Cine en cuarentena (6): La ventana indiscreta
La ventana indiscreta es una excelente metáfora del miedo que paraliza. Hitchcock sabe muy bien diferenciar el suspenso del miedo. El suspenso es el mecanismo que utiliza para dilatar el relato. Pero el miedo es lo que tiene el personaje. Por el miedo Jeff deja de creer en el cariño de los otros. Por el miedo Jeff disputa y se distancia de aquellos que no ven lo que él cree ver. Por el miedo Jeff se pasa películas y no duerme. Por el miedo a saber qué pasará luego de su encierro forzado, si tendrá o no campanas de boda, si habrá o no un cambio en su vida. Jeff peca de hiperrealista, teme que su relación con Lisa se le escape de las manos, se evade de la aventura que la vida le depara.
Siempre me ha llamado la atención la neurosis de ese fotógrafo atrapado en su departamento con una pierna en cabestrillo. Nunca entendí el origen de su neurosis, un fotógrafo tan destacado con portadas de Life. Y menos entendía cuando veía llegar a su prometida, una mujer más que maravillosa y tolerante, que se desvivía por atenderlo y hacerle mejor su vida. Pero Jeff respondía con indiferencia. ¿Por qué Jeff, qué te pasaba? Es cierto que Lisa Fremont es una mujer de alta sociedad y él un fotógrafo free lancer que vive al día y no le da para tener un departamento en un buen barrio. Jeff puede salvar este desajuste social puesto que no es un predicador social. Pero ahora que he pasado por cuarentena puedo verlo de otra manera.
El departamento de Jeff está encerrado en un patio que da a otros departamentos, tan precarios como el suyo. El único hueco al exterior lo constituye un pequeño espacio entre las edificaciones de enfrente, por donde podemos seguir algunos vehículos que transitan por la calle. Más potente para salir del enclaustramiento son los sonidos que se cuelan particularmente de noche. Este espacio hitchcokiano es realmente un encierro para cuarentena. Jeff se ve obligado a comunicarse por teléfono con el exterior como en toda cuarentena, y luego se ve obligado a mirar por la ventana a lo único que se le presenta en su horizonte de observación: los destartalados departamentos de enfrente. Es un hombre sitiado, visitado por una enfermera samaritana, con la cual discute sin razón, y enfrentado a rascarse su pierna escayolada con un puntero. El hombre se aburre de tanto mirar las ventanas de los otros, de descubrir algunos girones de vida allí fondeados, de urdir historias imaginarias con esas vidas y de girar su cómodo sillón para dar la espalda a los vecinos y dormir profundamente.
Pero Jeff tiene suerte de que alguien entre en su departamento y rompa la cuarentena, y lo salude efusivamente con un beso en sus labios, y que él entreabra sus ojos para descubrir el más bello rostro de la historia del cine. Esto se llama estar sobrado de cariño. Lisa llega para consolarlo, después de dejar su espléndido departamento, luego de un día ajetreado, llega para ordenar el poco aseado lugar de Jeff. El hombre se extraña con este gesto que lo supera, más aún cuando Lisa va a la puerta y ordena entrar a un delivery. Y pensar que nos sentimos tan modernos cuando los delivery nacieron hace muchísimo tiempo. Por supuesto que este sí era delivery de verdad, no los chascones que llegan en moto a entregarte una pizza fría. Pero esta idea premonitoria de Hitchcock acentúa el lado cuarentena de La ventana indiscreta. Y más aún, ¡este es un tipo con suerte! Lisa no ha olvidado el champagne para amenizar la soirée. Para Lisa este encuentro es casi una celebración, con un buen menú y un vino descorchado por un mozo, que crea todas las condiciones para tener una grata noche. Pero el hombre es porfiado, se pone a discutir con Lisa si es conveniente o no casarse dadas las diferencias económicas y sociales.
