“Muxmäuschenstill” o “Morales, el reformador”

Remake de la aclamada película alemana  “Muxmäuschenstill”,   Morales, el Reformador presenta el delirante decurso de un hombre cuya empresa es reimplantar el orden y la integridad en una sociedad que ha derivado en la barbarie. Para ello, recorre las calles envestido de una perorata bien documentada respecto de los deberes que los infractores incumplen. Documenta, con afán pedagógico para la posteridad, cada una de sus puniciones, las cuales deben ser castigadas, además del  agravio moral de turno, con una suma de dinero que el considere equivalente a la falta. Nadie trepida ante el gesto gangsteril de dejar entrever el revólver bajo el traje, como en una suerte de amenaza metonímica pero perentoria.  Quien lo secunda, será una especie de paria social, cuya labor será la de perpetuar el legado a través de un arduo periodo de prueba detrás de la Handycam.

Pretender hablar de la estructura del film es imposible sin cotejarla con su símil alemán. Lo lamentable es que las virtudes de Morales en su gran mayoría son inmanentes a su guion original, mientras que sus defectos, le pertenecen de manera exclusiva. La elección de un personaje co-protagónico vencido por la vida, es otra forma más de hacer patente un binomio social, la fluctuación entre un extraviado y un idealista, quien rescata y quien debe ser rescatado, como una estratagema en la cual la carencia de uno sirve sólo para exaltar la abundancia del otro.  Sucede que   “Muxmäuschenstill”     es una idea superlativa, y la menciono, porque Morales… no sólo la recrea, sino que se instala en ella, usurpa su convicción, la habita, sin cambiar el decorado.  Un hombre que ejerce la justicia sin el blindaje de la institucionalidad, sin  pretensión de populismo o de  gloria, utilizando como aval sólo la indignación de quien observa en perplejidad un mundo que se empequeñece en su desmoronamiento. La cámara en mano no es sólo subjetiva, es sicológica y anónima porque representa en su temblor la vibración de quien clandestinamente desearía cobrar venganza por la comisión de un crimen cotidiano. Esta vez la cámara no pertenece a la psique de quien protagoniza; éste ámbito es concedido  a quien observa.

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La obra  se vuelve interpretativa sólo cuando precisa traducir  aquellos espacios identitarios, en los cuales modificar la historia se hace imprescindible para hacerla inteligible en nuestros códigos y coherente con nuestra realidad psicosocial. Mientras Mux, protagonista del filme alemán es un joven estudiante de filosofía, orientado hacia el fascismo,  acosado constantemente por el ideario del nacionalsocialismo, el personaje de Ulises Morales encarnado por Víctor Montero (excesivamente declamativo y teatral en un principio) funciona como una mixtura ideológica, una especie de pastiche propagandístico  y consignatario,  un epítome de enunciados políticos de manual. Fascistoide y conservador, pero anticapitalista y anárquico, se traslucen en su arquitectura materiales  que no son inherentes al personaje, una construcción discursiva que como ortopedia, debe trasladar consigo. La idea era proveer al personaje de ambigüedad, hacerlo universal, desmantelarlo de cualquier voluntad política, pero aquel afán sobreviene artificio y el personaje aún con toda la voluntad y compromiso de Montero, se queda sólo en el balbuceo de la caricatura.

Quedémonos entonces con el riesgo y la intuición. Riesgo, porque  es cierto que para un espectador común la artesanía de la cámara en mano y esa impronta de registro seudodocumental puede resultar rupturista y acentuar el corte entre el cine naturalista de matiné. Intuición, porque entiende el contexto social del país y va extirpando y acomodando una a una las situaciones del film original, en una especie de copy/paste con inclusión de elementos sociológicos, pero siempre con esa necesidad descriptiva y casi informativa del periodista que corre delante de su cámara convulsa para volver a mostrarnos a un Chile errático, amoral, que conocemos de memoria.

El Reformador alemán es filósofo. Por sus lecturas parece ser Neo kantiano, muy debatido entre el deber ser y las corrosiones internas que la pasión y la carne producen. En sus actos de castigo hay una rebelión profunda contra un mal que subyace al ser humano, y el castigo, por ende, trata de corregir esa naturaleza. Hay más capas de cognición y su discurso resulta menos falsificado. El reformador chileno es profesor de educación cívica. Su discurso está basado en la consecuencia del mal, no en su origen.  Es grandilocuente y actúa en la superficie de la performance humana. Se resquebraja ante la aparición del amor, esto lo contractura, lo pervierte, lo transforma en el crimen que persigue, pero incluso en ese derrumbe moral, se advierte impostura. Algo anda mal en este Morales… Falta autenticidad y se nota, cuando a ratos el que se pensó humor negro, sólo alcanza la levedad del gag, cuando la persecución urbana se transforma en coreografía, la tortura psicológica en gesto y la interpretación en la inautenticidad de la copia.

Por: Luna Ceballo.