El nuevo Nuevo Testamento: Dios existe, está vivo y vive en Bruselas
Cuando nos enfrentamos a una película como El nuevo Nuevo Testamento, estrenada en 2015, pueden surgir preguntas e incluso algunos prejuicios. Aunque el filme se plantea como una comedia, contar una historia que revise de alguna forma la sensible relación que tenemos con dios y con el concepto de “prójimo” puede generar más de una suspicacia. No siempre las sátiras funcionan bien, sin embargo, en este caso, se cumple en una buena medida con lo que se promete desde la primera imagen.
Todo lo que entendemos como “lo divino” tiene tantas aristas como culturas y puntos de vista. La comprensión de lo que hemos aprendido desde nuestro origen juega en contra de cualquier visión holística del tema. Para algunos, la figura de dios -aquel dios proveniente del cristianismo- será omnisciente e imperecedera; para otros, una proyección de sí mismos. Para el director Jaco Van Dormael, a cargo de este filme, es un ser construido a imagen y semejanza de la humanidad.
Dios existe, está vivo y vive en Bruselas. Es un hombre violento y desagradable que disfruta haciendo miserable la vida de todos quienes lo rodean. Está casado con una mujer subyugada que no es tomada en cuenta por su marido y tiene dos hijos, J.C., el mismo Jesucristo a quien todos conocemos y Ea, una niña de 10 años que vive en carne propia el tipo de dios que es su padre.
Harta de los maltratos, Ea decide ejecutar una venganza de proporciones “bíblicas”: comparte, desde el computador de dios y vía mensajes de texto personalizados, todas las fechas de fallecimiento de todos los seres humanos (que cuenten con celular), para luego escapar del lugar donde ha estado encerrada toda su vida. Ea sale a la realidad dispuesta a encontrar a sus apóstoles al igual que su hermano y con intenciones de escribir un “nuevo” Nuevo Testamento.
El nuevo Nuevo Testamento parte de esa premisa para situarnos en una historia que a primera vista parece llena de códigos cómicos, pero que mirada con detención, nos da un recorrido visual de obsesiones y terrores humanos con respecto a la muerte, la inmortalidad, el sentido de la vida y la libertad. Ahí donde la industria audiovisual hollywoodense ha insistido en tratar la figura de Dios desde un aspecto religioso y místico, como un ser supremo lleno de bondad, Van Dormael nos da una vuelta de tuerca con un dios que no tiene ninguna de esas características acercándolo mucho más a la figura del dios castigador que no duda en declarar que “se odia a sí mismo”.
El filme subvierte de esta forma la relación que hemos establecido históricamente con la figura divina. Desde el odio que se vive en estos días es mucho más plausible la existencia de este personaje que, pese a las posibilidades que plantea, no se desarrolla del todo en la película, dejando algunos cabos sueltos en su relato. Pese a esto, Van Dormael se las ingenia para generar historias interesantes y dinámicas donde los momentos de dramatismo son tratados con sutileza, permitiendo no perder el ritmo de lo que estamos viendo.
La pequeña Ea busca seis discípulos para sumarlos a los doce originales de su hermano J.C. La razón es bastante simple: su madre es una fanática del número dieciocho debido a su relación con los equipos de béisbol, deporte del que ella es una ferviente seguidora. Ambos hermanos sienten que sería bueno homenajear a su madre completando dicho número y, por lo mismo, la búsqueda de Ea se centrará en encontrar a seis personas a las que ella elegirá, no tanto para “guiarlos”, como es el supuesto de un ser divino, sino que para construir un nuevo estado de conocimiento con ellos. Ea se nutre de la experiencia de cada uno de sus elegidos, de sus disconformidades y sus dolores para determinar nuevas formas de relacionarse con la humanidad. Todo esto mientras el reloj marca a cada minuto el tiempo de vida restante de cada uno.
Pese a esto último, las relaciones que se dan no están mediadas por esta supuesta falta de tiempo. Lo que parece ser una contrariedad para dios, en estricto rigor no representa una dificultad para los personajes, pese a que se suscitan transformaciones íntimas en ellos. La verdad les hace libres para que sean quienes quieran ser, pero es una libertad respecto de sí mismos. No hay rebeldía frente a dios porque éste en sus vidas no existe, independiente de lo que piense este pequeño dios egoísta y despreciable, que sigue sintiendo que el mundo gira alrededor de él. Tal aspecto de la historia es lo que sin duda está mejor logrado dentro del filme, porque permite entrar en una gama de personalidades que pueden representar buena parte de las características de la humanidad que actualmente conocemos.
Lo que Ea y sus discípulos lograrán al final es poner en relevancia el valor de las relaciones que se dan entre personas. Sus discípulos, seres grises que parecen vivir cada uno en su metro cuadrado, redescubren el significado de sus vidas entrando en comunión con otros. El mensaje involuntario de Ea, y su nueva conceptualización de lo divino va más allá de la formalidad del “ámense los unos a los otros” de su hermano, desarrollando estos conceptos en áreas como el respeto, la comunicación y la empatía. Probablemente es su inocencia la que permite que esto florezca, mientras su padre la busca por el mundo y su madre retoma su antiguo sitial.
El nuevo Nuevo Testamento es una comedia donde todo su absurdo se ve diluido en situaciones profundas y conmovedoras, donde resulta fácil empatizar con los cuestionamientos de los personajes y sus relaciones con la realidad. Con todo, queda la sensación de que el director sacrificó mucho de lo que podía entregar a nivel visual para centrarse en diálogos que construyen por sí mismos la historia. Más allá de las referencias a la religión, lo que tenemos es un filme que explora, aunque someramente, los elementos que conllevan a la decadencia de la humanidad, para situarlos frente a nosotros. Qué haremos con ellos, ya es decisión de cada espectador.
Alejandra Pinto
Nota comentarista: 7/10
Título original: Le Tout Nouveau Testament. Dirección: Jaco Van Dormael. Guión: Jaco Van Dormael, Thomas Gunzig. Fotografía: Christophe Beaucarne. Montaje: Hervé de Luze. Reparto: Benoît Poelvoorde, Yolande Moreau, Pili Groyne, Catherine Deneuve, François Damiens. País: Bélgica, Luxemburgo, Francia. Año: 2015. Duración: 113 min.