Diálogos Exiliados (31): La ciudad de los piratas

Como si la experiencia de Las tres coronas del marinero lo hubiera dejado con gusto a poco, en la película que filmó a continuación Raúl Ruiz redobló su exploración en los límites del género fantástico y el cine de aventuras. Eso sí, tanto crítica como público pasaron de largo; en lo que a ellos concernía La ciudad de los piratas apenas si existió. Al director no podía importarle menos: estaba demasiado ocupado dejando correr libre su torrente de imaginación.

La ciudad de los piratas (1983)

 

Christian Ramírez: Mientras iba viendo esta película me fui llenando de conjeturas. Algunas terminaron siendo ciertas, otras se quedaron en el aire, pero mi impresión de entrada es que Ruiz está aquí tal como cuando filmó La vocación suspendida: planeando sobre un territorio nuevo que todavía no comienza a cartografiar; por eso hace lo que hace. Está dispuesto a sacrificar inteligibilidad en beneficio de expandir más y más su imaginario.

Quintín: Yo creo que, a diferencia de Las tres coronas del marinero, aquí Ruiz se divierte, hace lo que quiere y tiene una actitud mucho más amable: me reí viendo la película, me gustó mucho la fotografía, me encantó la actriz, entré en todos los juegos que propone. Es más, creo que, al principio, la película empieza trabada y después se suelta, se libera e incluso se embellece. Creo que Ruiz logra demostrar que no es necesario narrar de un modo convencional, pero tampoco hace un cine experimental, programático. Cuenta una historia, dos historias, diez historias, pero la trama no importa; es puro juego con el folletín, con el cine, con el paisaje, con los personajes. Creo que es una película muy rica, repleta de invenciones.

Alejandra Pinto: Siento que además tiene puntos de entrada muy accesibles. Posee momentos comiquísimos, pero también un tinte de historia de terror que asoma en muchas interacciones que lleva a cabo la protagonista. Está perdida, tiene esta historia de vida muy dolorosa, pero que nadie quiere escuchar. Su padre adoptivo quiere que se suicide… Isidore está ahí para hilar todas las historias, para dialogar con los otros personajes —que son muchos, aunque estén encarnados en uno solo— y termina siendo una especie de médium sin que lo haya buscado. En ese sentido, se parece mucho a nuestras heroínas de culebrón. 

Q: A mí algo que me divirtió mucho es que toma la dualidad de Norman Bates, el personaje de Psicosis que se dividía entre el hijo y la madre, y lo expande. Toby —el protagonista masculino de la película— no es sólo una personalidad doble, sino que tiene en la cabeza una familia completa. Pero además esos personajes dialogan entre sí, se multiplican (hay una escena en la que se pasan una calavera como si fuera una pelota y el contraplano es siempre del mismo actor haciendo otro papel distinto), se enfrentan, se matan. Toby es como una obra de teatro que tiene lugar dentro de un único cerebro. Pero Isidore, la protagonista, también se desdobla, lo mismo que el chico. Como dice Alejandra, es muy divertido también el juego con las películas de horror, pero también con las de aventuras y con otros géneros también.

P: Cierto. No sé si esto es una etapa, pero en Las tres coronas ya teníamos ese acercamiento a las novelas de aventuras. Aquí tenemos además algo parecido a La Bella y la Bestia, o La reina de las nieves.

R: Mucho más que en Las tres coronas está la sensación de que Ruiz tiene una suerte de cazuela prendida a fuego lento, a la que le va agregando ingrediente tras ingrediente en busca de mayor enjundia. Pero aquí nuestro hombre opera con cierta ventaja: ya no tiene que hacer como si la historia que estuviera contando  fuese “normal”. Por eso se justifican tantas idas y vueltas, tantos paréntesis narrativos y tantos escapes y salidas de tarro. De hecho, les propongo un ejercicio: que cada uno cuente de qué se trata la película, en un párrafo. Apuesto que nuestras tres versiones van a ser diferentes.

Q: No estoy tan seguro. Para mí está claro que la película tiene dos partes muy diferentes (esto lo dice el propio Ruiz). En la primera, Isidore vive con sus padrastros en una situación asfixiante que no excluye el incesto y tiene un novio igualmente sórdido. A su casa llega el chico (Melvil Poupaud) con un anillo que brilla y transforma toda la situación. El es un niño asesino que la lleva a Isidore a matar también (entre los dos producen las muertes) y a huir de ese mundo convencional burgués y perverso. Tras la huida, aparece en un castillo en la isla de los Piratas, donde cae prisionera de Toby y su familia imaginaria. Al final, las dos historias se unen alrededor de una tercera, que es la de Don Sebastián, el gran mito portugués y su culto esotérico. Bueno, a grandes rasgos creo que la película va por ahí.

