Petit Frère (2): Miradas que no se tocan

Todo documental, de uno u otro modo, redunda en la garantía (o no) de sus documentos, en la exploración o exhibición de sus maneras de documentar. Quizás una de las dificultades mayores de ese ejercicio aparece cuando, además, dichos documentos no provienen del pasado sino del presente y todavía constituyen piezas desprovistas de alguna narrativa consensuada que los organice. Es entonces que la soltura de significado puede convertirse en reproducción de estereotipos o lugares comunes.

Pienso que en ese lugar, bisagra entre los lugares comunes y la exploración de otra narrativa posible sobre experiencias (en plural) de la migración haitiana en Chile, quiere ubicarse la cinta de Roberto Collío y Rodrigo Robledo, con la historia de Wilner Petit-Frère contada en primera persona. Un documental cuyo punto de vista explora reposadamente la sobresaturación de representaciones y discursos contrapuestos sobre la migración, que funcionan como partidor de aguas en el debate público actual. Después de su estreno, pocos días bastaron para que las reacciones racistas aparecieran en las redes sociales con esa bullente violencia que las caracteriza. Miradoc el pasado lunes publicó una declaración condenando estos hechos. Los noticiarios también reverberan el conflicto. La sola exhibición de este documental es motivo de confrontaciones. Y es que ese debate no tiene tanto que ver con el documental como con ese momento en que el documental de cierto modo reemplaza a la realidad y ya no sabemos si importa más Collío y Robledo, Wilner, el redoble conservador de la reciente política migratoria en Chile (que en esta coyuntura aprovecha de propagandear sus nuevas ofertas de retorno voluntario, sin deportación) o la violencia que todavía sigue apareciendo cada vez que la chilenidad se ve enfrentada a sus otros negados, racializados, a sus enemigos internos. Algo de esas trasposiciones vimos con Una mujer fantástica, Daniela Vega y el debate sobre la Ley de Identidad de Género.  

La pregunta, me parece, es cómo se avanza desde todos los frentes posibles hacia discursos que resistan convertirse en reverberaciones de los mismos dispositivos del exotismo, que no reiteren velados paternalismos o diatribas de la lástima tan propias de cierta óptica, como la que este año apareció con Adiós Haití de Canal 13. Petit-Frère decide sortear ese problema mediante su argumento, a mi parecer, astutamente elegido: la temprana redacción del boletín “Editorial Haitiana en Chile” creado por su protagonista y publicado creole, para “mostrar algunas de las noticias más interesantes de Chile, Haití y el mundo” a los mismos haitianos. La pregunta sobre quién mira a quién, quién narra a quién, quién representa a quién, es central en este documental. De algún modo se convierte en una extendida reflexión sobre el modo hipotético de documentar lo chileno que la comunidad haitiana podría llegar a tener. Un incipiente intento de etnografía inversa o una que en su dificultad termina por mostrar dos etnografías que corren en paralelo, que no se tocan. De allí que la mirada ajena, otra, del documental hacia las vidas migrantes sea proporcional a la que exhiben los mismos haitianos sobre lo chileno. Pero es una alteridad mutua, exhibida en bruto, que se elude con altas dosis de vida cotidiana, notas de personajes, costumbres y ritos a uno y otro lado; diversos modos de inmersión de la mirada que reubican las jerarquías de lo familiar y lo extraño, sin pretender resolverlas.

PETIT-FRERE

No solo produce un extrañamiento el hecho de ver paisajes conocidos narrados en creole y subtitulados para los espectadores; también destacan esa seguidilla de contrapuntos que superponen las escrituras (la carta abierta y el periódico), la vida y la posible sobrevida (en Marte y en Chile), los deseos enfrascados en esos registros caseros para Mars One y los deseos que habitan las largas filas de espera en el Departamento de Extranjería, yuxtaposiciones que adquieren espesor por desplazamiento o ironía. Probablemente un sentido para todo ello se exponga en esa puesta en abismo que aparece cuando el documental registra una entrevista a Wilson realizada por Roody para su canal de Youtube. Dos filtros de una cámara que pareciera interrogar su propio punto de vista, sin trazar una posición más allá de la metarreflexión de su recurso. Es el recurso puesto en tensión con la vida cotidiana o bien la técnica a disposición de ella. Es el lente quizás de un espionaje ingenuo, que desconoce lo que hay al otro lado de su mirada. Y luego, varios lentes más que salen a explorar sin un rumbo preciso, pero con cierta convicción de que ese aparato de búsqueda conducirá hacia algún paradero. De ahí que el robot que simula buscar agua en Marte pueda buscar algo más, algo más impreciso, cuando transita por el centro de Santiago o Lo Valledor.

Petit Frère deja la sensación de la temprana búsqueda de un lugar de enunciación que todavía no está saldado. Uno donde pareciera que las lenguas de dos extremos todavía no se tocan, los cuerpos tampoco y menos aún la imaginación. Hasta ahí el documental, porque en la ciudad -sabemos- ocurre otra cosa. La de Petit Frère sigue siendo una mirada unidireccional, una mirada de extremos, de hiatos, que todavía no deja de ser etnográfica, pero no por ello impostada y demagógica. Quizás con esta mirada comienza a abrirse una suerte de perspectiva, si se quiere, migracionista en el cine documental: cómo los no migrantes miran las experiencias de los otros migrantes, un ejercicio de representación similar al que la literatura indigenista prometió en las primeras décadas del XX. Esta sería entonces una mirada específica de la migración extendida sobre trayectos en pleno curso, desde esa “vida que va hacia otra vida”, “en ese país que [ya] ha coagulado”, como sostiene la carta abierta que oímos en creole los primeros minutos de la cinta.

 

María Yaksic

Nota de la comentarista: 7/10

Título original: Petit Frère. Dirección y Guion: Roberto Collío, Rodrigo Robledo. Producción: Isabel Orellana Guarello. Producción General: Daniela Zárate, Alba Gaviraghi. Compañía Productora: Araucaria CINE. Fotografía: Matías Illanes, Rodrigo Robledo, Roberto Collío. Sonido Directo: Diego Aguilar, Andrea López. Montaje: Mayra Morán. Diseño Sonoro: Flavio Noguera. País: Chile. Año: 2018. Duración: 70 min.