El niño y la bestia (1): Tras los pasos de un padre
Descubrir a Mamoru Hosoda hace ya un tiempo me significó de algún modo renovar y llenar el vacío que dejó el retiro de Hayao Miyazaki y el cierre de su famoso estudio. Y ese descubrimiento de la filmografía de Hosoda es también un viaje de transformación y hallazgo que va de la mano de una conexión emocional con su trabajo, esto porque en sus películas siempre hay algo más allá de lo evidente, relacionado con el rito de pasaje y maduración de sus personajes principales. En lo que toca a El niño y la bestia, subyace el conflicto y la búsqueda de la figura paterna, tema sobre el cual me parece necesario profundizar.
El niño y la bestia cuenta la historia de Kyuta, un pequeño niño que al morir su madre se verá enfrentado a la soledad, acentuada por la ausencia de un padre, desamparo que lo llevará a huir de lo que era su hogar y su futuro tutor. A partir de esta huida se dará inicio a una gran aventura que llevará a Kyuta hacia un mundo mágico donde una bestia oficiará de un maestro poco convencional, pero a la vez entrañable.
A simple vista, el último trabajo de Hosoda parece la perfecta aventura de un niño y su maestro, que a punta de peleas y discusiones forjará una relación dispuesta a todo. Sin embargo, el nexo establecido por Kyuta y Kumatetsu no será el lazo tradicional entre maestro y aprendiz, sino que será un vínculo complementario de total simetría para ambas partes, cuyo punto en común estará dado por la falta de un padre que guie los pasos, pasos que el pequeño niño copiará de su maestro para poder aprender sus movimientos, aun cuando el mentor sea incapaz de explicar una simple instrucción. Y como en cualquier camino compartido, ninguno de los implicados parecerá darse cuenta del rol y la importancia que cada uno cumple para el otro en esta ruta de autoaprendizaje.
A nivel emocional, podemos establecer un paralelo con una de las películas olvidadas de Clint Eastwood, Un mundo perfecto (1993), historia de un ladrón y un niño que construyen una dinámica muy parecida a la de El niño y la bestia. En ambas películas esa relación que establecen los personajes parece estar oculta, dejando al espectador un espacio para descubrir pulsiones que no son latentes, pero que emocionan a un nivel difícil de definir.
La bestia, Kumatetsu, representa a ese padre imperfecto, torpe, incapaz de comunicarse con su aprendiz; no tiene hijos o algún alumno y genera el rechazo de la mayoría de las personas del pueblo. En esta composición del personaje, Hosoda pareciera decirnos que nadie nace siendo un buen padre, eso se consigue en el camino, en ese viaje iniciático que emprenden tanto maestro como aprendiz. Y la analogía de una bestia o un monstruo calza perfecta para fijar la distancia entre un padre y un niño que no logran comunicarse sin discutir. La única certeza que podemos certificar es que ese padre estará dispuesto a dar la vida por nosotros a cualquier precio, gesto que un niño pequeño solo termina de comprender cuando ya es demasiado tarde.
Kyuta es la contraparte de la historia y representa a ese niño que alguna vez fuimos, por lo cual conectamos con él desde un primer momento. Perdido e indefenso, a través de su propio viaje hacia la madurez no solo logrará hacerse fuerte, sino que siempre estará buscando su propia identidad, una temática constante en los personajes de Hosoda. Lo particularmente interesante en la construcción de este pequeño niño es la forma en que irá madurando, enfrentándose a situaciones y elecciones que marcarán su destino, siempre con el subyacente vacío de la falta de un padre. Vacío que inevitablemente buscará reparar en la figura de Kumatetsu, a la vez que cumple la doble función de completar las mismas falencias de su maestro.
En síntesis, las animaciones de Mamoru Hosoda se proyectan como el punto de partida para explorar temas que trascienden la anécdota de una buena historia. Su cine es una búsqueda, un ensayo y error constante con sus personajes, un reflejo de la vida que, independiente del contexto al que apele, acaba por identificar a cualquier espectador atento y dispuesto a entrar en complicidad con sensaciones que no necesariamente son evidentes. Esa doble lectura que podemos hacer en todos sus filmes, sumado a una factura técnica de un nivel impresionante, es la que marca una diferencia con otras animaciones que juegan en un nivel básico, enfocadas a un público cada vez más empobrecido.
Raúl Rojas Montalbán
Nota comentarista: 8/10
Título original: Bakemono no Ko. Dirección: Mamoru Hosoda. Guión: Mamoru Hosoda. Montaje: Shigeru Nishiyama. Música: Takagi Masakatsu. Reparto: Kōji Yakusho, Shōta Sometani, Suzu Hirose, Yo Oizumi, Lily Franky. País: Japón. Año: 2015. Duración: 119 min.