P: Leyendo esto, ahora estoy segura de que tenemos versiones diferentes. La película se trata de Isidore, una mujer que ha sufrido mucho en su vida y que ahora está atrapada como hija adoptiva de un matrimonio que abusa de ella como criada. Un niño fantasmal la ayuda a escapar, asesinato mediante, y luego termina presa de un sujeto con múltiples personalidades, que parecen ser su familia. Ella al principio se resiste, pero luego termina entendiendo la dinámica de este personaje, al punto de descubrir que el niño que primero la ayudó, también forma parte de este embrollo familiar. Isidore termina haciéndose parte de todo esto, y defendiendo esta forma de mirar el mundo. 

R: La ciudad de los piratas es una historia de iniciación que Ruiz encapsula en dos partes, cada una cruzada por un conjunto de asesinatos. Al centro de todo se encuentra Isidore, una joven que vive en una casa en la orilla del mar junto a un padre y una madre que al final del día organizan sesiones espiritistas para invocar el espíritu del hermano (¿gemelo?) de Isidore, muerto hace mucho. Una de esas noches y desde el fondo de su ropero, Isidore divisa a Malo, el niño invocado, que no es más que una suerte de espejo de sí misma (su otro yo), aparecido para hacerla despertar. Este despertar implica degollar al padre, huir de casa y castrar al novio (figura masculina que, tal como el padre, está ahí para subyugarla). Del río de sangre del novio emerge el mapa de la Isla de los Piratas (que ya habíamos avistado en la mejilla de una pareja de policías que visitó el hogar); hasta allí llegan Isi y Malo, quien inesperadamente se desvanece al aparecer la segunda figura especular: Toby, un hombre adulto que contiene dentro de sí a una verdadera multitud de personalidades. Aunque parece estar sometida a sus designios, es claro que desde el principio Toby pinta como potencial víctima del sonambulismo asesino de Isidore. De cara a lo inevitable, él mismo “asesina” a sus otras identidades y luego se ofrece como cordero sacrificial para la segunda parte del ritual, en la que Isidore emerge como madre, padre, hermana y hermano de sí misma. Dueña de su destino. ¿Le puse mucho color?

Q: No, creo que todavía se le podría poner más… Por ejemplo, la idea del periódico que aparece en todos los escenarios y cuenta un crimen original cometido por Malo en San Sebastián (esto se conecta con Don Sebastián, la figura a la que aludía antes). Ruiz combina todos los significantes, no se pierde ninguna oportunidad. En eso reside buena parte del juego.

P: Creo que entre las tres versiones, está clarísimo cuáles fueron los focos para cada uno. Y esa idea de los personajes leyendo el periódico es muy buena, sobre todo porque la pobre Isidore desea contar su historia con ansias, pero nadie parece escucharla como ella quiere. Debo confesar que me reí mucho con eso. 

Q: A mí lo que me maravilla es que en ese contexto, con ese grado de truculencia y de grotesco, florezca en la película una veta romántica, una explosión de sensualidad que no sé si estaba presente en alguna de las películas anteriores. Esa potencia es la que le falta a Las tres coronas del marinero, donde está insinuada pero Ruiz no se anima a explorar ese tono. A veces tengo la sensación de que Ruiz reprime, como si hubiera hecho un voto de austeridad (o de castidad), en todo lo que vaya en esa dirección. Pero aquí aparece mucho más nítida y explota cada tanto.

R: Son como arrebatos. En ese sentido, es buena la conexión que Ruiz hace con Raymond Roussel, el escritor de Impresiones de África (originalmente y, a manera de homenaje, el director pensó llamar al filme Impresiones de Chile). Roussel tiene fama de ser uno de los precursores del surrealismo —aunque más bien es una suerte de pariente cercano—, por las imágenes desquiciadas que evocaba en sus poemas, que iban desde el romanticismo más arrobado hasta detalladas descripciones de escenarios de espanto. Nunca encajó bien en su época, y algo parecido le ocurría al propio Ruiz con su desatado imaginario. Mientras uno ve Las tres coronas da la impresión que en cualquier instante la represa que aloja todas estas ficciones se resquebrajará dejando correr sin obstáculos un torrente de imaginación, pero sus películas finalmente demuestran ser un dispositivo contenedor de éstas. En La ciudad de los piratas, en cambio, la llave corre abierta y no hay tapón que ataje el agua: somos testigos del despliegue furioso de un escenario alucinado tras otro, sin medida.  

