Los reyes (2): Una realeza quiltra

En una lectura paradójica del documental, Los reyes apunta a mostrar y representar una realeza quiltra y urbana en la que Fútbol y Chola reinan. Una realeza cuyo territorio es demarcado por sus reyes en su modo de ladrar a un motociclista, de disputar y ganarle una pelota de fútbol a unos jugadores que ocupan una cancha del parque, en la tensión desafiante con otro perro callejero. El espacio se lo ganan con la amistad como lazo emergente en la vulnerable y la precaria relación de sus protagonistas que ladran, los perros, y los que hablan, los skaters. Todos son quiltros desplazados.

Entiendo que Los reyes, de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, iba a ser un documental sobre el skatepark que le da nombre y los skaters que lo frecuentan, sin embargo, dos perros, Fútbol y Chola, se robaron la atención de la cámara, del relato y de sus realizadores, primero en un tono liviano, de comedia familiar, de afectos animales, para luego derivar en uno más herido y cercano al drama. De ese proceso de escritura y de filmación surge un espacio quiltro y del margen en medio de una urbe limpia, sin porosidades. En esa línea, el documental comienza con un plano general desde lo alto (un plano recurrente a lo largo del film, con su variante diurna y nocturna), con ecos de Caluga o menta (Gonzalo Justiniano, 1990): marginal, aunque paradójicamente conectado por la carretera -al igual que la Costanera en Los reyes- y con un expandido y atiborrado levantamiento de edificios.

El skatepark donde se filma el documental es una escenografía urbana que cobija a los protagonistas, un territorio convexo y centrípeto cuyo desplazamiento es continuo, sobre ruedas y sobre patas de perro. Este se ubica en el Parque de los Reyes y comparte el territorio con espacios ubicados fuera de campo, como el parque mismo y la Perrera Arte, además de colindar con dos persas y con el cauce débil del Mapocho que arrastra los desechos citadinos (que, a la vez, hace eco en Las callampas (Rafael Sánchez, 1958) y Largo viaje (Patricio Kaulen, 1967), en tanto espacios sociales residuales y marginales). Un parque construido en 1992 sobre lo que antes fue un botadero de desechos entre 1987, cuando deja de funcionar la Estación Mapocho, y el momento en que empieza la obra del Parque, con la venía y el financiamiento de los Reyes de España, para conmemorar los 500 años del descubrimiento de América. En ese sentido, Los reyes se sitúa en un territorio cuyo espesor cultural e histórico carga con un basural, un río, materiales antiguos en venta, la taxidermia de perros recogidos de la calle convertidos en arte. Se trata, sin dudas, de residuos de una “ciudad quiltra” (en referencia al libro sobre poesía y ciudad de Magda Sepúlveda).

Los reyes responde a la estética documental que por año han consolidado Perut y Osnovikoff, pero, como sucede en cada uno de sus documentales realizados, la refrescan con desmarques de la imagen y la representación, de los cuerpos y los espacios. Sus cámaras fijas y planos detalles son un sello de la pareja de directores. Las primeras, con cuerpos quietos y tiempos muertos, los segundos, deformando los cuerpos y deteniéndose en la forma desechada de los perros acosados por las moscas, una forma de trabajo del cuerpo grotesco, de cuerpos muertos o descompuestos por su discurso, presentes desde Un hombre aparte (2002), pasando por Noticias (2009) y La muerte de Pinochet (2011). Los segundos, los planos detalles, de lo visible, visto en la negritud de los perros, y de lo audible, exacerbado de los ladridos de estos o las voces de los skaters que hablan fuera de campo.

En una lectura paradójica del documental, Los reyes apunta a mostrar y representar una realeza quiltra y urbana en la que Fútbol y Chola reinan. Una realeza cuyo territorio es demarcado por sus reyes en su modo de ladrar a un motociclista, de disputar y ganarle una pelota de fútbol a unos jugadores que ocupan una cancha del parque, en la tensión desafiante con otro perro callejero. El espacio se lo ganan con la amistad como lazo emergente en la vulnerable y la precaria relación de sus protagonistas que ladran, los perros, y los que hablan, los skaters. Todos son quiltros desplazados, por cierto, uno de los jóvenes comenta que fue echado de su casa como un “perro culiao”. Doble expulsión, la cual implica quedarse sin familia y sin un lugar en la sociedad. En sí, implica quedarse tirados, teniendo como única opción la del trabajo, es decir, entrar al sistema, aunque sea por cien mil pesos, para romper esa exclusión.

