El rastreador de estatuas: Memorias de piedra y familia
La historia se escribe a ras de piso, dirá Michel de Certeau. Una definición que articula una escritura y una forma de habitar y urdir espacialidades urbanas. En El rastreador de estatuas, de Jerónimo Rodríguez, habría que agregar el giro subjetivo, lo cual implica erigir una historia personal que se adentra en los meandros de una memoria urbana, aunque también monumental, la de las estatuas, bustos y monolitos, que se disgrega, en apariencia, creando, desde ese recorrido audiovisual, un ensayo, un relato que entrama sus puntos de fuga y los conecta, de modo cohesionado y coherente entre sí.
El rastreador de estatuas es un documental, ensayo personal reflexivo, protagonizado por Jorge, que no es otro que el mismo director, Jerónimo Rodríguez (pienso en Albertina Carri que pone en escena a Analía Couseyro para representarla en Los rubios), quien narra una búsqueda personal, familiar, colectiva. Una búsqueda de una memoria subjetiva que articula una urbana. Una estatua, la del neurocirujano portugués Egas Moniz -inventor de la lobotomía y de la angiografía-, que Jorge reconoce cuando ve a la pasada el documental Monos como Becky (Joaquín Jordá & Nuria Villazán, 1999). Esa imagen, en primera instancia no le dice mucho, pero luego no la olvida, ya que recuerda que su padre, en Santiago, lo había llevado a verla, sabiendo que no se trataba de la misma del documental que había visto.
De esta manera, la estatua le gatilla un vivo interés que no se detiene, por cierto, lo embarca en una búsqueda personal. Recuerda que su padre le dice que se podría hacer un documental sobre Moniz, pero Jorge le dice que no. Negativa que el documental, en su propia reflexividad, se encarga de desmontar. Jorge viaja a Chile comenzando un recorrido por su memoria y por la ciudad, en especial por Ñuñoa. Una cámara en tránsito es intercalada con una fija, la que se posa en los lugares en los que cree puede haber estado la estatua.
Jorge hurga en la ciudad: las plazas y parques, rincones de la calle San Diego y las afueras de la Biblioteca Nacional, pero también, sin mayores vueltas, va y viene de Brooklyn y viaja a Lisboa. Su recorrido también contempla archivos impresos y audiovisuales, en especial sobre fútbol, relacionado con Rusia, que no es otra cosa que la excusa para dar cuenta del exilio del padre en ese país. La ciudad, a ratos, bien podría funcionar como cuerpo. Así, mientras el padre escarba en el cerebro de otros, Jorge hace lo propio en los videos que este le hacía editar, realizando operaciones, mostrando el detalle del cerebro abierto, en el proceso -tensionando, a la vez, las diversas materialidades de la imagen, tanto VHS como, en otras escenas, la alta fidelidad en pantallas Mac-. Jorge igualmente escarba, del algún modo, en la memoria, en el cerebro propio, eso sí, a su manera. Por su parte, las estatuas, materialidad inerte, solo cargan con la historia y la figura, en ciertos casos, del busto en cuestión. En medio de estos recuerdos resultan llamativos los fade out abruptos, cinco segundos de oscuridad que se repiten y que descolocan al espectador, impaciente entre la expectativa de querer saber qué es lo que viene o, simplemente, queriendo retener lo que ya había sucedido.
La película de Jerónimo Rodríguez me recuerda Aquí se construye (o ya no existe el lugar donde nací), de Ignacio Agüero. De algún modo, ambos documentalistas intentan proponer formas de habitar la ciudad y percibir lo cambios que afectan a esta. En general, el rastreo de estatuas -que implica la acción de un sujeto avezado en el tema, pero que al que poco le importan las certezas-, enlaza una tensión entre el tránsito libre, y a ratos azaroso, que intenta proponer Jorge, pero, paradoja mediante, va de la mano del carácter monumental de los objetos observados y buscados.
Luis Valenzuela Prado
Nota comentarista: 8/10
Dirección: Jerónimo Rodríguez. Guión: Jerónimo Rodríguez. Fotografía: Jorge Aguilar, Jerónimo Rodríguez. Montaje: Jerónimo Rodríguez. Sonido: Roberto Espinoza. Reparto: Jerónimo Rodríguez. País: Chile. Año: 2015. Duración: 71 min.