Diálogos exiliados (54): Capítulo 66 (1994)

Invitado por la Embajada Francesa en Bogotá para realizar un taller, Ruiz tuvo la rara ocasión de encontrarse con un igual: Luis Ospina, uno de los miembros del legendario y rebelde Grupo de Cali. Junto a él y sus alumnos confeccionó este cortometraje, solitario episodio suelto de una teleserie inexistente, tan neurótica como impostada. Mirada a décadas de distancia, es una muestra perfectas del método de trabajo ruiciano, aplicado a la sala de clases, cuando en vez de abocarse a la teoría nuestro cineasta propone algo diferente: hacer una película aquí y ahora. 

Capítulo 66
Co dirigida con Luis Ospina

Christian Ramírez: Así, en la partida, les digo que los encuentros entre cineastas nunca me han entusiasmado mucho. Esas películas que reúnen a varios genios —sean en episodios o realizadas a dos manos— siempre rinden más en el papel que en la práctica. Lo bueno de este caso es que ni Ruiz ni Ospina parecen presionados por crear una genialidad; primero porque no estaba en sus cálculos hacer un “filme de a dos” y porque ninguno se dio espacio para sentirse intimidado por el otro (que es lo que suele suceder en estos casos).

Alejandra Pinto: No sólo estaban lejos de hacer una genialidad. Me da la impresión de que tampoco se estaban dando cuenta de que ambos estaban en esa categoría. Al menos Ospina no era consciente de ello, considerando lo que expresó más tarde en su artículo sobre cenas y escenas con Ruiz. 

Quintín: Creo que ninguno tuvo intenciones de hacer algo más que un ejercicio como cierre de un taller organizado por la Embajada Francesa y que Ruiz ofreció en Bogotá en septiembre de 1993, donde Ospina era su asistente. No sabríamos mucho sobre la gestación y la estructura de la película si no fuera por ese artículo que menciona Pinto, que es en realidad un obituario de Ruiz publicado en El malpensante número 123, en septiembre de 2011. Ospina cuenta que Ruiz propuso dividir a los alumnos en dos equipos (uno a cargo de Ruiz y otro de Ospina) y grabar una especie de cadáver exquisito a partir de un esbozo de guión. El relato transcurre en una escuela donde los alumnos se dividen entre zombis y amnésicos y tiene algunos de los clásicos elementos ruicianos: dobles, muertos vivos, enumeraciones genealógicas y discusiones teológicas. Un personaje empieza diciendo que el infierno es el lugar en el que le gusta estar, que es algo parecido a lo que dijimos nosotros al final del encuentro anterior. El ambiente de la película es, podríamos decir, una especie de farsa ruiciana light. 

R: A ratos da la sensación de estar asistiendo a un curso de “Ruiz 101”, una introducción audiovisual a su cine, pero emprendida, actuada e improvisada por estudiantes. Es una práctica que el director llegaría a utilizar con algo de regularidad cuando lo invitaban a dar clases en alguna institución: en vez de ofrecer lecciones de teoría, planteaba la realización de una película, aquí y ahora. Hay varios ejemplos de esto en su filmografía: en Italia, allá por el 88, escribió un libro entero —Todas las nubes son relojes— al que le faltaba el último capítulo. La tarea de los alumnos era imaginar el final y plasmarlo en un corto. Años después hizo L’Exote, con un curso de la entonces recién inaugurada Le Femis. Entrados los años 90, filmó The Suicide Club, con su curso en la Universidad de Duke. El gran problema de estos proyectos es que, como iban ligados a las instituciones que los auspiciaban, su disponibilidad (y finalmente su conservación) dependía de ellos y no de Ruiz. Hay que darse con una piedra en el pecho de que Capitulo 66 esté disponible. Nos sirve además para fantasear sobre cómo era ser alumno de este hombre y cómo nos iría si formásemos parte de “una película de Ruiz”. A lo mejor podríamos evocar los mismos temas, escribir líneas de guión aceptables, pero el resultado —lo más probable— sería atroz. Considerando todo lo anterior, a estos alumnos no les va tan mal. 