Además de ser un documental sobre dos perros, como buen relato ofrece puntos de fuga, gesto que Perut y Osnovikoff manejan con fino pulso. Lo quiltro, la otredad, el despojo, la calidad de sujeto marginal están latentes en el diálogo fuera de campo de los “locos” (nueva referencia a Caluga o menta), los nadies, los que sobran. Hay un desplazamiento del pastabasero/empastillado desde la escena visualizada hacia un fuera de campo que solo en ocasiones muestra cuerpos difusos o sombras de estos. Lo humano desplazado por lo animal ya cuestiona la representación como tal. En su rasgo testimonial este documental busca, en apariencia, dar la voz a esos desplazados, pero el arte sabe que dar la voz es un ejercicio de representación falible, por lo cual los giros deben ser otros para generar la posibilidad de ofrecer ese espacio de voz. Los perros ladran, signo animal; los jóvenes dialogan, signo humano, sin erigir un discurso a un destinatario claro. Así, desde un relato aparentemente secuencial, fragmentario en su totalidad y devenir, Perut y Osnovikoff, en coherencia con la línea documental de su obra, no buscan dar voz a lo animal-humano quiltro, por el contrario, tanto el ladrido como el habla, aleatorios en la selección cinematográfica, buscan dislocar el espacio de la representación.

En general, Los reyes renuncia al derrotero pintoresco de la amistad perruna para abrir preguntas veladas, para los perros, y explícitas, para los jóvenes, sobre el futuro: “¿y vo’h, Charlye, tanto que me criticai a mí, qué pensai hacer del futuro, si hací las misma hueás que yo?”. No hay respuesta, la cámara vuelve a Futbol y Chola y ahí, hacia el final del documental, se entrama un relato triste de los perros, el del peso del presente. Como sucede en varios otros documentales de los directores, los tránsitos retóricos oponen o desfiguran las formas (las luces del relato triunfal de Un hombre aparte se apagan en el ocaso y derrota de Ricardo Liaño; la cámara neutra en Noticias deriva en una morbosa; la parodia El astuto mono Pinochet contra la Moneda de los cerdos (2004) converge en una patética de llanto; una testimonial en La muerte de Pinochet, es deformada por los planos detalle), en Los reyes la comedia encantadora de los perros, desemboca en una suerte de drama realista. El ladrido deriva en la exacerbada presencia de moscas en su pelaje. Las moscas acechantes, cuya condición de insecto volador está asociada al desecho y la basura, cobran relevancia con planos detalle límpidos, en tanto definición de la imagen. Se muestra, así, una realeza quiltra vulnerable o en proceso de descomposición.

 

Duración: 75 min. Año de Producción: 2018. País: Chile, Alemania. Dirección y Montaje: Bettina Perut, Iván Osnovikoff. Producción Ejecutiva: Maite Alberdi, Dirk Manthey. Fotografía y Cámara: Pablo Valdés. Fotografía Adicional: Adolfo Mesías. Sonido Directo: Iván Osnovikoff. Producción General: Maite Alberdi, Bettina Perut, Iván Osnovikoff. Post-Producción Imagen: Kiné Imágenes. Colorización: Daniel Dávila. Efectos Visuales: Jaime Gándara. Post-Producción Sonido: Sonamos. Mezcla: Roberto Espinoza. Diseño Sonoro: Jannis Grossmann. Fondos: Ministerio de las Culturas, IDFA Bertha Fund, CORFO, Tribeca Film Institute. Empresas Productoras: Perut + Osnovikoff, Dirk Manthey Film. Distribución Internacional: Cat&Docs.