El Hombre Nuevo: Reencuentro y reivindicación
Stephania -que alguna vez fue Roberto- es una mujer transgénero que vuelve a su Nicaragua natal, para reencontrarse con la familia que siendo un niño, dejó atrás para irse con una pareja de uruguayos revolucionarios, cuando Nicaragua experimentaba los primeros cambios que traía la revolución sandinista que derrocó la dictadura de los Somoza. Este reencuentro y la búsqueda que emprende Stephania para retomar los lazos familiares ahora como la mujer que siempre fue, es precisamente el relato que expone este trabajo.
El documental se inicia en las calles de Montevideo, donde esta mujer deambula buscando una pensión para instalarse. Durante varias secuencias de planos largos y fijos, en que el silencio será un elemento bastante evocador de esa soledad que envuelve a Stephania y sus circunstancias, la veremos en su pequeño entorno, trabajando como cuidadora de autos y subsistiendo casi al borde de la miseria, con una dignidad que conmueve. En su intento por lograr un cambio de sexo, Stephania explica lo que significa para ella ser reconocida como una mujer, expuesta ante una Comisión de la que no se muestran rostros, como queriendo graficar la frialdad de un sistema impersonal.
Stephania reflexiona sobre su vida, evoca lugares, hechos, personas, comparte con el espectador videos de ella cuando era joven, hablando con soltura sobre la crisis familiar que desató su revelación y cómo se las arregló desde entonces con su familia de elección en un nuevo país. Ahora ella quiere recomponer, ver a sus padres y a sus hermanos. Una vez en Nicaragua, Stephania recorre las calles de su niñez, busca a los vecinos de ese tiempo y a los antiguos amigos. Y lejos de producir resquemor y distancia, es calurosamente recibida por las personas que recuerdan a ese niño y a quienes poco parece importar esta nueva versión de él. El encuentro con uno de sus hermanos es particularmente emotivo; para él lo realmente importante es que su hermano ha vuelto, después de años de ausencia que incluso les hizo pensar que había muerto.
Finalmente, en la culminación de este camino de pacificación, Stephania verá a sus padres, ancianos, pero sanos y lúcidos. Algunas culpas afloran entre las memorias de ese tiempo en que Roberto se fue de la casa, mal que mal, era aun un niño, un niño que fue violentamente rechazado cuando quiso dejar de serlo y asumir explícitamente su naturaleza femenina.
No es muy claro si Stephania pretende o no volver al Uruguay, pero su estadía en Nicaragua es la de una hija como cualquier otra, que vuelve al hogar después de un tiempo y se inserta con facilidad en la rutina doméstica, como si no hubieran pasado los años que pasaron. Conversaciones sin dramatismos que sirven para ponerse al día. Stephania no hace recriminaciones, ni viene a cobrar cuentas.
El acento de este documento no está puesto en las penurias que Stephania -siendo todavía Roberto- debió pasar cuando quiso decirle al mundo que estaba lejos de ser el niño que querían que fuera, ni siquiera en las que vive hoy. Parece no estar tan centrado en la discriminación, el rechazo y la negación de los afectos como en lo que viene después de eso, cuando ya el tiempo ha hecho lo suyo y ha puesto las prioridades donde corresponde. El Hombre Nuevo, el que surge no de la revolución política, social y combativa de la Latinoamérica de los ’80, sino de la revolución íntima, inevitable y finalmente liberadora que debió atravesar Stephania, es el concepto apropiado para jugar con esas ideas, asociando a un tiempo esa convulsión del momento histórico con la vivencia personal.
La atmósfera creada a partir de los silencios, de las tomas extensas de detalles que terminan siendo decidores e informativos, de la ausencia de cualquier otro personaje que no sean luego los familiares y amigos que se entrevistan, y de la música breve y precisa en su uso, se articula de tal forma que todas las preguntas que inicialmente puede uno hacerse respecto a cómo ha vivido -y sobrevivido- Stephania pasan, sin llegar necesariamente a la empatía, a una cierta sensación de asombro y admiración. Ella no tiene conflictos consigo misma ni parece tenerlos con el mundo, es una mujer resuelta que no reniega de su pasado y que en cierta forma se ha vuelto sabia, que vive en condiciones difíciles, a veces incluso armándose una comida con lo que encuentra en los basureros, y que está sola en Uruguay. A pesar de tener todo este material para ello, el documental no cae en lugares comunes ni ofrece posturas ni discursos; se limita a mostrarnos la vida de esta persona ya madura y la forma en que ella decide hacerse reconocer en su integridad por quienes alguna vez lo rechazaron. Desde ahí es posible extrapolar y proyectar las miles de vidas que enfrentan procesos similares.
Sorprendentemente, El Hombre Nuevo se vive también como un proceso interno para el espectador que no está familiarizado con la marginalidad en que habitualmente se mueve el mundo tránsgenero en sociedades como las nuestras. En los últimos tiempos, el cine de temática LGBT se ha ido validando también como una buena ventana a ese mundo, casi como una herramienta para la integración. Conocer a Stephania, testimoniar sus dificultades y presenciar esa suerte de reconciliación con los suyos, hacen de este un documento valioso y aleccionador en el sentido que, conocer lo diferente y darle espacio para desplegarse, permite derribar o al menos reducir los prejuicios más arraigados.
Elena Valderas
Nota comentarista: 8/10
El hombre nuevo. Dirección: Aldo Garay. Guión: Aldo Garay. Fotografía: Diego Varela. Música: Daniel Yafalián. Reparto: Stephania Mirza Curbelo. País: Uruguay. Años: 2015. Duración: 79 min.