Nadie sabe que estoy aquí (1): El hilo invisible
De esta manera Nadie sabe que estoy aquí resulta ser exactamente eso, el relato de cómo una vida se ha hecho invisible para el resto del mundo, cómo un hombre joven que alguna vez tuvo un futuro prometedor en la música, termina -en parte queriéndolo, pero en buena parte no-, viviendo un silencioso ostracismo, lejos de todo lo que alguna vez lo deslumbró, dejándose apagar y abandonándose, como admitiendo sin rebelión una culpa que en realidad no tuvo.
Siguiendo con la tendencia de muchas recientes producciones, finalmente Chile estrena también una película nacional a través de la plataforma de Netflix, de la mano de la consagrada productora Fábula de los hermanos Larraín. Se trata de Nadie sabe que estoy Aquí, dirigida por el chileno Gaspar Antillo y protagonizada por Jorge García, Luis Gnecco y Millaray Lobos. Entre los buenos auspicios de esta película, ya cuenta con el premio Best New Narrative Director con que Antillo fue recientemente galardonado en el Festival de Tribeca.
Situada en maravillosas locaciones del sur Chile, Nadie sabe que estoy aquí nos cuenta la historia de Memo (García), un hombre joven que vive apartado del mundo en una bucólica zona del lago Llanquihue junto a su ermitaño tío Braulio (Gnecco), viviendo ambos de lo que dan las ovejas, entre conversas sobre astronomía y los avances de la innovación espacial, la música clásica y la ópera, los juegos de basquetbol entre los dos, y una que otra noche apacible junto al fuego, simplemente cantando.
Pero esta vida tiene un antes y tendrá un después. Memo ha sido puesto allí por antiguas circunstancias de su infancia que, 25 años después, se presentarán con inusitada vigencia junto a la oportunidad de volver al mundo y resarcir en alguna medida los traumas que le dejaron la ambición de su padre y una despiadada industria artística de lo desechable.
Memo tuvo una incipiente carrera como cantante infantil en Miami, pero su talento no fue suficiente para convertirlo en estrella porque su inocente rostro y su cuerpo de niño regordete simplemente no venderían, y hubo que buscarle un cuerpo ad hoc, porque, tal como le dice a su padre un comerciante americano, “el producto es el look”. Eso finalmente será un rotundo fracaso -con un incidente irreversible y trágico como epitafio- y Memo no sólo no será una estrella, sino que deberá vivir el resto de su vida confinado y olvidado al otro extremo del continente americano, en un país que es el suyo, pero con el que tiene poca o ninguna conexión. Todo estaba relativamente bien así, en el boscoso sur, con un tío querendón y protector que es también su único y entrañable amigo… hasta que aparece la dulce y curiosa Marta (Lobos). Marta introducirá, sin quererlo, el quiebre, intentando por una parte que Memo se atreva a retomar la música una vez que él le revela su secreto, pero al mismo tiempo provocando una serie de hechos que harán que la vida de Memo nunca vuelva a ser la misma, dando un segundo gran giro a su existencia.
De esta manera Nadie sabe que estoy aquí resulta ser exactamente eso, el relato de cómo una vida se ha hecho invisible para el resto del mundo, cómo un hombre joven que alguna vez tuvo un futuro prometedor en la música, termina -en parte queriéndolo, pero en buena parte no- viviendo un silencioso ostracismo, lejos de todo lo que alguna vez lo deslumbró, dejándose apagar y abandonándose, como admitiendo sin rebelión una culpa que en realidad no tuvo.
Pese a la escasez de los textos que se le reservan, la actuación de García es notable y resulta tremendamente convincente en su papel protagónico. Memo es un personaje que durante un buen rato resulta insondable al espectador; solo en la medida en que se van abriendo los misterios de su pasado y uno va compartiendo con él sus ensoñaciones secretas de cantante triunfante, escenarios, brillos y aplausos, se irá haciendo comprendido. A Memo le han destruido la vida y está plenamente consciente de eso y de quiénes estuvieron detrás de ello; convive a un tiempo con sus sueños rotos, pero también con la rabia contenida que suelta en ocasiones, desbordando estrepitosamente sus movimientos lentos. El manejo dosificado de esto último resulta crucial hacia el final, cuando llevado a enfrentarse con quien le robó su voz, ese otro niño –ahora adulto- que por lindo sí triunfó y se convirtió en el amor platónico de una parvada de niñas chicas gritonas, hará temer un golpe de ira que lejos de salvarlo y reivindicarlo, termine por condenarlo definitivamente, es un brevísimo instante de brusquedad que luego se convierte en su mejor desquite. La construcción de este personaje es, entonces, crucial, porque buena parte del suspenso de la narración va de la mano de lo impredecible que Memo se nos presenta y de una cierta aparente oscuridad de su alma. Sus rasgos autistas, su timidez, sus silencios y sus obsesiones revelan que Memo ha quedado atrapado en su pasado. De esta forma, García dota naturalmente a su personaje de una mezcla de misterio, miedo, pero también de ternura y compasión. Su figura, además, en toda su masividad, parece jugar también un rol en la configuración de este héroe. No sabemos si eso tuvo o no algo que ver en la elección del actor, si fue así, posiblemente no lo fue de modo definitorio, pero ese físico inmenso contribuye, en el ámbito de nuestros preconceptos, a ver en Memo un hombre que se castiga a sí mismo y que en cierto punto se rindió.
