La invención & la herencia (7): Crónica de un visionado en tiempos de caos
Es indesmentible que compartir videos a través de las redes sociales se ha vuelto una forma de (contra)informar. Se trata, sin embargo, de imágenes que aparte de poseer una dimensión informativa también poseen una dimensión poética (no hablo de la poesía como estética sino de la poesía como acontecimiento). Quiero decir que existe una poética del horror y del miedo rondando las redes sociales, y hay que mantenerse alerta en relación a eso, sobre todo porque las redes sociales es uno de los territorios que los violentados hemos ido ganando.
Me gusta caleta ver pelis. Es así desde que tengo once años. A esa edad partí, y lo hice viendo animaciones para adultos y porno en VHS. Incluso disfruto de las películas entrecomillas malas. Me encanta ver lo mediocres y frívolos que pueden llegar a ser algunos directores, y lo cliché y oportunista que puede llegar a ser cierta manga de guionistas. Me entretiene sentir vergüenza ajena, esa es la verdad, y aprendo incluso viendo teleseries chilenas. Disfruto de la imagen en movimiento -desde un simple gif hasta la transmisión ininterrumpida de las cámaras de seguridad-, y a través de ella se inició mi politización como ciudadano. Desde reflexiones baratas en torno al porno amateur hasta preguntas sin respuesta en torno al cine de Huillet & Straub: ¿Qué viene primero, la imagen o el concepto? El cine ha sido mi principal fuente de educación y energía, y le prendo velitas a diario por ser un arte así de sexy y despabilante: es como si te dieran un charchazo y al mismo tiempo te lamieran el clítoris o la cabeza. Así de grande es el cine.
Tan poderoso fue el estallido social del pasado 18 de oktubre que incluso esa fascinación que acabo de mencionar, fascinación ante la imagen en movimiento, se vio fuertemente afectada. Hago lo posible por ver una película diaria, y recién diez días después de iniciado el conflicto fue que pude echarme a ver una. Estaba mentalmente agotado, y de entre un puñado de DVDs que tenía a mano saqué uno al azar: Alguien voló sobre el nido del cuco, esa que dirigió Milos Forman apenas se cambió de casa desde la República Checa hasta Hoollywood. No es una película que me mate, aunque resulta más o menos evidente que tiene algo especial (hay otros trabajos de su director que me parecen mucho más llamativos, en particular esas comedias sesenteras de Europa del Este acerca de adolescentes que quieren culear y no lo consiguen; esas son muy buenas, Black Peter sobre todo, que fue su ópera prima).
Aquel visionado de Alguien voló sobre el nido del cuco fue el más triste de mi vida. La pasión se había suspendido, el sonido y la imagen parecían de plástico, y el cine por primera vez no me entregaba ninguna respuesta sobre nada, aún menos sobre la angustia, la ansiedad y la incertidumbre que durante aquella noche me tuvieron al borde del colapso (el resto de los días no estuve tan mal, de hecho andaba esperanzado y relativamente temerario). Esa noche me sentí atontado, y mientras la película avanzaba no me quedó otra opción que llorar. En ese mismo momento había velorios por gente asesinada a manos del Estado, centros de tortura, había mujeres violadas en los calabozos de las comisarias, había censura, bonos para la milicia, bonos para la yuta, disparos a quemarropa y más sangre de la que el país ha visto correr en décadas. En ese mismo momento había gente que tras ser buscada por sus familiares y amigos reapareció calcinada al interior de un montaje policial. Alrededor de cuarenta muertos en apenas dos semanas de revuelta, y una salud mental que si antes ya era mala, ahora está terminando de irse a la chucha.
¿Qué puede hacer la cinefilia en un contexto así? En un arranque más o menos desesperado por calmarme intenté responder a esa pregunta.
Tal vez lo primero sea reconocer que los videos que la gente comparte a través de las redes sociales (cápsulas, así me referiré a ellos desde ahora en adelante) también son cine. En este punto alguien podría increparme diciéndome algo como esto: “Perro, las cápsulas están más cercanas al periodismo que al cine porque no tienen una voluntad estética y además están cumpliendo un rol informativo”. Mi respuesta sería la siguiente: “Primero que nada no me gusta que me digan Perro. Y segundo, las cápsulas no son periodismo, sino cine, porque la imagen se narra por sí sola y no necesita de un punto de vista externo a ella”.
Es indesmentible que compartir videos a través de las redes sociales se ha vuelto una forma de (contra)informar. Se trata, sin embargo, de imágenes que aparte de poseer una dimensión informativa también poseen una dimensión poética (no hablo de la poesía como estética sino de la poesía como acontecimiento). Quiero decir que existe una poética del horror y del miedo rondando las redes sociales, y hay que mantenerse alerta en relación a eso, sobre todo porque las redes sociales es uno de los territorios que los violentados hemos ido ganando.
A partir del 18 de oktubre nuestras cámaras de celular se convirtieron en una herramienta de difusión y desmantelamiento cuyo valor es incalculable. Sin embargo, tenemos que estar atentos a un detalle: el poder contra el cual estamos peleando también se dio cuenta de la utilidad que tienen los registros hechos con el celu. Los yutas pasaron del “Nos están grabándonos, hacela piola” al “Nos están grabándonos, peguémosle aún más fuerte para que cachen lo machos que somos”. Es la dinámica del castigo como ejemplo, y de ese modo el enemigo intenta usar la imagen-cápsula a su favor. El miedo que intentan propagar en las calles disparando al pecho, el miedo que no fueron capaces de instalar ni con las jornadas de toque de queda ni con las quemas de metro, ese miedo intentan propagarlo a través de los celulares.
Dicho de un modo más cinéfilo: estamos en medio de un proceso de transformación social que el Estado parapolicial interviene con una puesta en escena de película de terror pseudodistópica; una mezcla entre La batalla de Chile y Blade Runner. La tensión entre esa mentira (la puesta en escena del Estado) y esta verdad (el descontento transversal) todavía no termina de explotar, y cada vez falta menos para que el elástico no dé más.
Solo como propuesta, tal vez sea buena idea que junto a los videos que compartimos sobre la brutalidad policíaca también insertemos comentarios que enfaticen el carácter de resistencia existente en cada imagen, esto con el fin de suprimir el carácter dominador (es decir, el carácter fascista) que estas imágenes puedan llegar a tener sobre quienes las vean. Está más que claro que existe una guerra de imágenes a brazo torcido, y en ella debemos estar igual de atentos que en la calle. Las imágenes terminan de crearse con el ojo de quienes las contemplan, y el ojo también tiene que saberse defender y no dejar que entre lo que el poder quiere que entre. El punto de vista de quienes valoran la vida debe estar por sobre el punto de vista de quienes valoran la propiedad privada y el capital, y en eso sí que los cineastas y cinéfilos tenemos mucho que ver. Porque una cosa es cierta: las generaciones más jóvenes (los milenials) nunca tuvimos una relación tan directa con el horror como la que hemos tenido en las últimas dos semanas, pero también es cierto que nunca hemos estado tan cerca de la revolución.