Chicago Boys (1)
En un pendón detrás del exministro de economía de Pinochet, Sergio de Castro, se lee lo siguiente: Uno de los grandes errores es juzgar los programas y las políticas por sus intenciones en vez de sus resultados. La cita pertenece a Milton Friedman, eminencia mundial en economía de libre mercado y patriarca intelectual de tantos estudiantes de la Universidad Católica, que desde hace más de medio siglo visitan la prestigiosa Universidad de Chicago en Estados Unidos, para nutrirse de la concepción que define nuestro sistema económico. La escena transcurre en el ocaso del documental Chicago boys cuando, en una reunión conmemorativa, personalidades de la pontificia casa de estudios levantan la imagen de Friedman hacia un sitial omnipresente, sagrado.
La cita es clara: el fin sí justifica los medios. No tanto por el hecho de que alcanzar un objetivo importe más que las herramientas utilizadas para lograrlo, sino más bien porque cuando se alcanza la meta, los medios simplemente no importan, resultan anecdóticos, se olvidan. Es ahí donde el documental obtiene sentido, en la mirada retrospectiva que permite comprender mejor el presente, como conjunción entre fragmentos de la historia, esos que se pierden en el asedio de la dudosa fidelidad de los libros de texto, la desinformación y el mito del progreso. Aquí reside su principal merito, introducirse y deconstruir la relación entre un fin aparentemente provechoso y unos medios macabros y escabrosos, revelando su lógica interna.
Si bien la historia reciente de Chile ha sido trabajada y estudiada desde distintas disciplinas y a partir de diversos formatos y soportes, la consolidación económica que define desde la transacción más insignificante hasta los grandes escándalos de corrupción que llenan portadas en diarios y revistas, no ha sido un tema recurrente a pesar de su poderosa influencia. Detrás de un gran trabajo de investigación y evidenciando un notable acceso a testimonios y archivos, Chicago boys cuenta, desde la voz de su primera generación, los pormenores de esta transición al neoliberalismo.
La película se estructura de manera cronológica, a partir de tres capítulos, entre los orígenes, la implementación del sistema y sus consecuencias actuales, basándose en entrevistas e imágenes de archivo (cuyo uso poco prolijo y exclusivamente ilustrativo puede apuntarse como el elemento más flaco del film), todo lo que gira en torno a aquellos primeros muchachos que fueron becados para asistir a la Universidad de Chicago en el año 1956.
Esta estrategia narrativa despierta inmediatamente la pregunta por el punto de vista que toman los realizadores para trabajar el fenómeno, debido a que no se acude a perspectivas radicalmente opuestas a los Chicago Boys, ni contrastes ideológicos muy nítidos. Sí se plantean diferencias entre los integrantes de aquel grupo: Sergio de Castro, Ernesto Fontaine y Rolf Lüders de parte de los defensores del sistema, y Carlos Massad y Ricardo Ffrench-Davis con visiones más críticas. Sin embargo, no se esboza un enfoque parcial desde el inicio, ya sea condenando o alabando la llamada economía social de mercado. El acercamiento es interesante porque el inicio parece contar una historia de camaradería, sin complicarse con tecnicismos, apelando a factores humanos y emocionales de este grupo, destacando el episodio donde el profesor Arnold Harberger, mentor de los Chicago Boys, recuerda a su fallecida esposa chilena. Pero conforme el relato progresa y los acontecimientos históricos van poniendo en un lugar cada vez más central a estos sujetos, la perspectiva se va haciendo más clara y el montaje empieza a poner en entredicho los testimonios que hasta ahí, avanzaban sin oposición.