A un lado de Memo, estarán su entrañable tío Braulio y la adorable Marta, ese invasivo personaje que sacará al protagonista de la coraza de sus miedos. En tanto, a la siniestra de Memo, Jacinto su padre y el famosillo Angelo. La elección de los actores detrás de cada uno de estos personajes, fue perfecta. A los talentos de Gnecco y Lobos se suman el de Goic en el rol de Jacinto y del interesante aporte de Gastón Pauls como Angelo. En buenas cuentas el elenco es un fuerte importante de esta producción, pero no es lo que la sostiene. Tampoco lo hace por sí sola la cuidada y límpida fotografía de Sergio Armstrong, un colaborador habitual de Pablo Larraín (Post Mortem, NO, El Club, entre otras) ni el verde espeso que rodea el lago Llanquihue. Una mención especial merece canción de la discordia que interpreta el mismo García, con una letra ajustada a la vivencia de su intérprete diegético y una melodía agradable y memorable.
El gran mérito de esta opera prima de Antillo está en saber tomar una historia y relatarla magistralmente a un ritmo que si bien puede ser pausado, se apoya en diálogos muy certeros y precisos, y logra mantener de manera efectiva la atención del espectador, permitiéndole entrar en la atmósfera nostálgica que crea para Memo. La narración sigue un curso verosímil y lógico de los acontecimientos, con hitos que dan giros sustanciales y con raccontos en la cantidad adecuada y en su debido momento.
Un rasgo interesante de esta película, es que la historia que cuenta es de alguna forma universal. A diferencia de la gran mayoría de las producciones nacionales, no recae sobre los traumas locales que habitualmente nos persiguen y sobre los que alguna vez hubo una majadera predilección. De esta forma, no hay más contexto que las mismas circunstancias personales de la vida del protagonista, convirtiendo a Nadie sabe que estoy aquí en un filme con el que cualquier espectador podría sintonizar. Y, sin embargo, ciertamente hay también una crítica social que se dirige contra el poder de los medios, y más directamente contra ese poder de los medios en la artificiosa ascensión de los ídolos y en la forma en que los deja o hace caer y, con ella, el recordatorio de la banalidad de la masas inconscientes y viscerales que veneran lo que devoran. Otro tanto ocurre con el reproche a todo ese aparataje que se nutre de la explotación infantil, partiendo por un padre que finalmente demostró no haber aprendido nada.
En definitiva, este es un muy buen debut del cine nacional en Netflix y de Antillo como director, con despliegue internacional plenamente justificado. Una película que sin duda vale la pena ver, porque su contundencia está en un buen argumento, expuesto con sutileza casi imperceptible que logra conducirnos y eficazmente conmovernos.
Título original: Nadie sabe que estoy aquí. Dirección: Gaspar Antillo. Guion: Enrique Videla, Gaspar Antillo, Josefina Fernández. Casa productora: Fábula. Producción ejecutiva: Mariane Hartard, Rocío Jadue. Producción: Juan de Dios Larraín, Pablo Larraín. Producción general: Eduardo Castro. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Christian López, Soledad Salfate. Dirección de arte: Estefanía Larraín. Sonido: Isaac Moreno. Música: Carlos Cabezas. Elenco: Jorge García, Lukas Vergara, Luis Gnecco, Millaray Lobos, Solange Lackington, Alejandro Goic, Vicente Álvarez, Gastón Pauls, María Paz Grandjean, Eduardo Paxeco, Roberto Vander, Nelson Brodt, Juan Falcón. País: Chile. Año: 2020. Duración: 100 min. Distribución: Netflix.