El faro (3): Revisionismo de la angustia órgano-máquina

Al mismo tiempo, las posibilidades de lecturas de la película sobrepasan la capacidad racional, llegando a un territorio donde lo mítico-sociológico y autobiográfico se apropian de las formas, haciendo que estas mismas se desdibujen y se hagan también material líquido que flota en los bordes de la intuición de cada espectador.

El faro, como signo, tiene varias formas de ser leído; por una parte, se puede entender como un dispositivo que entrega luz a los navíos marítimos en días de espesa neblina y noches oscuras, es una señal de borde costero, de tierra firme, la luz como signo de objetividad, de realización. Sin embargo, cuando no se considera el navío ni el desplazamiento de un barco en la inmensidad del mar, un faro, en sí mismo, tomas otras connotaciones que están más arraigadas a significados relacionados con la competitividad de un mundo regido por lo masculino. Por su forma que asemeja a un órgano fálico, en parte, pero también por ser una construcción en altura, un edificio cuya cima es un lugar por conquistar, como una doncella que está siempre disponible para un nuevo romance.

En esta película el sueño de llegar a la parte luminosa de la torre es una meta que al protagonista, Ephraim Winslow / Thomas Howard (Robert Pattinson), se le prohíbe la primera noche que pasa en la isla junto al guardián jefe del lugar, Thomas Wake (Willem Dafoe), quien, a pesar de lo que dice la guía de trabajo, insiste en que la luminaria es suya y de nadie más.

De una manera similar a La bruja (2015), este filme también transmite una atmósfera que suma varios aspectos en la producción de la película, lo cual permite una inmersión en lo que se ve, se escucha y se siente. Algunos han llamado claustrofobia a esta sensación, y es acertado puesto que llama la atención cómo los cuerpos de los personajes, sobre todo el de Winslow, están empalmados a máquinas de distintos tamaños, que los mantienen repitiendo, una y otra vez, tareas de fuerza y de trabajo doméstico cuya realización no se entiende, dada la superficie vacía del mar, sin tráfico naviero al cual enviarle la señal del faro.

De los elementos fílmicos que intensifican esta percepción, el diseño de sonido es el más extremo, sobre todo porque provoca un estado de perturbación en los sentidos mediante tres elementos que están en constante combinación: el oleaje del mar, el graznido de las gaviotas y el sonido casi permanente de la sirena del faro, que se asemeja al de las trompetas del día del juicio final. El habla de los dos personajes, por otra parte, es el resultado de un estudio de la literatura de fines del siglo XIX -Herman Melville, Edgar Allan Poe, entre otros-, mediante el cual los guionistas y hermanos, Max y Robert Eggers, lograron instalar una sintaxis en los diálogos cuya duración se va alargando a medida que avanza la película, sobre todo en la voz de Wake, quien, además, usa refranes e invocaciones a personajes del folklore marinero, como el fuego de San Telmo; Neptuno, el dios del mar; sirenas y otras criaturas.

También, la filmación fue hecha en película en blanco y negro de 35 milímetros, cuya relación de aspecto surgió en el cine mudo de la época que retrata, un cuadrado casi perfecto que sirvió también a películas como Amanecer (1928), de Friedrich Wilhelm Murnau. No es azarosa la comparación con el primer filme que el director germano rodó en Hollywood, ya que El faro comparte con él un imaginario alejado del realismo, poblado de fantasmas y con una extrema estilización de la angustia que evoca al expresionismo alemán y a planos de La noche del cazador (1955), de Charles Laughton.

Sin embargo, hay en las imágenes de esta película un sitio especial para elementos que son acotados al funcionamiento de las máquinas y los seres vivos, son líquidos que están en casi todas las escenas, como el aceite para la luminaria, el aguardiente para los guardias, el agua del pozo mezclada con la sangre de una gaviota, el semen que cae de una rejilla, las continuas flemas y gases de Wake, y las tantas orinas y mierdas contenidas en el recipiente del dormitorio. La reiteración de estos fluidos forma parte de la actividad de los distintos mecanismos y órganos que funcionan, mientras ambos personajes van comportándose de manera cada vez más patética y sus actuaciones van revelando la agresividad y frustración que los mueve.

A pesar de la energía que ambos invierten en sus actividades, ninguno de los dos logra mostrarse contento en el contexto laboral. Junto con la producción excesiva de fluidos, se desata la tormenta sobre la isla que no permite que otros guardianes lleguen a hacer el turno de relevo, entonces la alucinación y aparición de viejos fantasmas acechan la mente estresada de Winslow, quien confiesa tener otro nombre, el mismo de Wake, Thomas, y es entonces cuando las conductas de ambos empiezan a oscilar y a romper los límites acostumbrados. Al mismo tiempo, las posibilidades de lecturas de la película sobrepasan la capacidad racional, llegando a un territorio donde lo mítico-sociológico y autobiográfico se apropian de las formas, haciendo que estas mismas se desdibujen y se hagan también material líquido que flota en los bordes de la intuición de cada espectador. En este sentido es posible notar similitudes con las historias de Caín y Abel, Ícaro y Dédalo, y también con Hermanos (2015), el cortometraje -disponible en Vimeo- que Eggers rodó justo después de La bruja, en New Hampshire, estado norteamericano que ha servido de inspiración para estas tres películas, y lugar en el que Max y Robert fueron criados en medio de los bosques y la costa norte del Atlántico.

El faro parece la historia de uno de los tantos efectos de la fuerza que surge en la tierra, el modernismo, cuando los humanos ya habíamos desarrollado una orgullosa dependencia a la fábrica, la producción y al consumo en serie, y sobre ese colchón reposa el cuerpo de Pattinson, cual Briggitte Bardot desnuda en El desprecio (J.L Godard, 1963). Su cuerpo es conducido, sin pensarlo dos veces, no a ser arrollado en la carretera como el de Camille (Bardot), sino que en este caso es quemado por una máquina que Winslow no sabe operar. Quizás es así como Robert Eggers proyecta su relación con la industria cinematográfica, lo cual mostraría un carácter todavía inmaduro, aunque, si bien esta película no desarrolla un relato tan inquietante y completo como lo hizo en La bruja, su audiencia se mantiene satisfecha con esta entrega.

 

Título original: The Lighthouse. Dirección: Robert Eggers. Guion: Robert Eggers, Max Eggers. Fotografía: Jarin Blaschke. Diseño de producción: Craig Lathrop. Montaje: Louise Ford. Música: Mark Korven. Reparto: Willem Dafoe, Robert Pattinson. Año: 2019. País: Estados Unidos. Duración: 110 min.