El Renacido (2/4): Civilización y Barbarie

Esta es una cuestión de equilibrios. Entre el poderío de las fuerzas de la naturaleza y los intentos del hombre por domar los elementos, entre la dificultosa comunión orgánica con el otro y la aparente condición imperativa de la venganza, entre la experiencia cinematográfica de una visualidad puesta al límite y la fluidez de un relato que a ratos le cuesta seguir el tranco. En un mundo de fronteras, como en el que se sitúa la historia de El renacido, parece hasta lógico que el balance sea precario y que la romana indique que el peso se cargue constantemente hacia un lado u otro. La pregunta se traduce entonces a la calidad de estas comparaciones y cómo ellas terminan por dar forma y contenido a una propuesta fílmica.

Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es un hombre de frontera, conocedor de tierras indómitas y experto en supervivencia. En el año 1820, sirve de guía para un grupo de cazadores de pieles que, insertos en la profundidad de territorio no colonizado, representan la vanguardia del progreso en sus intentos por cerrar el mapa bajo sus términos. La película inicia cuando la compañía es atacada por una tribu indígena y solo un puñado de hombres sobrevive. Siguiendo las indicaciones de Glass, los restantes avanzan a paso lento por inexpugnables bosques en el norte de Estados Unidos. La situación se vuelve insoportable, especialmente para John Fitzgerald (Tom Hardy) quien ya de entrada deja en evidencia su incompatibilidad con Glass, y cuando este es brutalmente atacado por un oso, será el primero en proponer y luego urdir el abandono a su muerte, en pos de llegar lo más rápido posible al fuerte más cercano. Magullado y apenas consciente, Glass logra percatarse de la crueldad de Fitzgerald y se propone sobrevivir para cazarle y cobrar venganza. Su lenta y dolorosa recuperación, las inclemencias del clima y el peligro siempre latente de la tribu que pisa sus talones, marcan el viaje de Glass, literalmente desde la tumba y de vuelta al mundo de los vivos.

Iñárritu abandona el tono irónico y mordaz de Birdman (2014), su última película, y regresa al ánimo más oscuro de su filmografía anterior. Pero si bien El renacido se sitúa en las antípodas narrativas de la entrega anterior de este director, hay una continuidad en el aspecto estético que resulta interesante. Mientras que en Birdman el uso del plano secuencia hacía alusión a la dimensión teatral y, por tanto, continua de la acción, en El renacido tal recurso fotográfico viene más bien a transmitir la gama de sensaciones que vive el personaje de Glass, a través de la construcción íntegra de su duración. El plano se extiende en la quietud de la cacería, en la crudeza de la masacre o en el dolor de un cuerpo destruido mientras se arrastra por praderas congeladas e interminables. En el ataque del oso, a causa de la ausencia de cortes y sin el efecto apaciguador de la elipsis, el espectador puede sentir el peso de su garra aplastando el cráneo de Glass, la desesperación, el sufrimiento.

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Este virtuosismo fotográfico, sumado a un trabajo sonoro y musical sobresaliente, hacen de la película una experiencia visual muy llamativa. La atmósfera que rodea a la historia se genera desde el inicio, con una secuencia onírica -repetida en el devenir del relato- la que de a poco va dibujando el pasado de Glass, a la vez que marca el tono que tendrá la pieza estética y narrativamente. La complejidad de los planos se filtra por la pantalla, evidenciando un trabajo de realización que padeció de forma similar al protagonista en la búsqueda por representar este viaje.

La extensión misma del film, que supera los 150 minutos, se percibe como una clave más para transmitir de la forma más genuina posible lo que implica la sobrevivencia en un universo que por todas partes intenta eliminarte. Sin duda su mayor logro está en la reconstrucción de tal premisa, donde muchas veces la acción se supedita a aquello antes que avanzar concretamente en lo que respecta al objetivo del personaje. Aquí es donde acontece el desequilibro que hace mella en la propuesta como un todo. Porque si bien los avatares de la supervivencia concentran la carga emotiva del metraje, las facetas de la trama que escapan a ello las hacen de comparsa más bien débil. Aunque podemos convenir que la venganza es el motor que obliga a Glass a ir hacia delante, por partes se siente que la historia en sí se vuelve casi una obligación, algo anexo y de poca relevancia, como un esqueleto enclenque que está ahí solamente para sostener la carne del asunto, que es, como se ha dicho, la dimensión puramente visual en la representación de una experiencia límite.
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Puede que las oscuras manos de la industria hayan actuado para mantener un aspecto narrativo concreto al interior del film, alejándolo de un cariz más críptico y menos tradicional, el que de seguro hubiese mermado las taquillas. O puede también que Iñárritu tampoco desee salir del mundo de la narración clásica, el que ya conquistó con Birdman y su éxito en los Oscars en 2015, sitial al que apunta nuevamente este año, demostrando una fertilidad cinematográfica envidiable, y un lugar de privilegio en la colina hollywoodense. A esto se le suma el ya morboso dato de la omisión que ha sufrido DiCaprio por parte de la Academia. Ahora pareciera ser que finalmente se rompe esa maldición, de la mano de un papel de esos que suelen llevarse la estatuilla, roles que demuestran un sacrificio tanto físico como emocional, que transmiten un padecer genuino; y Glass comiendo peces crudos, entumecido y con la garganta abierta a causa de un zarpazo, apunta en la dirección correcta. Porque toda la pirotecnia visual hubiese servido de poco sin actuaciones que estuvieran a la altura, y tanto DiCaprio como Hardy la alcanzan.

Civilización y barbarie. La pugna que permite adentrarse en todo proceso de dominación cultural, política o simbólica. ¿Quiénes son los civilizados? ¿Quiénes son los bárbaros? El cine, gran invento de la modernidad, ha de tomar parte con los conquistadores. El hecho de que El renacido se introdujera en la naturaleza salvaje para su realización, tanto delante como detrás de cámara, puede leerse como un anhelo de escapar de su reino de origen, y situarse por una vez que sea en el lado opuesto, el lado que si bien en la película se ve como el más amenazante, el siglo XX terminó por derrotar. Aunque el comentario indigenista pudo ser un motivo dentro del proyecto, este termina siendo algo tibio. Nuevamente sale a la vista la pregunta por la necesidad de contar una historia en este contexto, porque la venganza de un hombre contra otro hombre resulta menor ante la inconmensurabilidad del paisaje o la tragedia de los pueblos obliterados. Así, aunque el cine quiera ponerse de lado de los bárbaros, mientras perpetúe sus principios tradicionales se quedará irremediablemente del lado de la civilización.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: The Revenant. Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guión: Alejandro González Iñárritu, Mark L. Smith. Fotografía: Emmanuele Lubézki. Montaje: Stephen Mirrione. Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 156 min.