El don absoluto. La historia de Sebastián Acevedo: El amor como antídoto contra el negacionismo
El don absoluto. La historia de Sebastián Acevedo (2023) es una especie de secuela de su ópera prima, el documental Hoy y no mañana (2018), insistiendo en la memoria de los grupos de resistencia política durante la dictadura de Augusto Pinochet. En este caso, el grupo es el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, que denunciaba los abusos del régimen y pedía su fin; pero Morandé adopta un punto de vista personal y femenino, eligiendo de protagonista a la hija del mártir. Aquí el aspecto biográfico es lo principal.
«En 1983, a raíz del impacto que generó la inmolación de Sebastián Acevedo, padre de dos hijos detenidos por la CNI, nace en Santiago de Chile, el Movimiento “Mujeres por la Vida”». Así rezaba la introducción al documental Hoy y no mañana (2018) de la directora Josefina Morandé, aun cuando la muerte de aquel hombre no se exploraba más allá, quedando encapsulada en la introducción, como quien relega una anécdota funesta a un pie de página fácil de soslayar.
Sin embargo, pareciera que se percató de lo anterior, ya que en su segundo largometraje documental se enfoca de lleno en este evento trágico que tuvo repercusiones nacionales. Así, El don absoluto. La historia de Sebastián Acevedo (2023) es una especie de secuela de su ópera prima, insistiendo en la memoria de los grupos de resistencia política durante la dictadura de Augusto Pinochet. En este caso, el grupo es el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, que denunciaba los abusos del régimen y pedía su fin; pero Morandé adopta un punto de vista personal y femenino, eligiendo de protagonista a la hija del mártir. Aquí el aspecto biográfico es lo principal.
El día 9 de noviembre de 1983, María Candelaria Acevedo Sáez y su hermano Galo fueron detenidos por agentes de la CNI en Coronel, comuna donde residían, y llevados a centros clandestinos de tortura en Playa Blanca. En un acto de desesperación y heroísmo, el padre de los hermanos llegó al frontis de la Catedral de la Santísima Concepción alrededor del mediodía del 11 de noviembre. Ahí se roció de bencina, gritó: "¡Que la CNI devuelva a mis hijos!", y se prendió fuego. Cayó en llamas frente a la catedral, en la Plaza de la Independencia. A raíz de esto, María Candelaria fue liberada esa misma tarde, y alcanzó a hablar con él, por citófono, en el Hospital Regional Dr. Guillermo Grant Benavente, donde falleció horas después por la gravedad de sus quemaduras. Tenía cincuenta años.
En los primeros minutos, su hija lee en off la inscripción de la placa conmemorativa situada en la plaza, en el lugar exacto donde él se desplomó agónico. El texto lo describe como «padre, obrero, comunista y cristiano». Son, precisamente, las dimensiones de la vida de este hombre en que sus hijos profundizan mediante entrevistas. Ahora bien, no se explica cómo llegó a ser cristiano, algo que llama la atención, si consideramos que la religión y el comunismo son incompatibles. Supongo, pues, que él veía en su ideología política una coherencia con el amor al prójimo que predicó Jesús; la elección del lugar de su inmolación no fue al azar. Y supongo también que cultivó un anhelo espiritual habiendo leído tantos libros. Es impresionante la variedad de los tomos de su biblioteca, conservada por Galo, y Morandé se lleva un par de sorpresas.
Más adelante, los hermanos abordan las circunstancias que condujeron a su detención. En las entrevistas se intercala material de archivo presentado en blanco y negro, monocromía que se extiende a planos de la casa coronelina de la familia y lugares cercanos, grabados para esta película, que evocan el pasado.
Candelaria asevera que quería terminar con la dictadura no sólo por su familia, sino que por algunos compañeros que habían sido detenidos y torturados, y otros hechos desaparecer. Da para pensar en la paranoia en la que vivían los opositores al régimen, ese terror cotidiano que, a lo largo de diecisiete años, debió asentarse como una costumbre. Y al volverse un hábito el miedo, uno pensaría que habrían incubado un desdén o una indolencia por la propia vida. Pero lo increíble es que eso no pasó. Hubo sobrevivientes de la represión, como los Acevedo Sáez, que lucharon sin violencia hasta derrotar al militar autócrata en las urnas, acabando con tantos años de dolor y oscuridad, y restaurando la democracia en Chile.
