20 años del astuto mono

La nueva exhibición de El astuto mono Pinochet contra la Moneda de los cerdos, veinte años después de su estreno, no deja de ser un pequeño hito cinematográfico, al cual me sometí desde las preguntas: ¿qué se mantiene vigente de este filme? ¿Qué me produciría verla dos décadas después? Su visionado me hizo conjeturar algo que está también dentro del ámbito reflexivo del documental: la contingencia y las cargas socioculturales en los actos simbólicos. En otras palabras, en época de conmemoración, qué significa postular hoy —post-estallido, en auge negacionista, con proyecto constitucional en curso, y en la era del fake news— un documental radicalmente anti-monumental y anarquizante respecto a hitos de la memoria.

Con la gran circulación de archivos y filmes que abordan la temática, podemos hablar de un pequeño “boom” de los 50 años del golpe. Una sorpresiva sala llena para La Flaca Alejandra, una película de hace 30 años, es parte de este fenómeno; así como la maratón de La batalla de Chile que promueve la Cineteca Nacional: ante la ausencia de estos temas en las grandes salas —a no ser por las discutibles El conde o La memoria infinita— las salas pequeñas han tomado protagonismo en esta conmemoración.

Dicho esto, y precisamente en este marco, la nueva exhibición de El astuto mono Pinochet contra la Moneda de los cerdos, veinte años después de su estreno, no deja de ser un pequeño hito cinematográfico, al cual me sometí desde las preguntas: ¿qué se mantiene vigente de este filme? ¿Qué me produciría verla dos décadas después?

Su visionado me hizo conjeturar algo que está también dentro del ámbito reflexivo del documental: la contingencia y las cargas socioculturales en los actos simbólicos. En otras palabras, en época de conmemoración, qué significa postular hoy —post-estallido, en auge negacionista, con proyecto constitucional en curso, y en la era del fake news— un documental radicalmente anti-monumental y anarquizante respecto a hitos de la memoria.

Como se ha analizado en diversos textos, el filme se constituye a partir de diversas “actuaciones” frente a cámara. La primera capa distingue estos elementos en curso: por un lado, un cortometraje filmado por estudiantes de cine que aborda un drama entre un padre militar y un hijo militante de izquierda; por otro, una serie de alumnos de edad escolar, con diferentes estratos etarios y económicos, representan de forma lúdica el Golpe de Estado de 1973; por último, dos grupos de estudiantes de teatro realizan improvisaciones frente a cámara, uno respecto a la discriminación de género en un asado, el otro en un juego de sometimiento de índole farsesca.

Ficción y actuación frente a cámara, removieron y aún remueven, frente a un campo estanco de “discurso de sobriedad documental”, llevando al filme a un laboratorio etnográfico y múltiple, en una suerte de verité coral que los directores se encontraban explorando en documentales anteriores, como Un hombre aparte (2002), antes de pasar a un trabajo de creciente estilización y control visual. La dimensión gestual, física e improvisada, refuerza un realismo documental, que a la vez se cuestiona a partir del registro de sistemas de representación en curso.

Detrás de todo acto monumental y de memoria hay artificio, parecieran decirnos los autores, y todo acto pareciera hablar más del presente que del pasado. Más bien, cómo, frente a la imposibilidad de registrar el pasado, se le asume como relato o construcción, y lo único posible de registrar es el presente. En un reforzamiento de este enunciado, los realizadores promueven entonces el registro de actos espontáneos y teatrales frente a cámara, postulando una ética del “presente” documental, reivindicación vertoviana del grano de lo real y la materia física de los cuerpos.

Pero el juego es el juego, y no perder de vista el “interaccionismo simbólico” que se encuentra registrando es la trampa central para el moralismo de izquierda. Los excesos del esquema representacional encuentran la violencia, el exceso y la emocionalidad como vectores centrales, ahí donde no cabe ya “discurso” si no “gesto”, y siendo el registro espontáneo del juego, se filtran representaciones dolorosas, como heridas abiertas de una sociedad viva y en conflicto. Así, los niños pro-Pinochet someten a los subversivos crucificándolos y poniéndoles shocks eléctricos; Allende se transforma en un cobarde traidor al suicidarse y, en general, el drama histórico -en cuanto es performado- se vuelve un melodrama de traiciones de buenos y malos. Una comedia, hilarante a ratos, que en el juego teatral permite someter al espectador a una suerte de “teatro de la crueldad” en el sentido más artaudiano posible.

Veinte años después, el efecto del documental sigue intacto, aunque sus repercusiones han cambiado frente a las preguntas del presente. Lo que ayer era exceso —de archivo, de monumentalidad—, hoy es terreno en pugna mientras un discurso que se desentiende del trauma histórico promueve una cruel negación del pasado y el derecho de las víctimas. Mientras el documental de Perut y Osnovikoff, bajo la coartada del registro de la performance infantil, puede jugar con los límites de lo soportable, la edición y el montaje deciden a su vez qué mostrar o qué no mostrar a los espectadores de ayer y hoy. Aunque concuerdo con la perspectiva meta-histórica del proyecto —relativo a la historia como ficción, consenso y narración— también me pregunto por la rebeldía anárquica, cuando hoy la rebeldía y la anticorrección política se corrieron para la derecha.

 

Título original: El astuto mono Pinochet contra la moneda de los cerdos. Dirección: Bettina Perut, Iván Osnovikoff. Guion: Bettina Perut, Iván Osnovikoff. Casa productora: Perut + Osnovikoff. Fotografía: Pablo Valdés. Edición: Bettina Perut, Iván Osnovikoff. País: Chile. Año: 2004. Duración: 72 min.