Q: Así como Ruiz se autodenominaba un Borges en broma, creo que también es un Roussel en broma. Roussel escribía en base a procedimientos abstractos y dentro de ellos aparecían sus disparates. Ruiz filma conociendo la existencia de Roussel y lo usa como referencia y antecesor. Pero, para mí, su intención va hacia la deconstrucción del cine o, mejor dicho, hacia la ampliación de sus posibilidades. Es cierto que, así como Roussel era un escritor de culto (o, mejor dicho, lo es ahora) que creía que sus obras delirantes iban a ser inmensamente populares pero nadie las leía, una película como La ciudad de los piratas no podía gustarle al gran público (de hecho, cuenta Ruiz que hizo siete mil espectadores contra los cien mil de Las tres coronas). Pero no sé si hoy no sería una fiesta si alguien la reestrenara o la emitiera con una presentación adecuada. 

P: Ahí es donde nos enfrentamos a un tema que, asumo, nos va a perseguir por mucho rato: estamos viendo estas películas preciosas que no prendieron en su momento. ¿Era este señor un adelantado a su época? Todavía estoy pensando en eso.

Q: Yo creo que Ruiz era un adelantado a esta época. Aun cuando su filmografía terminara aquí, con La ciudad de los piratas, estaría muy por delante de todo lo que se hace ahora.

R: Yo creo que también era un atrasado crónico al tiempo en el que vivió. Con Ruiz pasa algo extrañísimo, las invenciones visuales que emplea a veces lucen muy a la vanguardia, pero también pueden verse deliberadamente anticuadas: trucos ópticos hechos en cámara, filtros, lentes distorsionados que no habrían estado fuera de lugar en 1910. En ese sentido, la fotografía del portugués Acacio de Almeida, con el que volvería a colaborar muchas veces, es la perfecta continuación de la ruta que ya había emprendido con Sacha Vierny y Henri Alekan. Entiendo que algunos han bautizado esto como “barroco” —a mí no me parece—, pero no me negaría a calificarlo como acto de magia. Ruiz como un contemporáneo de Méliès y Max Reinhardt.  

P: Pasando a otro tema, creo que no hemos comentado la presencia del niño Poupaud en esta película. En algún momento, Ramirez comentó que él era una suerte de alter ego de Raúl Ruiz. Si es así, ¿qué es esta perversidad de instalar a la imagen viva de la ternura y convertirlo en un mini asesino? ¿Qué pasa ahí con el mismo autor? Creo que ahí también están presentes las dualidades de las que hablaba al principio. En un mundo que insiste en oposiciones de bueno/malo, Ruiz nos dice que no todo tiene que verse así, que también hay perversidad en lo que nos parece “bueno”. Es una tremenda estocada que le da a sus espectadores. 

R: Hay algo de juego detrás de la operación. Pero, interesantemente no es un juego perverso, ni tampoco autobiográfico. ¿Se acuerdan de los niños caníbales de El territorio? Malo/Popaud funciona en esa cuerda. No es un chiquillo que se abre a conocer el mundo o el bien y el mal, como podría pasarle al Jim de La isla del tesoro. Más bien se parece al hijo del marino en Las tres coronas: un anciano en el cuerpo de un infante. Lo divertido es que, puesto en ese trance, se nota que Popaud lo pasa de maravilla interpretando sus líneas de guión: siendo el pequeño demonio (o al menos el demonio interno) de esta fábula inmoral.      

Q: Creo que a Ruiz le molestan todos los lugares comunes. En este caso, la ternura y la bondad de los niños. La gracias es que el mundo está compuesto de lugares comunes. Sus películas son una batalla en todos los frentes contra ellos.

P: He estado leyendo los diarios de Ruiz y me surge esta sensación de que es capaz de estar en en muchos lugares al mismo tiempo, pensando en muchas cosas a la vez. Tiene una mirada sobre todas las cosas, y asumo que desde ahí también se escapa de lo binario. Su escape de los lugares comunes tienen que ver precisamente con que él no observa cosas que estén en un molde. Creo que eso hace que todo sea tan vívido y refrescante, y por lo mismo, tan atemporal. 

R: Viendo la película, lo que emerge por oposición a lo binario es una suerte de androginia. Isidore (nombre masculino) aquí es ocupado por una mujer. Toby contiene las personalidades de su madre, su hermana y su abuela. Es más, uno podría decir que, hasta cierto punto, las entidades de Isidore y Toby son intercambiables. Por la inversa: todo aquello que no comparte esa androginia está en peligro de eventual asesinato y amenazado de desaparición: el padre, el novio, la pareja de policías. Creo que esa ambigüedad es algo que Ruiz no había abordado antes, y ayuda a explicar ciertos componentes de su cine que hasta ahora figuraban si no clausurados, al menos sumidos en una especie de niebla. 

Q: Hasta acá las mujeres estaban un poco escondidas en su cine: esta es la primera película en la que una mujer es la protagonista absoluta. Y allí hay un mundo que se abre. Vamos a terminar concluyendo que Ruiz fue también un adelantado del feminismo.