Tierra sola (1): Carta desde lejos
Estimadas y Estimados lectores, Me gustaría hablarles de esta película. Se llama Tierra sola y la dirigió Tiziana Panizza. Al principio la directora, que actúa como narradora, o mejor dicho como escritora, le habla a alguien, quizás a nosotros. Viene de ganar un festival de cine documental chileno y ya algunos colegas la habían comentado en este blog (Informes XXI FIDOCS). Tiziana es una asidua cartista, según he leído, pues no he tenido oportunidad de ver su trilogía epistolar. Lo que les quería decir es que al principio ella escribe: “Pero no sé cuál es la relación entre estar lejos y ser libre”, y ahí yo creo que se condensan varias cuestiones de este film. Porque se trata de una película sobre viajes, sobre películas de viajes y, al mismo tiempo, sobre el encierro, sobre vivir en una isla o quedar encerrados en un país. Creo que una de las muchas cosas que les podrían interesar de esta película es que está escrita como una carta. Claro, si es que les gustan las cartas y no les incomoda el gesto de intimidad que supone retomar una conversación supuestamente interrumpida como una excusa para contarles algo que quizás no podrían escuchar de otra forma. Como en una carta, la escritura de la narración reemplaza la presencia corpórea y personal de una clásica voz en off. Ese gesto a mí me gustó, pero me imagino que, como yo, no van a evitar ponerle a las palabras escritas una voz familiar encima. Qué diría Derrida. Para mí fue la voz de Gloria Carrión Fonseca en Heredera del viento (la había visto hace poco, aunque esa película más que una carta es un ensayo) y luego la voz francesa de Chris Marker en Sans Soleil. Ya habrán notado que ambas películas también hablan de viajes y tierras lejanas. La escritura y el contenido de la escritura en Tierra sola, que cuestiona el acto de registrar fílmicamente tierras lejanas, me recordó además -y precisamente porque la etnografía va a ser un referente en el film- la relación entre etnografía y diario personal o cartas personales; más en específico, las polémicas que se levantaron cuando a los etnógrafos famosos les publicaban sus escritos personales (Los diarios de Malinowski, por ejemplo). Se los cuento porque la escritura como narración en esta película también parece ser una suerte de crítica sobre la acción etnográfica, al revelar sus obsesiones y entrampados, y se va correspondiendo con lo que sucede a otro nivel, a nivel de las imágenes, el archivo y el montaje. Pero voy a volver sobre eso de estar lejos y no ser libre. Estar lejos puede ser estar en medio del océano Pacífico, como Rapanui, la isla y la vida que llena de contenido el film. Siempre puede llegar otro y sus armas a encerrarte, a transformar en extranjera la tierra en que has crecido y en objetos de estudio tu cuerpo, tu cotidianeidad y tu familia. Asimismo, en medio de esa lejanía o de la opresión, las personas pueden desear ser libres y escapar, por más que el muro sea un océano inabarcable. La película recorre esas distancias con un relato armado quirúrgicamente que no pierde nada en poesía. Por otra parte, estar lejos también puede ser viajar para intentar conocer, intentar registrar, ser un etnógrafo (o un documentalista) y ahí, en la mayor lejanía, encontrarse menos libre que nunca, preso de la máquina para percibir que tu cultura te ha heredado, y aun así no poder encontrar nada nuevo, repetir sin saber que repites. Porque debo advertirles que en la película verán otras películas. Se trata de las películas que la directora recolectó y que fueron grabadas en Rapanui entre 1940 y 1970, que son recortadas y desplegadas intercalándolas con el registro actual, con las historias y con los testimonios de los habitantes de la isla. En ese aspecto hay un trabajo con el archivo y con la textura del material análogo, pero más aún con la repetición. Es como los juegos de nudos y manos que van a poder ver en la cinta. La directora nos dice que busca patrones en estas películas viejas sobre Rapanui. Entonces vemos cómo las distintas películas del “cine etnográfico” van repitiendo tomas, palabras, relatos. En el encuentro con los patrones repetitivos no encontramos a Rapanui, sino a ese exótico cine que, yendo tan lejos para encontrar un “objeto” nuevo, no hace sino decir lo mismo varias veces. Estarán de acuerdo en que este es un truco notable y quizás puedan pensar en otros trabajos con archivo y montaje que logran algo de esta vuelta perceptiva (ya mencioné Sans Soleil de Chris Marker y puede ser Nas vek ou Mer dare de Artavazd Pelechian, tal vez). En esto pesa una acusación al cine etnográfico como un