Aquel mérito ingente se torna abrumador cuando los hermanos hablan, ya que en sus declaraciones no hay atisbos de sentimentalismo, añoranza o vanagloria. No creo que se deba a una pose de fortaleza frente a la cámara. Tampoco creo que, en la playa, la voz le tiemble a Galo debido a algún histrionismo. Es patente que el dolor ha sido incorporado a sus rutinas. A Candelaria se le llenan los ojos de lágrimas al recordar a su padre, debe ser difícil, sabiendo que el derramamiento de sangre ejercido por el Estado careció de todo sentido. Mas su llanto no emerge con la premura de una pena reciente. Vemos que ha sido, inexorablemente, moderado por el tiempo, y no interfiere con sus reflexiones.
Es estremecedor escucharlos describir algunos de los vejámenes que sufrieron a manos de la CNI. Asumo que no cuentan todos los detalles, puesto que también ellos tienen que preservar su dignidad ante el público; extrañamente, la tortura y el perdón son cosas que implican el mismo grado de intimidad. No obstante, revelan lo suficiente para que ponderemos el horror de las torturas y la indefensión de las víctimas, y cómo ese trauma se traspasa a las nuevas generaciones como un recordatorio de lo que no se puede repetir y de la naturaleza intrínseca e inalienable de los derechos humanos.
En un momento, María Candelaria dice en off que tiene sesenta y tres años. En cambio, ahora en 2023, tiene sesenta y cinco. Pronto se hace evidente que el rodaje tomó lugar cuando las restricciones por la pandemia de COVID-19 seguían vigentes. Se ve el paseo peatonal de Barros Arana, donde los penquistas caminan con una notoria distancia entre ellos, usando mascarillas. Incluso en un plano de dron, desde la torre de la catedral, se ve la Plaza de la Independencia con muy pocos transeúntes; inusual, considerando el hervidero de gente que a diario concurre allí.
Aunque este ligero anacronismo podría considerarse un pecado del montaje, no es tan así. En primer término, seguimos sintiendo el efecto de la pandemia en nuestro comportamiento. Y, en segundo término, nos permite examinar la atemporalidad del relato vital de los Acevedo Sáez. ¿Es posible rebatir el horror y el sufrimiento? ¿Se puede desacreditar la violencia política en base a la antigüedad de los hechos? ¿Puede caducar la dignidad humana después de cincuenta años?
A propósito, la directora invita al filósofo Rodrigo Karmy a entregar perspectivas interesantes sobre la práctica y el significado del martirio a través de la historia, y, en específico, en el contexto de la dictadura pinochetista, de la que Sebastián Acevedo es considerado un mártir, al igual que una víctima. Imparte su erudición con una elocuencia admirable, hasta alumbrar un concepto que le da al documental su título. Recomiendo leer una columna de opinión que publicó en el sitio web de La Voz de los Que Sobran, titulada La guerra contra nuestros muertos, donde cita el poema Cuando los mártires se van a dormir, del poeta palestino Mahmud Darwish, que, además, podemos oír en El don absoluto en la voz inconfundible y calmante de Francisco Reyes.
Las intervenciones del filósofo le confieren objetividad al asunto, dado que nos comparte un conocimiento que suele existir fuera de la ideología, lo que ayuda a descomprimir las aprensiones de ciertos espectadores. Porque, en el cincuentenario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, el filme podría enfrentar una recepción hostil. Estamos en medio de una ola de negacionismo inaceptable e inaudita para nuestros tiempos, estimulada, en parte, por un proceso constituyente que amenaza con erradicar los derechos civiles que hemos conquistado desde el retorno de la democracia. Lo bueno es que este documental transmite amor y misericordia, rectificando el pasado. Es un antídoto contra el odio, la posverdad y la polarización política.
Mientras que la oligarquía sigue beneficiándose de un sistema excluyente que la favorece, es casi milagroso que haya personas como Candelaria, que se define como una mujer alegre y honesta, cualidades que ha demostrado en su actual cargo como diputada por el vigésimo distrito, correspondiente a la Región del Biobío. Pinochet no pudo neutralizar el compromiso social de ésta y muchas otras familias. Perdió en ese flanco.
Sebastián Acevedo Becerra tendría noventa años si siguiera vivo. Pienso en mi abuelo, que habría pasado los cien. Yo nací a fines de 1990 en Concepción, pero en mi mente veo diáfanos el golpe de Estado y la dictadura, que configuran la base de mi memoria. Mi abuelo vivió ambos. Así de próximo a mi vida está ese período aciago. Todo sucedió apenas ayer.
Título: El don absoluto. La historia de Sebastián Acevedo. Dirección, guion y montaje: Josefina Morandé. Producción: Marcela Morilla. Fotografía: Pablo Valdés. Música: Catalina Claro y Pablo Ávila. Sonido directo: Juan Pablo Manríquez. Casa productora: Bamba Films. País: Chile. Año: 2023. Duración: 78 minutos. Distribución: Miradoc (actualmente en salas).