Sentados frente al fuego (Alejandro Fernández Almendras, 2011)

Sentados frente al fuego, segundo filme de Alejandro Fernández Almendras luego Huacho posee tiempo decantado, sin prisas. Eso, en el marco de la película, no pertenece a una gratuidad en el estilo, a la exhibición de un artificio formal, o a una moda estética, todo lo contrario. Lo que se encuentra en esta película es fruto de una sensibilidad e inteligencia narrativa singular, un fruto decantado, hasta diríamos, razonado, sobre la puesta en escena y el tema que aborda, en trazo grueso: el duelo.

Cierto obscurecimiento melancólico que en Huacho podía leerse como la mirada sin aspavientos a las realidades de la provincia y el campo, al cambio de los modos de producción y vida, a lo que la modernidad progresivamente va dejando como rastro y residuo de sí misma, abandonando y precarizando vastas zonas de la vida fuera de la ciudad. Una poética social que ahondaba en las condiciones sociales y concretas de sus personajes, y en la cual podía leerse un cierto tono analítico y descriptivo de tales condiciones bajo un estilo realista. Por todo ello, Huacho lograba dar una mirada crítica y a la vez distanciada a los procesos de modernización  focalizada en sujetos sociales concretos. ¿Un realismo tardío basado en una política del encuadre, del plano justo?

En Sentados frente al fuego lo analítico ha pasado a la narración. Es menos el encuadre que el fuera de campo, y es menos la descripción que una atmósfera general que va, como si un descascaramiento se tratase, ahondando en el tiempo interior del personaje central. Fernández Almendras sigue teniendo esa devoción por un modo de vida, la vida social del trabajo, del campo, del arado, del hacer como huellas de un quehacer más general (una cultura), materializada en un saber-hacer, saber-vivir. Pero con inteligencia, Fernández establece un juego entre escenas recortadas en elipsis de tiempo, atendiendo a un título en cada entrada (citas del diálogo que veremos en la escena entrante). La narración juega aquí a retardar el evento, otorgar herramientas al espectador para suponerlos o, mejor aún, comprenderlos. Esto le otorga al espectador un doble rol: el de intentar hilar información, relacionarlo con el texto escrito y a la vez, adentrarse en el universo representado. El tacto de Fernández Almendras es saber usar esto con cuenta gotas. Nos damos cuenta que aquello sobre lo que gira el filme es menos lo aclaratorio – obtener datos concretos – como lo indagatorio.

Sentados frente al fuego pareciera a ratos girar en torno a un objeto vacío o vaciado de sentido (un fuera de campo que crece en cada minuto, un objeto denegado, una ausencia). Un sentimiento de pérdida, un paisaje afectivo y afectado que por su misma denegación vuelve para dejarnos con una emoción, una tristeza, que contiene distintas capas: históricas, sociales, afectivas, humanas. Por todo ello, Sentados frente al fuego, destila madurez y distancia creando un universo ficcional que a primera vista pareciera simple, pero cuyas dimensiones humanas son complejas. No hay aquí ni falsa empatía, ni chauvinismo populista. Me parece que aquello de lo que se hace cargo es una doble dimensión social – como cultura, trabajo y hacer- y humana- como afecto, pérdida y paisaje.

Lo de Fernández Almendras no es juego. Como cineasta pareciera comprender cierta dimensión histórica profunda del cine, cierto anacronismo, cierta concepción de algo que debe hacerse- como sus personajes- sin prisas, construyendo plano a plano, con detalles, un mundo del cine y una imagen cinematográfica del mundo.

Por: Iván Pinto Veas