Y es aquí donde podemos utilizar la experiencia de cuarentena. Es cierto que el encierro trastorna si no logramos salir mentalmente de él. Empezamos a girar en banda, que vamos a quedar sin empleo, que no nos pagarán, que no creemos en las noticias que majaderamente hablan de una epidemia en aumento, que la pandemia no nos puede tocar, que la delincuencia sigue asolando la ciudad, que los demás son unos estúpidos que se van a meter en los supermercados, que los vecinos ya se me vuelven insoportables, y que esto será interminable. Y qué sucede en nuestro alrededor, que tenemos un alto de libros sin haber tenido tiempo para leer, que tenemos un montón de correos sin responder, que tenemos una gran lista de música sin escuchar, que tenemos todo el tiempo del mundo para cenar en familia con toda tranquilidad, que no tenemos que salir para hacer compras. Y la celebración: que podemos levantarnos a la hora que queramos, que no hay que correr ni en auto ni en metro, que nadie nos puede obligar llamándonos por teléfono a las tres de la mañana, simplemente porque no puedo salir, no puedo romper una obligación legal. Hay dos actitudes frente a la cuarentena: o quedarnos mirando las paredes o utilizar el tiempo que nunca habíamos tenido, porque incluso en vacaciones perdía todo el tiempo en la playa. Ahora podemos leer de verdad sin terminar tostados y con insolación.
Que el exterior es preocupante, si lo es. Que no podemos hacer nada mejor que aislarnos también es verdad. Pero ambas opciones no se oponen. Podemos seguir los acontecimientos y absorber una dosis de angustia todos los días, pero también podemos tomar un computador, como yo lo he hecho, y tirar algunas líneas. La primera opción terminará por provocarnos un miedo paralizante. Para la segunda tenemos otras opciones: llamar a los amigos y hablar con libertad, usar el FaceTime para hablar con parientes en el extranjero que nunca hacemos, perder tiempo en revisar nuestra biblioteca, y si te nace, poner un poco de orden como Jeff no lo ha hecho. O sea, abandonar la parálisis que nos aqueja.
Jeff hace todo lo que no se debe hacer en cuarentena. No le basta ofender a su prometida acusándola de falta de conciencia, haciendo que Lisa huya ante este novio ingrato que ha venido a aliviar. Menos reprenderla por no hacerle caso por el asesino, que tiene de vecino, amenazando a su mujer. En la noche, durante una tormenta eléctrica, Jeff ha escuchado a la mujer gritar “¡no!”, y en seguida un ruido de cristales rotos, más tarde se ha despertado para observar al potencial criminal abandonar la morada. Su relato linda en el delirio. El film se desarrolla con Jeff a la defensiva, no aceptando otra verdad que la que él imagina. Para acabar con esta historia Lisa lo visita nuevamente decidida a romper el delirio internándose en el departamento del hombre criminal, rescatando un anillo que será la evidencia buscada y haciendo del anillo la promesa de un pacto nupcial. Lisa, más allá de la cuarentena, no se paraliza, pasa a la acción y se revela la verdadera protagonista.
La ventana indiscreta es una excelente metáfora del miedo que paraliza. Hitchcock sabe muy bien diferenciar el suspenso del miedo. El suspenso es el mecanismo que utiliza para dilatar el relato. Pero el miedo es lo que tiene el personaje. Por el miedo Jeff deja de creer en el cariño de los otros. Por el miedo Jeff disputa y se distancia de aquellos que no ven lo que él cree ver. Por el miedo Jeff se pasa películas y no duerme. Por el miedo a saber qué pasará luego de su encierro forzado, si tendrá o no campanas de boda, si habrá o no un cambio en su vida. Jeff peca de hiperrealista, teme que su relación con Lisa se le escape de las manos, se evade de la aventura que la vida le depara. El miedo que siente Jeff no es frente a una amenaza externa como puede ser una epidemia, no, es el miedo a vivir. La vida le indica que no puede seguir remando en contra. Hay momentos en que hay que dejarse llevar por los acontecimientos. Estamos llamando a ser creyentes de un mundo mejor. Sino, la vida te devolverá otra pierna rota. Gran película de un vidente.