Araña (1): En la medida de lo posible

¿Qué motivó a Andrés Wood a realizar una película sobre los miembros de Patria y Libertad? Según relató a La Tercera fue durante el paro de camioneros orquestado por la derecha durante el gobierno de Bachelet, cuando apareció una bandera con el signo de la araña. Hoy en Chile no es difícil percibir el germen fascista que encarnó Patria y Libertad: está en los discursos de Kast, las convocatorias a marchas xenófobas, el Partido Social-Patriota y en los neo-nazis que caminan tranquilamente por Santiago. Si bien el auge ultraderechista es un fenómeno internacional, en Chile tiene raíces claras que nunca han sido invisibles, Patria y Libertad existe hoy en día y muchos de sus miembros gozan de la impunidad que les entrega su clase. Nunca hay que olvidar que tenemos la constitución de Pinochet aún regulando nuestras vidas.

La película de Wood no nace entonces por generación espontánea o por un simple interés retrospectivo. Las reverberaciones del fascismo de ayer son palpables en la sociedad neoliberal de hoy y esto no había sido abordado por el cine chileno de ficción. Araña es pura ficción, no pretende tener completa rigurosidad histórica ni mostrar todos los elementos del conflicto, es más, la izquierda, salvo para ser golpeada por fascistas, permanece fuera del cuadro. 

Todo esto parte así: Gerardo (Marcelo Alonso), de aspecto desaliñado y turbio, maneja un auto antiguo en el Santiago de hoy mientras la película subraya los distintos tonos de piel y los vendedores ambulantes que ve por la ventana. Para en un semáforo y presencia un asalto: una mujer intenta conservar su cartera de las manos de un tipo que inmediatamente sale corriendo con el botín. Gerardo lo persigue e intenta acorralarlo en alguna esquina como si fuesen Tom y Jerry. Finalmente lo atropella dándole muerte y recuperando la cartera. La gente rodea la escena con los celulares por delante y aplauden hasta que llega la PDI para llevarse detenido a Gerardo porque tiene ametralladoras en la maleta del auto. La primera virtud de esta escena inicial es que rápidamente Wood introduce el ritmo de persecución propio del thriller que predominará en la película; la segunda radica en que sin necesidad de palabras describe el temperamento de su personaje principal; por último, logra exponer una contradicción de la sociedad chilena, en la que es motivo de aplauso matar a un ladrón.

Inés (Mercedes Morán) es rubia teñida, maneja un auto caro en el barrio alto y ve en su celular la foto de Gerardo siendo detenido. Inmediatamente se comporta de manera extraña, suspende reuniones y llama a su casa para saber de su esposo, Justo, que la espera en el baño con la ropa mojada después de un cóctel de pastillas y whiskey. Bastan estas dos escenas para entender que Gerardo estaba en la clandestinidad y que para Justo e Inés es un sujeto no solo importante sino que también peligroso.

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Inés, Justo y Gerardo formaron en el pasado un triángulo amoroso aunque los primeros dos ya estaban casados. Eran miembros importantes de Patria y Libertad, se divertían golpeando brigadas muralistas de izquierda, parando el tránsito en el centro y haciendo atentados en contra del gobierno de la Unidad Popular. La película viaja constantemente entre el pasado y el presente, las elipsis se apoyan en caras, objetos y palabras, algunas veces funcionan muy bien y otras son un poco torpes. En este aspecto parece tener incidencia Guillermo Calderón, dramaturgo que ya colaboró con Wood en el guion de Violeta se fue a los cielos (2011) y que en Neruda (2016), donde colaboró con Pablo Larraín, también utiliza frecuentemente las elipsis con un resultado parecido.

