La mentirita blanca: De la comedia a la justificación de la violencia
Una de las cosas que se ha vuelto común en las películas es la sentencia que aparece al inicio de cada una de ellas y reza sobre su supuesta inspiración en “hechos reales”. Lo interesante es que no hay genero cinematográfico que se esté salvando de esta frase, que el día de hoy más parece acercarse a una especie de sello de calidad anticipado para quienes se dispongan a asistir una cinta. Desde el terror al humor, este fundamento en lo real no establece diferencia a la hora de presentarse como argumento justificador del filme y, como tal, torna a este último en una prueba de testimonio. Pero no solo eso, sino que también se convierte en legitimador de ciertas memorias, prácticas y posibilidades políticas que son escenificadas. La mentirita blanca no está exenta de esta condición y en esta breve crítica intentaremos plantear como de visualizan algunos de estos puntos.
La película trata de Edgardo (Rodrigo Salinas), un periodista de un pueblo semi-rural en el que parece no haber noticias para publicar, así como tampoco publicidad para financiar el diario “El Esfuerzo”. Frente a esto es que junto a Vadimir (Ernesto Melendez) toman la decisión de inventar noticias con tal de levantar el periódico local y generar más ganancias. Sus decisiones los llevarán a revelar un plan mucho más oscuro que se incubaba tapado por las falsas noticias que estos publicaban.
Lo primero que llama la atención es el registro tipo documental que imita una calidad de imagen correspondiente a la televisión análoga, donde aparece una persona relatando, desde su perspectiva, lo que ocurrió una vez en el pueblo con supuestas abducciones extraterrestres, y que se verá narrado en la película. Esta estrategia es utilizada para poner en duda a veracidad del relato, o mejor, dotarlo de esa veracidad que reclama al colocar “basada en hechos reales” luego de esta secuencia inicial. La herramienta será utilizada a lo largo de toda la película, con lo cual termina configurando un relato doble en el que, paradójicamente, el relato secundario del documental terminará desacreditando un tipo de mensaje que se entrega en el principal.
Si es que hay un tipo de mensaje principal, creemos que surge de la reacción de los pobladores al enterarse de una estafa relacionada con la compra de terrenos a bajo precio por parte del dueño del diario (Daniel Antivilo), para el que Edgardo y Vladimir trabajaban. Esta reacción desencadena una represalia violenta contra ese personaje, el que termina envuelto con papel alusa amarrado a un poste en ropa interior, al igual que un caso de “detención ciudadana” ocurrido el año 2014 en nuestro país. Aquí hay una tensión. Al tratarse supuestamente de una película de humor, ¿debemos considerar esto gracioso?, ¿legítimo?, ¿es cómo se debería actuar contra aquellos que consideramos especuladores, estafadores, abusadores del poder, etc.? Esta situación fricciona las relaciones en la película, parece celebrar el acto de casi tortura, idea que se refuerza cuando se dan cuenta que el personaje interpretado por Antivilo no es condenado por los tribunales.
El mensaje que, decíamos, se desacredita tiene que ver con que en las imágenes tipo documentales, que supuestamente ocurren mucho después del hecho, solo hacen referencia a las abducciones extraterrestres; los relatores no parecen recordar ni interesarse por la estafa de la que fueron víctimas y decidieron rebelarse. ¿Hay aquí un guiño a cómo funciona la memoria o es simple descuido? La declaración de lo “real” como fuente inspiradora sirve, entonces, para legitimar un discurso que avala la violencia con otro ser humano, escudándose en la premisa simple de que las instituciones no funcionan y no castigan a los poderosos, la respuesta política recae en un tipo de pueblo inocente que pasa del engaño a lo iracundo en un lapso muy breve.
Es aquí donde debemos preguntarnos por una película en la que el humor parece disolverse en las actuaciones para dar paso a una declamación más preocupante respecto la indignación y la justificación de la violencia. Finalmente no podemos evitar preguntarnos si Tomás Alzamora, el director de esta cinta, defendería si esta misma reacción hipotéticamente ocurriera contra los dueños de Fruna, empresa que financió la película y que hoy está siendo altamente cuestionada por sus pésimas condiciones laborales. Aquí la realidad vuelve a pesar, pero desde otro flanco, donde la misma posibilidad de producir cine viene inserta con el veneno de quienes pretende combatir.
Ítalo Mansilla Vignolo
Nota comentarista: 6/10
Título original: La mentirita blanca Dirección: Tomás Alzamora Muñoz. Guión: Tomás Alzamora Muñoz. Fotografía: Jonathan Maldonado. Montaje: Tomás Alzamora Muñoz, Roberto Doveris. Música: Martín Schlotfeldt. Reparto: Rodrigo Salinas, Catalina Saavedra, Ernesto Meléndez, Daniel Antivilo, Jonas Sanche, Daniel Candia, Alejandra Yáñez. País: Chile. Año: 2017. Duración: 80 min.