cine profundamente narcisista, en otras palabras, superficial. Pero no crean que esto es puro material de archivo. Si bien el ritmo del montaje sobre los materiales análogos resulta fascinante desde la entrada, el avión aterriza a través de un cambio de materialidad absoluto cuando se introduce la cuestión de la cárcel de Rapanui. Se trata de un cambio de lo análogo a lo digital, del 4:3 al 16:9, que es como un salto, y entonces de nuevo hay que notar un arte de Tiziana operando sobre nuestra percepción. La historia de la cárcel no es gratuita y será introducida desde la historia de una casa de gobierno, concreción del asentamiento del poder colonial en la isla. Pero también permitirá hablar del intercambio entre isla y continente, la relación con los uniformes, con la justicia, en suma, con la ley y el orden impuestos. Sin embargo, es un registro de otro tipo, un registro observacional y limpio que da evidencias de actualidad borrando, a mi parecer, sus marcas como registro registrado. La documentalista es consciente de este problema y lo aborda varias veces en la escritura de la narración, en ocasiones de un modo que se me volvió reiterativo (pienso en las múltiples definiciones de “cine etnográfico” que se ensayan). Si Tiziana le critica a los etnógrafos que usan la cámara de la misma forma en que usan ciertas palabras de buena crianza (“de manera descuidada”, rellené yo mentalmente), su cámara para la cárcel será lo opuesto a una cámara en mano aficionada. La cárcel ofrece una metáfora de la isla en su conjunto, siendo una especie de isla dentro del sistema carcelario chileno (basta que vean la integración de los presos a la economía local), que también puede ser tomada como una isla dentro de la isla, un espacio desde el cual partir para mirar las distintas facetas de la vida en Rapanui, que es lo que empieza a entrelazar desde ese momento la película. Les mentiría si les dijera que no dude de esta introducción, si bien la vida de la cárcel es igualmente interesante como entrada múltiple a otras historias, me pregunté si allí no había acaso una película aparte. De esto último también les quería hablar. Creo que, así como el cine etnográfico retratado en la película no nos deja de parecer otra cosa que un barniz científico hecho a traje para el colonialismo (y que, de hecho, ha experimentado a nivel disciplinar diversas reformulaciones críticas desde entonces), el documental enfrentado a la cuestión de su propia reflexividad fílmica también alcanza un límite difícil. Pienso que un gran logro de Tierra sola es que se sostiene en un cuestionamiento del documental como registro de mundos a los que no pertenecemos, aplicado a la historia de los registros audiovisuales de Rapanui. Y, sin embargo, esa reflexividad no se vuelca sobre la sección de la cárcel: sin más, la única mención al hecho de que hay alguien grabando la hace otro camarógrafo, que le pregunta al equipo si están listos para empezar. Hay una intención de desaparecer como productores de las imágenes que resulta hasta irónica (quizás a propósito) con el resto de la película. Entonces me queda la duda de si acaso esta reflexividad crítica omitida en el registro realista, estas declaraciones de la carta que vamos leyendo, solo se apliquen a lo que se ha registrado en análogo pero no a lo digital (ahí Tiziana nos va a poner una trampa), introduciendo una especie de fantasma del que el film intenta arrancar: el fantasma de estar, a pesar de todo, haciendo un film etnográfico, objetivando y registrando para conservar sin saber para quién se conserva. Claro, esto solo se podría aplicar a la sección de la cárcel y la actualidad de Rapanui; otros elementos del film vienen a contradecirme, ya sea el tratamiento usado con los actores locales cuyas voces nos relatan historias del pasado de la isla, o el registro que nos muestra esta misma actualidad reintroducida ahora a la materialidad análoga, en una suerte de compensación histórica que el celuloide ofrece a la isla. La película es compleja y esta sospecha mía no tiene por qué hacerles pensar a ustedes que no merece su tiempo. Por mientras les dejo en el aire esta posibilidad, para cuando vayan a verla, y así conversamos después: que no por irnos muy lejos (en la técnica, en el montaje, en la reflexión) significa que ya seamos libres. Cordialmente, César Castillo Vega Nota: 9/10 Título original: Tierra sola. Dirección: Tiziana Panizza. Guión: Tiziana Panizza. Producción: Soledad Silva, Macarena Fernández. Fotografía: Pablo Valdés. Sonido: Claudio Vargas. Montaje: Tiziana Panizza, Coti Donoso. País: Chile. Año: 2017. Duración: 107 min.