Si bien se pueden leer rastros previos que declaren el punto de vista, como por ejemplo el altivo retrato de la llegada de Salvador Allende al gobierno y su discurso en la ONU, me parece que el momento clave en que el documental se hace enteramente conciente de su lineamiento se produce cuando Sergio de Castro habla de la escritura del manuscrito conocido como El Ladrillo –desechado en la campaña presidencial de Alessandri para 1970. Ahí describe que durante el gobierno de la Unidad Popular, en la Universidad Católica ya se trabajaba en este magno plan económico, según sus palabras únicamente un ejercicio intelectual, el que luego del Golpe de Estado sería implementado de manera rápida y categórica. Surge ahí la voz de la documentalista, escuchamos que le pregunta a de Castro si sabía cuál era el destino que le deparaba al Ladrillo y él responde efusivamente que no. El plano de la entrevista se corta abruptamente en la incipiente incomodidad del ex-ministro y el uso del jump cut descoloca un testimonio que se hace difícil de creer.
Sabemos que la implementación del modo económico que nos rige hasta nuestro días hubiera sido imposible sin el contexto propicio de la Dictadura Militar. Si bien los Chicago Boys insisten en que desconocían las violaciones a los derechos humanos -declaraciones que nuevamente cuesta creer- se hace patente que muchas de las medidas impulsadas desde El Ladrillo, pudieron concretarse en un horizonte que no concebía libertad de prensa, un parlamento abolido y un estricto control y represión de toda participación ciudadana. La conocida Doctrina del Shock, formulada por la periodista canadiense Naomi Klein, plantea la faceta más horrorosa de todo este proceso, que la violencia con la que se minimiza el papel del Estado en la economía del país tuvo su correlato en la violencia descarnada del Régimen contra su propio pueblo.
Sin embargo, se extraña que la película se haga enteramente cargo de lo que se desprende de su propuesta. Si bien se entiende que hay una decisión firme por quedarse únicamente con el relato de los Chicago Boys originales, el contraste con su discurso queda casi totalmente fuera de cuadro. No hay alusión a la crisis económica de inicios de los ochenta, ni la alta tasa de desempleo en la época. Solo un salto hacia el presente victorioso y la incomprensión por el ánimo de protesta que existe en nuestros tiempos. El contraplano es sutil, y cinematográficamente despierta dudas siempre interesantes de preguntarse.
Según la perspectiva de los entrevistados, y tal vez de manera abstracta así lo sea, la economía chilena es una joya. La tan celebrada libertad se revela con una cámara que se despega del suelo, vuela por los aires y filma con espectacularidad nuestros incipientes rascacielos de cristal, señal inequívoca del crecimiento del país. Ahora bien, la misma cámara retrata una marcha estudiantil que, sabemos, demanda el fin del modelo. La pregunta cae de cajón, ¿entendemos la marcha como un sentir nacional por el cambio, o bien son estas un producto más del incólume sistema imperante, igual que los altos edificios? Ambos acercamientos son válidos, pero el documental no se hace cargo de ninguno de manera nítida, una indefinición que trabajada más concretamente podría haber solidificado mejor su discurso.
Rolf Lüders dice en un momento que el problema de la desigualdad es la envidia, que el que tiene menos envidia al que tiene más y eso genera el descontento. Siempre le será más fácil apocar la influencia del dinero a aquel que lo tiene en el bolsillo, y está claro que no es el caso de la mayoría de los chilenos. Sin lugar a dudas, lo más terrible de todo el asunto es cómo los “gobiernos democráticos” no han hecho los esfuerzos necesarios para desarticular este Ladrillo que nos sigue encorvando la espalda. Chicago boys revela este vínculo de manera eficiente mediante el archivo, revelando que, en lo económico, la dictadura no se ha terminado. Entonces, ¿qué hacer?, como se preguntaba Lenin. Aquí es difícil encontrar lugar para las medias tintas, y es precisamente donde el documental no termina de afinar su mirada; la tarea sigue pendiente.
José Parra
Nota del comentarista: 7/10. Promedio del blog: 7/10. Título: Chicago Boys. Dirección: Carola Fuentes, Rafael Valdeavellano. Guión: Carola Fuentes. Fotografía: Pablo Valdés, Sebastián Caro. Montaje: Rafael Valdeavellano. Sonido: Francisco Escobar. País: Chile. Año: 2015. Duración: 85 min.