Buscando a Dory: Pixar y la fórmula del éxito
Una gran parte del masivo éxito que tiene la industria hollywoodense tiene que ver con el aprendizaje y la reiteración de fórmulas narrativas particulares. Con pequeñas modificaciones que van otorgando frescura, se usan una y otra vez determinados arcos, modelos y patrones para contar cientos de veces la misma historia, pero en un paquete diferente. Desde su inmersión en la escena fílmica mundial en el año 1995, los Estudios Pixar revolucionaron el cine de animación mediante la creación de su propia fórmula, la que no ha parado de producir éxito tras éxito -tanto en la crítica como en las taquillas. Si pudiéramos describir los ingredientes de esta triunfal receta, los podríamos resumir a la justa mezcla entre aventuras atractivas con personajes complejos e interesantes y relatos que, sin abandonar el universo infantil, apelan a motivos universales y profundos, todo con una pizca de virtuosismo técnico en el desarrollo de una animación visualmente atrapante. Desde el estreno de Toy Story (John Lasseter, 1995), las películas de Pixar han servido como barómetro para tasar el progreso tecnológico en la animación por computadora. No resulta casual, entonces, el aprovechamiento de la materialidad plástica de los juguetes protagonistas de esa entrega inaugural, donde las limitantes técnicas de la época obtenían rendimiento en personajes con texturas planas y movimientos rígidos. En el año 2003, cuando expresiones como “Alta definición” o “Cine en 3D” se volvían cada vez más populares en nuestro vocabulario diario, Pixar asombraba al mundo con el estreno de Buscando a Nemo (Andrew Stanton y Lee Unkrich), donde la épica de Marlin, un pez payaso que busca a Nemo, su hijo perdido, a lo largo y ancho del océano, estaba potenciada por una representación de la flora y fauna marina que deslumbraba en términos de color, iluminación y atmósfera. Casi trece años después de tal estreno, llega la segunda parte de la historia, Buscando a Dory, y nuevamente, la fórmula da en la diana. Si bien la actitud sospechosa para con las segundas partes es una máxima universal, nuevamente vemos aquí cómo Pixar destaca, al haber demostrado (casi siempre) su capacidad para generar secuelas que no desentonen. Un año después de los acontecimientos que dieron vida a Buscando a Nemo, la comunidad de peces parece vivir tranquila en su arrecife. Sin embargo, Dory, la olvidadiza secuaz de Marlin en la película anterior, al atestiguar la imponente migración de las mantarrayas, es invadida por un urgente deseo de llenar un vacío en sí: reunirse con sus padres, de quienes fue separada hace ya largo tiempo. Solo con el vago recuerdo del nombre de su lugar de origen, convence a Marlin y Nemo de emprender un largo viaje hacia California, con la tibia esperanza de encontrar a su familia. Así, el título de la película propone un juego inverso a su antecesora, ya que si antes la búsqueda era por un niño perdido en términos físicos, ahora el mismo ejercicio apunta hacia el interior del personaje, intentando aprehender quién es. En este sentido, el film no usa el motivo de la odisea, centrándose menos en el viaje y más en el descubrimiento. Esta decisión, tal vez acertada en términos de entramado dramático, puede causar cierta mella en las expectativas del espectador, quien observa que la travesía de los personajes ya no tiene que ver con las hazañas que han de sobrepasar en las distintas paradas de su recorrido. Más bien la historia se desarrolla en un lugar reducido, apelando a los motivos profundos de los personajes para alcanzar sus objetivos y no tanto al constante avanzar de su periplo. No obstante lo anterior, la película no carece de ritmo, ni hay que pensarla como un drama psicológico ni mucho menos. La acción está presente, solo que en una escala menor. En definitiva, el peso del armado se lo lleva la profundización en el personaje de Dory, que es de esos secundarios que encantan a las audiencias y que con su sola aparición parecen demandar más metraje, el que dé cuenta de sus intersticios. La película presenta algunas particularidades de la pececito, como su poliglotía o su alfabetismo, aspectos que abandonan el ámbito de la absoluta fantasía y adquieren una explicación, por decirlo de algún modo, racional. Por su parte, la diversa fauna que conforman los personajes secundarios hace a ratos de comparsa más bien débil, con la excelsa excepción del pulpo Hank, astuto y manipulador, pero de buen corazón (o “buenos corazones” como le apunta Dory), quien tal vez se eleve a esa categoría que permite pensar en una película dedicada exclusivamente a su nombre. Muy acorde con los tiempos que corren, la película deja en evidencia su principal postulado: todos tenemos un lugar en el mundo, incluso los raros e inadaptados. Solo hay que esforzarse por encontrar ese (metafórico) lugar al que podemos llamar hogar. Así, nuevamente Pixar cumple con lo que ya es su marca de fábrica, incorporando todos los elementos de la receta, rematados con un despliegue visual que invita a no desaprovechar la oportunidad de ver el film a sala oscura y en pantalla gigante. Toda secuela puede ponerse en entredicho y cuestionarse las razones hondas de su existencia, más allá de lo exclusivamente financiero. Si bien Buscando a Dory no resuelve hiatos urgentes dejados por la entrega precedente, ni viene a dar sentido a puntos suspensivos planteados antes, tampoco se siente como un esfuerzo descolgado y carente de vínculos con la obra amplia de este estudio de animación. Se trata de una secuela atractiva y atrayente, sin la amplitud de la original, pero con unos personajes que de todas formas hacen que la aventura valga la pena. José Parra Nota comentarista: 8/10 Buscando a Dory. Título original: Finding Dory. Dirección: Andrew Stanton, Angus MacLane. Guión: Victoria Strouse. Reparto (voces): Ellen Degeneres, Hayden Rolence, Albert Brooks, Diane Keaton, Eugene Levy, Ty Burrell, William Dafoe, Kaitlin Olson. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 103 min.