Q: La película me hizo acordar un poco a La vocación suspendida, que es un film que a Ospina le había causado una gran impresión, ese ambiente de claustros y conspiraciones.

P: ¿Recuerdan se nos aparecía el diablo a cada rato, en las primeras películas chilenas? Llevamos un rato asistiendo a una versión un poco más depurada de ese concepto. El infierno sin dios ni demonio, solo gente perdida. Los personajes en Capítulo 66 parecen desconectados unos de otros. Entiendo la intención de enfrentarnos al cadáver exquisito, pero me parece que aquí estamos yendo más allá. No solo son partes desperdigadas, también están tratando de unirse al resto. Es como si hubiese un hilo conductor al que ni los personajes ni los discursos logran asirse del todo.

R: Creo que tiene que ver con la lógica que el propio Ruiz utilizaba cuando necesitaba crear algo con velocidad: nuestro hombre siempre revierte al trabajo sobre escenas sueltas. Eso, que ya existía en Palomita blanca y en Diálogo de exiliados, salta a otro nivel en Las tres coronas para marcar a fondo sus adaptaciones de clásicos teatrales y volver al origen con la estructura episódica de La telenovela errante y A TV Dante. En Capítulo 66, tal vez por lo espontáneo del rodaje (que duró sólo un par de días) todo lo que vemos se encuentra en estado embrionario o recién caído del árbol. Tal como dice Q, alcanzamos a divisar varias temáticas a las que Ruiz vuelve una y otra vez, pero —al contrario de lo que suele ocurrir en sus rodajes, donde los textos se respetan al 100%— acá las líneas de guión no superan el estado de un borrador, y es posible que ni siquiera hayan alcanzado a quedar escritas (salvo quizás la discusión entre los dos profesores, al inicio): el resultado es lo que el actor/estudiante alcanzó a atrapar de las instrucciones entregadas por Ruiz y Ospina, y está bien que haya sido así. No hace ruido.

P: Me gusta esta estructura. Primero, porque regresa a la idea de la casa encantada y las situaciones que se gestan en su interior. Por otro lado, siempre tengo la idea de que los episodios operan como postales del momento, no apuntan a armar una historia. Sin embargo, hay cierta afectación que impregna estos episodios. ¿Serán las actuaciones, mucho más teatrales que cercanas al cine?

R: No sé si teatrales… Quizás haya algo de ejercicio teatral; pero considerando el formato, los decorados, y la música de fondo, indudablemente hay algo de culebrón, de espíritu teleseriesco en todo el ejercicio. Partiendo por su título, Capítulo 66. No estamos llegando al principio de este relato, sino tal vez en la mitad, cuando todas las intrigas, personajes, tramas y subtramas ya están bien adelantadas. Lo único que queda de esa teleserie imaginaria es un capítulo del medio. Será trabajo del espectador imaginarse el principio y el final de este entuerto.

Q: De todos modos, creo que lo que más recordaremos de Capítulo 66 será el artículo de Ospina, otro personaje importante del cine latinoamericano, que murió en 2019. El suyo es, entre otras cosas, un gran retrato de Ruiz. Ospina cuenta como Ruiz lo alentaba cuando empezó a hacer cine y deja una memoria imborrable de la pasión de Ruiz por la gastronomía, algo que cualquiera que  haya conocido al chileno tiene presente si tuvo la oportunidad de participar en alguna de las comidas pantagruélicas e infinitas con las que el personaje obsequiaba y hacía participar a sus conocidos. Ospina, recordando una de aquellas bacanales, dice una frase muy graciosa: “Comimos y bebimos como si fuera a pasar de moda”. Y, quizás es cierto: de alguna forma Ruiz y sus andanzas encarnaban un modo de vida que se estaba terminando.