Diálogos Exiliados (36): Manoel en la Isla de las Maravillas - El picnic de los sueños

De cara al segundo episodio de su serie portuguesa, Raúl Ruiz redobla las apuestas y las pesadillas de Manoel. En adelante, su pequeño protagonista caerá víctima de sueños grupales, intercambiará mágicamente su cuerpo con el de un adulto, será expulsado del hogar, es llevado donde una horrorosa tía y conoce a una niña genio que le inspirará aún más miedo. Un cúmulo de fantasmas y espantos que se apilan sin cesar: así es esta Isla de las Maravillas.

Manoel en la Isla de las Maravillas (1984)

II. El picnic de los sueños

 

Quintín: Como contábamos en el diálogo anterior, este segundo capítulo de Manoel es la segunda entrega de un total de tres, en un montaje algo frankensteiniano que armó la televisión francesa a partir de cuatro episodios creados para la TV portuguesa. Por eso, en estos cincuenta minutos aparecen tres historias distintas, incluyendo una que viene de la primera parte y otra que se continuará en la tercera. La primera parte tiene que ver con ese picnic completamente absurdo al que el maestro desdentado lleva a sus alumnos, incluyendo a Manoel. Allí les propone a los chicos que sueñen todos juntos el mismo sueño porque, de ese modo, aquello que sueñan se llegará a materializar. En este caso les pide que sueñen con un hospital, porque el maestro es una especie de cruzado del progreso que quiere sacar a los habitantes de Madeira de su primitivismo. Para que el sueño se materialice es necesaria la colaboración de los conejos; por eso a los niños se les pide que no lleven al picnic ni comidas ni juguetes, sino “en todo caso, un libro o un cuaderno que sirvan de alimento para los conejos”. Pero Manoel se despega muy luego del grupo de sus compañeros y de las consignas absurdas para encontrarse con un personaje cuya familia son los árboles del bosque. Es a este tipo que el niño le pregunta de pronto cómo ser adulto. Y allí empieza otro cuento fantástico: Manoel intercambia su cuerpo con el del hombre y la llave para la transmigración es una moneda, tal como ocurre en Las tres coronas.

Christian Ramírez: Son engañadoras estas historias de Manoel. En sus primeros minutos se revisten de cierta lógica de relato infantil, la que muy luego se desgarra dejando al descubierto escenarios propios del fantástico, el horror y el absurdo. Es como si estuviésemos hojeando un libro con un dibujo muy bello en las tapas, pero repleto de monstruos en su interior. Aquí, en esta segunda entrega, todo se descuadra más o menos rápido: una vez que el protagonista deja de soñar en grupo y entra en su propia pesadilla donde este hombre se le aparece como un potencial doble, a punto que cada uno llegará a ocupar el cuerpo del otro, nada menos. Es un argumento al que Hollywood recurrirá muchas veces en la segunda mitad de los años 80: De tal padre tal hijo (1987), Big (1988) y 18 otra vez (1988), pero claro, los gringos suelen alivianar y purgar el lado menos amable de hechizos como estos. Creo que lo mejor que he visto al respecto es un cómic de Jules Feiffer: Tantrum (1979), en que un ejecutivo de Madison Avenue se rebela contra su mujer y sus hijos y a fuerza de pura voluntad revierte al cuerpo de un bebé de dos años, pero cuyos apetitos continúan siendo los de un cuarentón. Algo de eso hay en El picnic de los sueños, el intercambio entre el niño y este sujeto no es gratis ni inocente. Hay algo torcido al medio.

Alejandra Pinto: A propósito de esto último, me da la sensación de que la lógica infantil a la que haces mención no permite dobles lecturas. En estricto rigor, todas las historias y cuentos infantiles son terroríficas, aunque el final sea brillante para sus protagonistas. El camino que hay que seguir, los retos que los niños y adultos deben afrontar son necesariamente complejos y exigen algún tipo de sacrificio de parte de ellos. Pienso en otras instancias en las que Ruiz ha jugado con eso, pensando en las cosas que deben ocurrir, varias de ellas muy malas, para que sus personajes logren alguna clase de objetivo. En algún momento dijimos que nuestro director no es un sujeto condescendiente con sus personajes: siempre los está apretando de alguna forma. En este caso, se cumple el anhelo de Manuel por ser adulto, pero el costo de serlo es alto, ya que su nuevo cuerpo tiene algo de decadente. Es irresponsable, alcohólico y pierde jugando las cartas, mientras su cuerpo del niño, y por ende el adulto que se hospeda en él, tiene las comodidades de una casa y una familia (altamente disfuncional, por supuesto). 

R: Originalmente, este segundo relato consistía en un intercambio de cuerpos y roles entre un niño pobre (Manoel, aunque la verdad tan pobre no es) y un niño rico. En alguna parte de la preproducción los papás del niño rico lo retiraron de la película y, en consecuencia, Ruiz borró todo rastro de esa anécdota, optando por esta otra solución, que es infinitamente más inquietante que la original...   

