El hombre del futuro (2): Lo importante es el viaje
“Uno no viaja para decorarse, llenarse de exotismo o anécdotas, como un árbol de navidad, sino para que la ruta lo desplume, lo enjuague, lo centrifugue, lo convierta en una de esas toallas gastadas, ajadas por los lavados, que le entregan con un pedazo de jabón en los burdeles”. -Nicolás Bouvier
El director Felipe Ríos Fuentes debuta con El hombre del futuro, un largometraje sugerente, melancólico y misterioso, película que se instala en el panorama cinematográfico local con una emotiva historia sobre los lazos rotos que se vuelven a unir a través del perdón. Michelsen (José Soza), hace de un camionero con vasta experiencia en la carretera que es jubilado a la fuerza, un hombre mayor de pocas palabras y muy solitario que posee un rostro de ojos tristes con el que expresa toda la desazón de su completa ruina emocional, sentimental y familiar. Durante esa etapa terminal vuelve al origen, intenta reconciliarse con su sangre, y hace un último viaje al extremo sur de Chile, en donde visita a su hija Elena (Antonia Giesen), de la cual se encuentra distanciado hace tiempo por razones desconocidas para el espectador.
Dentro de la conceptualización de la psicología analítica de Gustav Jung (una referencia para Persona (1966), la obra maestra de Ingmar Bergman), la persona (en latín, «máscara» del actor) representaría el arquetipo de la máscara. Se podría decir que la persona es el intermedio entre el ser y la sociedad, es lo superficial que se deja ver pero que no representa su esencia. Complejo es, entonces, descubrir los acertijos que se esconden detrás de la naturaleza humana. Raúl Ruiz expresaba que lo verdaderamente político es lo que se oculta y que la naturaleza gusta de ocultarse. Hay un elemento visual a destacar que es pertinente acentuar en el film, los planos de la película cuando encuadran los rostros expresan una geografía capaz de exponer los sentimientos de sus personajes en relieve, no solamente los de Michelsen sino también los de su hija Elena. Ella es una mujer que replica en parte los sentimientos de su progenitor al encontrarse extraviada en la vida, al vivir una triple confusión: amorosa, identitaria y gregaria, con su propia familia.
Poco a poco van apareciendo los diferentes climas que tiene el universo narrativo, la vida de Elena transita entre el liceo, sus andanzas con sus compañeros, el boxeo y una joven (Giannina Fruttero) con la que se relaciona sentimentalmente sin mayor compromiso. La madre (Amparo Noguera) de Elena brilla por su aislamiento, al relacionarse con su hija ni intenta escucharla ni tampoco le preocupa en demasía. Es notorio el distanciamiento emocional a un nivel profundo que siente la protagonista al no poder integrarse en su círculo, al no encontrar maneras que proporcionen su fuga. Elena vive contenida, con un rictus permanente que es pura angustia y rencor, un dolor tal como la dureza gestual que expresa su rostro, una rabia permanente, que recuerda al lenguaje de su padre, quien vive su martirio y procesión por dentro, algo así como una suerte de Travis (Harry Dean Stanton) en Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), esa maravillosa película que trata sobre esas habitaciones inefables del alma humana.
Por su parte, el cariz de Milchelsen, dada su longevidad en la carretera, le otorga una calidad de maestro espiritual para el resto de su gremio. Cuando el camionero apodado Cuatro Dedos (Roberto Farías) entra en escena sucede un fenómeno que ya hemos visto en los papeles del gran actor que es Farías. Sorprende por su capacidad de improvisación, su concepción centrípeta de la identidad chilena jugando con ciertos rasgos del habla y el gesto propios del pueblo trabajador, pero aquí más específico: el gremio de los camioneros. Un guetto distinguible, hermético en una forma y con sus propios códigos de conducta. Todo un sistema de valores en sí mismo y un microclima que lleva al paroxismo dado su completo entendimiento del oficio.
Raúl Ruiz decía que mezclar actores profesionales con actores naturales era una buena cosa, siempre y cuando los profesionales apoyaran a los naturales, así los naturales conseguían resaltar por sobre los profesionales. Luego, mi apreciación personal es que los profesionales mantienen la tensión dramática del argumento, mientras los naturales aportan la frescura propia de quien no sabe que lo que hace lo hace bien, e igualmente lo hace, logrando una simbiosis entre profesionales y naturales de elevada categoría. Cuatro Dedos aparece para ayudar a Elena a realizar su viaje de búsqueda personal justificado en una pelea de box que se realiza en el extremo sur y para la cual viaja sola en un intenso desprendimiento. Es en esta fragmentación de identidad o deconstrucción en donde la película se plantea como un largo viaje de descubrimiento, Elena comienza a confrontarse con sus rencores y temores, mientras el personaje de Farías aporta espontaneidad, hilaridad y soporte dramático.
Finalmente, la influencia de Cuatro Dedos al indagar en la vida de Elena produce en ella una autocrítica y una empatía con la historia triste de su padre. Michelsen logra ubicarse desde el lugar de quien comete un error y no sabe cómo enmendarlo, a pesar de estar profundamente arrepentido. Entre todos ellos transita la película, mientras a través de las ventanas del camión apreciamos los hermosos paisajes australes de Chile que reflejan otra historia, una que comienza en el aislamiento y concluye en la confusión de no pertenecer a donde dice el oficialismo que pertenecemos. Eso podría aplicarse a cualquier circunstancia de la vida y, por ello, películas como esta son necesarias porque reflejan el universo de una infinidad de personas en el mundo, logrando conmover en un desenlace no desprovisto de golpes dolorosos que permiten avanzar.
Las relaciones humanas son una de las cuestiones más complejas del mundo y este film se encarga de esa titánica tarea. El pensador catalán Joan Ferrés Prats dijo: “Son pocos los que se movilizan por inquietudes de carácter intelectual, artístico o cultural. Los medios de masas audiovisuales (las pantallas, en general) serían una demostración de que los intereses de la mayor parte de la población no van mucho más allá del entretenimiento, de la distracción, de la evasión. Parece confirmarse, pues, decididamente, que “la mayor parte de la gente se mueve por las emociones. Son pocos los que se mueven por las ideas”. Por muy cierto que parezca, es falso. Y los neurobiólogos lo certifican. Nadie se mueve por ideas. A lo sumo, hay personas que se mueven por la pasión por unas ideas. Todo el mundo se mueve por emociones. Lo que diferencia a unas personas de otras es el tipo de emociones que les movilizan”.
Entregarse a las emociones expuestas de manera honesta en esta película permite revivir ciertas experiencias, temperaturas y sensaciones personales que pueden llevar a la sanación, propósito más que válido para sentarse en una sala de cine.
Nota comentarista : 8/10
Título original: El hombre del futuro. Dirección: Felipe Ríos. Guion: Alejandro Fadel, Felipe Ríos. Casa productora: Quijote Films, Sagrado Cine, Unión de los Ríos (Argentina). Producción ejecutiva: Catalina Vergara, Fernando Bascuñán, Pablo Sanhueza. Producción general: Francisco Ovalle. Fotografía: Eduardo Bunster. Montaje: Nicolás Goldbart, Valeria Hernández. Dirección de arte: Amparo Baeza. Sonido: Andrés Polonsky. Música: Alejandro Kauderer. Reparto: José Soza, Antonia Giesen, María Alché, Roberto Farías, Giannina Fruttero, Amparo Noguera, Luis Uribe. País: Chile-Argentina. Año: 2019. Duración: 96 min.