Fragmentos de Lucía (Jorge Yacoman, 2016) 1/2
Existen ciertas virtudes y ciertas falencias que la cinematografía nacional pareciera ostentar muy frecuentemente. Dentro de este marco general, el segundo largometraje de Jorge Yacoman, Fragmentos de Lucía, podría ser entendida como una obra que compendia ambos tipos de características, presentándose ante el espectador como un filme de confección y acabado regular, pero de suficiente peso actoral y atmosférico como para lograr ciertos grados de interés.
La película, recientemente estrenada en la Cineteca Nacional, nos narra la historia de Lucía, una joven que llega a Valparaíso luego de recibir una carta de su madre, a quien no conoce. Notoriamente trastornada y presa de una voluntad que raya en lo obsesivo, deambula por las calles de Valparaíso sin dinero y sin conocer a nadie, por lo que se verá en el azar pero también en la necesidad de recurrir a diversos desconocidos para ir rastreando el paradero de su madre.
Mediante esta trama, voluntariamente escasa en información dramática, Yacoman desarrolla un filme que logra contagiarse de la atmósfera de confusión de su protagonista. Valiéndose con bastante efectividad en la actuación de Javiera Díaz de Valdés, la película sigue al personaje con el estilo de una cámara en mano testigo, documentando el proceso de una búsqueda al compás de una coreografía efectiva, aunque ausente de planos particularmente significativos y lejos de cualquier belleza formal.
Con respecto a esto, y como punto aparte, vale la pena pensar cómo ese estilo de filmación suele condicionar el resultado de una película a factores bastante específicos. En efecto, debido a sus vocaciones híper-realistas y a las necesidades particulares de su técnica, el género de películas que podrían denominarse “de seguimiento”, suelen presuponer un goce estético que se aleja del esteticismo visual y que se fundamenta en otros factores de índole menos pictórico: la articulación de los tiempos, la capacidad de descripción de sus imágenes, las cuotas de imprevisibilidad que desprenden sus planos y la consecución de una narrativa explícita pero robusta. Acerca de estos factores, la película se muestra como un producto irregular, aunque no carente de uno que otro acierto.
Descrita y pretendida como un thriller pero convertida en un drama intimista bastante difuso, la película se inicia con un innegable grado de suspense. La obsesión de Lucía por la búsqueda su madre se nos presenta de manera intensa, tanto por la notable actuación de Valdés como por el efectivo trabajo que el realizador consigue a través del fuera de campo. La omisión de toda información acerca de quién es la joven, qué quiere con su madre y por qué se encuentra en el estado en el que está, es un factor narrativo que genera intriga y articula un dispositivo de narración condicionado a una progresiva dosificación de revelaciones. Así, la primera mitad de la película se sostiene en la necesidad de clarificar la identidad de Lucía, añadido a la evidente fotogenia que desprende su actriz principal. Con relación a ésta última, no se puede evitar notar que el director abusa levemente de la exposición de Valdés, alargando escenas que muchas veces no poseen un particular elemento significativo.
Ya en su mitad, la película comienza a adolecer del propio vacío emocional de su protagonista. Luego de conocer a un grupo de mujeres jóvenes que la acogerán momentáneamente como allegada, la voluntad de Lucía por encontrar a su madre pareciera comenzar a sosegarse y a disolver con ello el interés del espectador. Quién luego de este momento siga a la película con el mismo afán narrativo con el que se había presentado en un comienzo, se llevará sin lugar a dudas una premeditada desilusión.
Concebida como una historia hecha para generar una sensación de desconcierto, la búsqueda de Lucía la llevará a cuestionar a varios personajes, quienes a su vez le entregarán diversas informaciones que no permitirán construir un único relato. En este marco de ambigüedad, en el que Lucía inclusive padecerá una alucinación de corte sicótico, la esencia del filme pareciera ensayar la mera confusión de una identidad que se busca a sí misma sin concebir resultado.
Ahora bien, desde la mitad de la película es posible, sin embargo, generar otra lectura que reemplaza el suspense inicial por un interés más sociológico. Decantando por un ritmo bastante más pausado, y por la puesta en relación de Lucía con otros personajes femeninos de la trama, el filme pareciera hacer suya otra propuesta.
En efecto, la búsqueda de Lucía por su madre comienza a confundirse con la búsqueda de sí misma como mujer, y por lo demás, llama particularmente la atención la ayuda que comienza a recibir de otras mujeres. Es como si el director, Jorge Yacoman, se hubiese planteado disrumpir el ritmo del relato, para tener la excusa de exhibir diversos momentos de fraternidad íntimamente femeninos. Esta vocación de contar una historia de protagonismo femenino, sin intentar politizar en manera alguna el discurso, suscita un aire refrescante para las posibilidades de representación de género, puesto que logra concebir a la mujer no desde la mera reducción al rol de su sexo sino más bien a una condición humana.
En este sentido, e intentando perdonar la vocación del director por entregarnos un final confuso, la película puede hacer eco de una virtud bastante poco común. Lejos de ser una historia femenina negligente de actividad política, Fragmentos de Lucía naturaliza las relaciones entre mujeres bajo un concepto mucho más amplio que el de género, y por lo tanto, casi sin proponérselo, nos narra una historia que no utiliza a la mujer como figura arquetípica sino que como sujeto autónomo.
Rodrigo Delgado
Nota comentarista: 5/10
Título original: Fragmentos de Lucía. Dirección: Jorge Yacoman. Guión: Jorge Yacoman. Fotografía: Alejo Crisóstomo. Montaje: Jorge Yacoman. Música: Jurel Sónico. Reparto: Javiera Díaz de Valdés, Clara Otarola, Pablo Schwartz, Alejandro Sieveking, Diana del Río, América Ulloa. País: Chile. Año: 2016. Duración: 89 minutos.