Q: Creo que toda la serie —y este episodio en particular— es una colección de los terrores a los que un niño está sometido. Por un lado los institucionales, como la escuela y la familia; por el otro, los derivados de su imaginación, como la muerte de los padres, y por último, las aventuras terribles que pueden sucederle a cualquiera en la vida. Esta historia del intercambio de cuerpos es una incursión imaginaria en la vida adulta con sus miserias y posee una estructura cerrada. Manoel pierde su cuerpo de niño y antes de recuperarlo robando su propia alcancía (es decir, rompiendo el chanchito donde guarda sus monedas) tiene que pasarse un rato entre los mendigos cuyo líder es la ciega que aparecía al final del primer episodio (es el mismo personaje que reconoce el cadáver del Manoel de 12 años), y que a su vez son espectros de viejos piratas y recuerdan un poco a la corte de los milagros de Viridiana. Pero la historia se cierra y enseguida empieza otra. Ocurre que, como siempre, Ruiz narra tantas cosas que casi no nos damos cuenta de que ya estamos en otro escenario y se nos vienen encima nuevos terrores.

R: No puedo deshacerme de la primera imagen que divisamos de este desconocido con el que se intercambia. Manoel se despierta de su sueño y en la lejanía ve a un sujeto golpeando el tronco de un árbol con un palo. El tronco le está dando leche y él —a palos— consigue que le dé vino. El niño le pregunta quién es y éste responde: “Yo no soy nadie, yo soy libre, soy de la familia de los árboles”. En ese momento, pensé, este tipo es un árbol él mismo, es producto de este sueño grupal; pero esa ilusión se deshace muy luego, cuando nos queda claro que este sujeto se asemeja a las criaturas de ciertos cuentos árabes y orientales. Es como ese genio de la lámpara que te engaña a la primera de cambio, pero al que logras vencer en el último momento. Es esa prueba que estás condenado a sortear, pero que te aterra de igual forma, aunque sabes que ganarás. 

P: Oye, pero ¿ese no es el diablo chileno también? Un tipo misterioso, ladino, al que encontramos exigiendo vino en vez de leche…

R: Bueno, precisamente hay algo de chileno también en la fisonomía del personaje. Su mirar, los rulos del pelo, el color cobrizo de su piel. De hecho, se parece bastante a Fernando Bordeau, el protagonista de El techo de la ballena

Q: Uno puede preguntarse cuál es el Manoel que protagoniza estas historias, ya que en la primera parte su vida tenía tres versiones: una en la que moría la madre, otra en la que moría el padre y una tercera en la que moría él. Ahora bien, en este segundo episodio Ruiz elige al Manoel huérfano de madre y sin mediar pausa alguna comienza la siguiente historia, cuando el padre lo envía a lo de su tía, que es la cuidadora de un museo en “la parte más escondida de la isla”. Curiosamente, hasta allí lo lleva un holandés, que se parece mucho al danés que llevaba al protagonista de Punto de fuga. Ruiz aprovecha el viaje en jeep para que este personaje hable y cante en inglés y en neerlandés; pero al llegar al museo, éste no es otra cosa que una casa encantada, llena de fantasmas. Allí viven la tía loca con Pedro —un patético personaje del que no está claro si es su hijo o su amante— y con sus primas. Allí también hay una sirvienta que tiene dos hijos que básicamente son dos monstruos. De hecho, ella invita a Manoel a jugar con “Pedro y Pablo o Pablo y Pedro” (ella no es capaz de distinguirlos) y en el acto los monstruitos empiezan a apedrear a Manoel y después intentan violarlo o algo parecido (no quiero ni imaginarme qué pretenden hacer). Nuestro protagonista logra escaparse de la amenaza y mientras cae la noche vemos las sombras de Manoel y de otros tres chicos (que no son Pedro ni Pablo) jugando juegos de guerra al atardecer…

R: Es como un súbito flashback de Ruiz a los chiquillos caníbales, de El territorio. Una suerte de juego tribal que se despliega sin palabras.

Q: ...y, al mismo tiempo, se ve a la tía y a Manoel cantando una canción en español (en una nueva oportunidad para que los personajes de Ruiz canten en castellano, aunque estén en cualquier país). Poco después, los adultos juegan a otro juego de sombras chinas —las que ya vimos en el corto del mismo título y también en su montaje de Bérénice— mientras la voz en off de Manoel dice: “los adultos también jugaban. Convocaban a las sombras de los fantasmas. Llamaban a eso el cine. Hay que decir que en mi lugar de infancia no había más que dos cines en toda la isla y no estaba la televisión”. Es como si Ruiz intercalara un recuerdo de su propia infancia y se identificara con su personaje infantil. 

R: ¿Cómo si se hubiese devuelto por unos minutos a su vieja casa de Quilpué? Recuerdo haberle escuchado a Ruiz historias de sus idas al cine ahí, y también relatos de esa ciudad repleta de fantasmas.