En el presente Inés trabaja en un diario que parece ser El Mercurio, es la única mujer de su directorio y tiene una relación cercana con el dueño, una especie de Agustín Edwards actuado por Jaime Vadell. Le pide a un juez que deje a Gerardo en la cárcel, acto seguido lo declaran no apto para ser formalizado por no pasar los exámenes de salud mental. Lo llevan entonces al hospital psiquiátrico, que dicho sea de paso no se parece en nada a un psiquiátrico real en Chile, y lo internan. Allí lo atiende una psiquiatra (María Gracia Omegna) que investiga y posteriormente lo confronta por sus crímenes pasados, ella choca contra la burocracia de jueces y médicos que se han encargado de mantener a Gerardo sin posibilidad de ir a juicio. Casi todas las secuencias que ocurren en el presente son hechas en un tono correspondiente al thriller, donde la construcción de la tensión y el énfasis en los cabos sueltos son cruciales. Incluso hay mucho de las películas de Hannibal Lecter en el psiquiátrico y bastante de Clarice Starling en el personaje de la psiquiatra. Aunque no ha sido un tono frecuente en su filmografía, Wood parece dominar el thriller y allí residen los mejores pasajes de la película.

Este tono también se mantiene en algunas escenas correspondientes al pasado, sin embargo, Araña pone demasiado énfasis en la historia de amor entre Gerardo e Inés, algo que en un principio parece atractivo se diluye rápidamente por la insistencia de la misma película en poner al amor en primer plano. Otro aspecto a valorar es el uso de archivo real y ficcional, inspirado en el largometraje Con el signo de la Araña (1973) de los alemanes Walter Heynoski y Gerhard Scheumann, Wood usa extractos de este documental centrado en los miembros de Patria y Libertad y los combina con tomas de la misma apariencia de la época, pero con sus personajes. El director acierta en preocuparse de evidenciar que la actitud enfermiza de sus protagonistas fascistas no se deben mirar desde una perspectiva psicologicista -como en las películas de Larraín sobre el mismo periodo- sino que tienen una clara raíz social y colectiva.

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El final de la película es tremendo. La última escena de Gerardo recuerda al final de Post Mortem (Pablo Larraín, 2010), una escena que sintetiza perfectamente la psicosis del personaje principal a partir del daño que infringe a otros. La última escena de Inés es perfecta también, representa con sutil ironía toda la impunidad de la clase alta chilena respecto a su complicidad y responsabilidad en los crímenes, no solo durante la dictadura sino también en democracia. El guiño al lobby de la Revista Sábado para lavar la imagen pública de sujetos execrables es claro y efectivo. Lamentablemente estas son las únicas escenas donde pareciese que hay una interpelación clara.

Si bien hay varios guiños a la relación entre el fascismo del pasado y el presente, en Araña impera la tibieza. El tratamiento narrativo y audiovisual de estos personajes fascistas no interpela. Los actores son bellos y desde la fotografía se los trata así, subrayando su aspecto. Además la historia de amor es totalmente convencional y no está permeada por el pensamiento político de los amantes, como si los fascistas amaran como todo el mundo, como si cualquiera de ellos pudiese tener una historia así con una compañera de Patria y Libertad. ¿Cuál es la necesidad de que el relato descanse tanto en esta historia de amor? Supongo que la de permanecer en las salas comerciales un par de semanas más. La simpatía formal con la que se trata a los fascistas hace que las posibles interpelaciones queden solo en el texto, así se pierde la coherencia estética y de paso la política. Finalmente pareciese que todos se salen con la suya, consecuentes con su actuar, algo que a cierta gente le puede parecer incluso una virtud.

Creo que Andrés Wood es el cineasta que mejor encarna el relato concertacionista en el cine. Acá lo deja claro por su tibieza para condenar al fascismo, mientras que en sus películas anteriores hay otras razones. Tal como decía la frase de Patricio Aylwin, “que se haga justicia, en la medida de lo posible”, Wood parece decir con Araña “interpelemos al fascismo, en la medida de lo posible”. Aun así, esta es claramente su mejor versión y la película es sin lugar a dudas el mejor estreno del cine chileno del 2019, hasta ahora.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Araña. Dirección: Andrés Wood. Producción: Alejandra García. Guion: Andrés Wood, Guillermo Calderón. Fotografía: Miguel Littin-Menz. Montaje: Andrea Chignoli. Dirección de arte: Rodrigo Bazaes Nieto. Música: Antonio Pinto. Reparto: Mercedes Morán, María Valverde, Marcelo Alonso, Pedro Fontaine, Felipe Armas, Gabriel Urzúa, Caio Blat, María Gracia Omegna, Mario Horton, Jaime Vadell. País: Chile, Argentina, Brasil. Año: 2019. Duración: 100 min.