosa en la cual la barbarie también es parte constituyente. Esta visión del mundo, en la que la violencia deja de verse como un acto fuera de Dios siendo en cambio un acto intrínseco a él, pareciera ser la clave que reside en la aceptación última del personaje y también en el residuo de paz que emana de sus ojos en la toma final.
Resumiendo entonces, nos encontramos ante un dispositivo cinematográfico gigante, frente a un actor capaz de hacerlo todo y de transferir un sufrimiento físico inmenso, ante una cámara que dota de belleza todo lo que filma y que coreografía escenas de una tensión sin precedentes, pero a la vez, ante una película fría, que tematiza muy poco acerca de lo que aparenta estar interesada, y que se empeña en mantenerse confinada en la piel de su protagonista. Quizás la falta de desarrollo dramático entre Glass y su hijo o la idea de incorporar en el relato el dispositivo de lo onírico como carburador principal de la venganza (en la película la espiritualidad sólo está emulada, por cierto) sean elementos fallidos en términos de conflicto; quizás el exceso de florituras visuales juegue en contra de la propia intimidad del relato, pero en definitiva, lo que siento falta aquí es motivación dramática para tanta duración, para tanto sacrificio descarnado.
Para finalizar y a pesar de todos los peros aquí expuestos, me es necesario decir que se está ante una película tan bien hecha y tan hiperbólica, que es necesario verla para creer que existe.
Nota comentarista: 7/10
Título original: The Revenant. Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guión: Alejandro González Iñárritu, Mark L. Smith. Fotografía: Emmanuele Lubézki. Montaje: Stephen Mirrione. Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 156 min.