Dulces sueños: Curar la herida interna, reabrir la social
Una verdadera pintura de fines de los años sesenta que se va deteriorando y decolorando hasta nuestros días, repleta de guiños a la cultura popular italiana, con la radio y sus baladas, la TV y Raffaella Carrà, y un Turín en tonos cálidos de fotografía envejecida, es lo que nos presenta Marco Bellocchio en esta película que habla principalmente del largo camino del duelo. El director italiano ha puesto muchas veces en el primer plano de cámara y trama los conflictos y emociones de sus personajes en análisis directo, pero esta vez lo hace de la mano de Massimo, un niño de nueve años que debe afrontar la muerte de su madre, con la que tenía una relación de complicidad, juegos, bailes y cariños mutuos, en el que se siente el hálito protector del hijo.
Desde el momento de la pérdida, la propuesta de montaje nos anuncia la confusión con la que Massimo ha tenido que lidiar toda su vida. Comienza entonces su racconto, entre su vida adulta, la venta del departamento de sus padres, vuelta a la adolescencia y su soledad, su manera de relacionarse con parejas y amigos, sus primeros ataques de pánico, su trabajo de reportero en Sarajevo. En fin, un pasar de escenas que no son en vano, sino que al llegar al final se comprenden, aunque que a ratos, mientras transcurren durante el filme hagan preguntarse “para qué”. Sin embargo, la respuesta llega.
Entre cada una de estas piezas de rompecabezas se empieza a colar la experiencia de la muerte -y del suicidio particularmente-, del encubrimiento, de la verdad no dicha. Esconderse tras un personaje fantástico de una serie de televisión, Belfagor, que termina evidenciando ese camino de la decisión trágica. Massimo evoluciona entonces hasta encontrar su catarsis: responder una carta en el periódico en el que trabaja que lo obliga a hablar de la muerte de su madre. Luego de eso, no sólo las verdades empiezan a aparecer, sino que él, como cuerpo, comienza a dejar fluir de nuevo un camino para sentir dolor, pero también para sanar.
Me tomo estas líneas para hablar sobre el recorrido del personaje porque, más allá del cuidado siempre presente en la fotografía de Bellocchio (algo conocido y apreciado de su quehacer fílmico), me parece muy interesante el puzzle, la madeja que deja correr enredada hasta que empieza a ser recogida y reordenada. Sin caer en sentimentalismos es capaz de proponer un personaje que no tiene nada de heroico, pero sí “empatizable”, al que quieres ver reaccionar de una buena vez.
Hace casi diez años que no me enfrentaba a una película de Marco Bellocchio, cuando vi Vincere (2009). De hecho fue un tanto más tarde de su época de explotación comercial, ya que -si la memoria no me falla- la cartelera chilena la recibió brevemente durante 2011. Es interesante no dejar escapar esas oportunidades que las salas independientes ponen a disposición, puesto que son obras que no pueden sino interactuar con su contexto histórico, político y social. Podemos convenir que el arte como resultado de un proceso no se ve obligado a ser herramienta del pensamiento político de su creador(a), pero asimismo también podemos aceptar que cada obra toma vida propia para materializarse como testimonio de su tiempo, también desde lo estético, por supuesto. En ese sentido, me parece que el director ya tiene ese punto resuelto, pues sabe lo que quiere al momento de filmar para lograr esa conexión con las heridas internas de sus personajes.
La herida social es la que asusta. Tanto hace una década como ahora, el director nos recuerda que esas fuerzas militares del nacionalismo populista están más cerca de lo que pensamos, pues aquel pensamiento nunca se fue del todo. Y esto lo podríamos extender probablemente a toda la cinematografía de Bellocchio (sólo desde la intuición, claro está, frente a la larga lista de películas a su haber en que es calificado históricamente como “comprometido” con el tema), donde es posible encontrar el factor antifascista. Ya sea desde una vereda más directa, como en Vincere (cinta que retrata el ascenso al poder de Benito Mussolini, contada desde la biografía de su primera pareja, Ida Dalser, interpretada por la fascinante Giovanna Mezzogiorno, en un papel apasionado e iracundo, y en que el director duplica la historia entre la ficción y la realidad), o como en esta pieza, Dulces sueños, donde se la juega por poner escenas que no sólo remiten a Italia, sino a una Europa sitiada en sus rincones por esa fuerza militar que ha ido, en vaivenes, surgiendo y enterrándose durante las últimas décadas, y que dejan, de manera igualmente sutil, la desesperanza de su reaparición hoy mismo.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Fai Bei Sogni. Dirección: Marco Bellocchio. Guión: Valia Santella, Edoardo Albinati, Marco Bellocchio. Fotografía: Daniele Ciprì. Montaje: Francesca Calvelli. Reparto: Valerio Mastandrea, Bérénice Bejo, Fabrizio Gifuni, Guido Caprino, Barbara Ronchi, Miriam Leone, Francesco Scianna, Emmanuelle Devos. País: Italia - Francia. Año: 2016. Duración: 130 min.