P: Hay algo ahí que se emparenta con cierta literatura latinoamericana de principios del Siglo XX, en que se usaba mucho esta idea de la imagen fantasmagórica, usándola como representaciones, como una especie de inquietud por un cine que estaba naciendo. Pienso en los cuentos de Horacio Quiroga, y algo de la poesía de Enrique Lihn. Una añoranza de lo que no se tiene, pero también un vínculo con esa forma de diversión que no se puede ni debe acabar, que sigue presente.  

R: La idea de entretenciones infantiles que te distraen en tus ratos muertos, pero que además te aterran (y esa es precisamente la idea, que te aterren) comienza a dominar la serie, a partir de aquí, y acaba por apoderarse de todo lo que vemos. A ratos, pienso que Manoel y sus compañeros del colegio deben asemejarse en más de algo a las pandillas infantiles de Ruiz: niños que crecieron sin televisión ni juguetes digitales, condenados a dejar pasar la tarde y que tenían permiso para ir al cine sólo en las matinées de los domingos. En esas condiciones, no me extraña que estés rodeado de magia, invenciones y espantos, Incluso si no te los encuentras, te los inventas.

Q: Pero insisto en que los terrores más peligrosos y más siniestros provienen de las instituciones que les transmiten a los niños un imaginario adulto cargado de deberes, ejemplos morales e ideas de progreso represivas que en la serie están encarnados en el actor que primero hace de maestro y luego de conductor de una radio que se llama Serenidad y transmite para los niños internados en los hospitales, aportando “serenidad a todos los incurables en sus camas de sufrimiento y miseria, a los queridos deficientes, tuberculosos, amputados y cancerosos”. Imagínense. Nunca pensé que a alguien se le podría ocurrir algo así, es una idea mortuoria en clave Madre Teresa. 

P: Es muy interesante cómo hacemos ese ingreso a Radio Serenidad. Manoel está en la cocina con su tía escuchando la radio, nos acercamos al aparato y a través de él entramos al set donde está este personaje nefasto dándole consuelo (o algo así) a sus oyentes. Es una ventana dentro de otra. 

R: Una variación de la clásica fantasía infantil de asomarse al interior del aparato y mirar a los hombrecitos que están ahí dentro, parloteando en su cuartel general. Décadas más tarde, Ruiz va a mandar a construir una radio gigante para Cofralandes, así que esa idea no lo abandonará.

P: Sin embargo, me asalta la duda: ¿es esta isla un lugar mágico y tenebroso donde puedes hacer realidad tus sueños, tal como les pide el profesor a sus alumnos, en el picnic? Tal vez el único que logró materializar un sueño fue Manoel. 

R: Pero, ¿cuál de todos? Hay muchos dando vueltas. El de convertirse en grande. El de salvar a su familia. El de librarse de su tía y parentela. El de salvar al capitán… Pero mejor lo dejo hasta ahí, porque eso último es del capítulo siguiente.

Q: Sin embargo, conviene adelantar la aparición de un personaje que será decisivo en la tercera parte: Marilina, la campeona de ajedrez, una niña prodigio de la edad de Manuel que Radio Serenidad le pone como ejemplo a todos los niños de todas las islas del mundo ("Madeira, Kon-Tiki, Chipre, Santa Elena"). Marilina, según la describe el maestro/animador es el resultado de los experimentos del Dr. Luis De Freitas, quien hizo fecundar paralelamente dos óvulos de mujeres nativas por los espermas de dos premios Nobel y después practicó una fecundación de segundo grado entre los dos fetos en el vientre de la otra mujer famosa de Madeira, una saltadora en largo, que murió pero su cuerpo quedó en hibernación para que pudiera nacer Marilina. Eso que les acabo de contar es una cita textual del guión, es uno de los disparates más desopilantes pero también más truculentos que yo recuerde haber escuchado como metáfora de la creencia en la ciencia y la tecnología. El maestro, la radio, Marilina y todo lo que los rodea es una pesadilla flaubertiana: el positivismo expuesto como horizonte de tortura infantil, de pérdida de toda libertad. Quiero decir, que esa infancia de la que Manoel también quiere huir está amenazada por esa radio que, lejos de entretener, transmite un mensaje orwelliano. Ese es el verdadero terror de los niños. El ser adoctrinados por un mensaje que los condena a la obediencia eterna y a la admiración de los personajes más monstruosos. No sé si hay otro director que haya tocado este tema como lo hace Ruiz aquí. Para mí es la gran sorpresa de esta película terriblemente singular que, una vez más, despliega una multitud de sentidos cada vez que la veo.

R: “¿Por qué no puedes ser más como Marilina?”, le dice la tía a Manuel. Eso desde ya basta para incluir a esta niña genio entre los mil y un monstruos ruicianos. Una bestia. 

Q: Nos reencontraremos con Marilina en la tercera parte. Creo que vamos a soñar con ella toda la semana.