Cirqo (2): Justicia onírica

¿Por qué hablar de la dictadura una vez más? ¿En qué tono y con qué pretexto volver a plantear sus temas? Claramente no es un tópico agotado ni está cerca de hacerlo, pero pareciera, de un tiempo a esta parte, que es el relato de “segunda generación” el que ha impulsado otros códigos interpretativos y otras necesidades políticas de abordaje. Tanto el cine como la televisión en Chile insisten en hacer de las memorias de la dictadura un lugar de llegada, y es que el pasado reciente aún está lleno de hilos por anudar, de verdades por mostrar. Pero no basta cualquier manera, ya no puede haberlo.

Cirqo es la historia de dos prófugos de un fusilamiento que encuentran refugio en un circo, Mario (Roberto Farías) y Jaime (Iván Álvarez de Araya) se lanzan a un río y logran escapar de la muerte. Allí construyen una vida en la clandestinidad y se dedican al oficio de payasos, mientras recuerdan su vida e insisten en retomarla. Se cruzan con las familias que dejaron, con las protestas y la búsqueda de los detenidos desaparecidos de los que ellos también son parte. El filme insiste en contar una historia, construye una ficción con una serie de ingredientes narrativos clásicos que, para el caso, funcionan. La persecución de los personajes principales por agentes de la represión se ve atravesada por historias de amor, infidelidades, violencia de género, desilusiones, traiciones y heroísmo. Es una foto de la vida misma y acá hay un punto destacable que a veces se pierde cuando es solo el dolor lo que describe la dictadura: la vida en todas sus dimensiones seguía sucediendo, se habría paso.

“El circo será tu hogar, tu familia, tu país” es la frase con que don Tirso (Alejandro Trejo), el señor Corales del circo, da la bienvenida a Mario, uno de los prófugos. La frase resulta paradójica, pues da cuenta de una suerte de escisión entre el circo y la realidad, de un desdoble que, ciertamente, para el escenario escogido por Lübbert es verosímil. En el circo se crece, se habita, se trabaja, se construye familia, se muere; y puede ser por todas estas razones un excelente lugar para esconderse, disfrazarse, recaracterizarse. Pero, de otro lado, pareciera querer marcar una separación imposible, una suerte de “querer no ver” que a poco andar el filme desestima, abandona. La trama exige asumir lo que ocurre en Chile, haciendo tambalear los propios elementos que el guion ha puesto en juego. Los personajes principales buscan volver a su realidad a la vez que (re)construyen una vida en paralelo.

La película podía correr el riesgo de banalizar la represión, pero lo sortea y cumple en la seriedad del tratamiento del tema, con personajes no estereotipados. En los agentes se observa a grandes rasgos las paradojas existenciales que la historia ya se ha encargado de mostrar en los criminales: son ejecutores de torturas y muertes, pero también cumplen órdenes; son despiadados, pero también sienten, tienen familias. Además es la precariedad del circo chileno como escenario la que no da tregua al relato. De hecho, por cada momento de comedia hay una réplica de tragedia y, en cierto modo, esto se agradece. La solvencia de las interpretaciones hacen de Cirqo una película consistente, en que la metáfora y el uso de la risa o la entretención como expresión de resiliencia o de evasión no se vuelven recursos simples o molestos, pero sí inquietantes. Una clave en la narración es el giro que se produce tras la desaparición de uno de los protagonistas y la ejecución de su compañera: un circo despolitizado se convierte en un espacio resistente en el que el itinerar por los pueblos de Chile es también una manera de huir y mantener con vida a sus integrantes.

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El mayor mérito de Cirqo no es la risa, no son los colores del circo avivando la opacidad dictatorial. Su mayor mérito está en darnos la sensación, por un rato, de que el destino implacable de la represión podía ser torcido, burlado en actos de resistencia. Incluso es la justicia, por propia mano del protagonista y un preciso e infalible lanzador de cuchillos, la que recae sobre los agentes de la CNI y genera en el espectador una especie de satisfacción, no porque haya allí una sed de venganza, sino que porque cuando la justicia plena falta (asumiendo, por cierto, que aquella no existe, menos para los casos de violaciones a los derechos humanos) los sueños de justicia reaniman, despiertan, devuelven la esperanza. Y en esto el filme tampoco concede ni pretende hacerlo, la justicia es un sueño, un recuento de imágenes previo a la muerte.

Retomando las preguntas del principio, la mayor inquietud que la película deja es: ¿cuál es la necesidad de inscribir hoy de esta manera las memorias de nuestro pasado reciente? ¿Es una mirada menos dramática, menos victimizante la que hace falta? Las imágenes del horror han sido protagonistas en el Chile de la posdictadura y su repetición adormece, vuelve rutinaria la herida y, peor aún, insiste en que el problema es solo la herida. Allí estamos de acuerdo: es necesaria una contrapartida. Quizás cabe hacerse la pregunta sobre cuáles aristas del período dictatorial no han sido abordadas. La resistencia es una de ellas, los proyectos políticos que se enfrentaron en una disputa es otra; porque es bueno recordar que la represión fue un medio, no un fin en sí mismo, no fue solo un enfrentamiento entre “buenos y malos”.

Evocar el pasado necesita hoy de propuestas en escala de grises porque han sido las miradas “binominales” las que han predominado: víctimas y victimarios, triunfadores y derrotados, sí y no. El lugar de la víctima ha sido ensalzado como imagen de consenso, aun cuando haya quienes nieguen o relativicen su existencia. Es necesario tomar otras posturas porque el presente también demanda, exige menos condescendencia porque ésta puede traer consigo el olvido. En este objetivo Cirqo deja varias deudas y no termina de comprenderse muy bien el escenario festivo, si es que no se destacan y contraponen otros elementos que la película ofrece. Este circo no es solo diversión, en eso no hay dudas. La película apuesta por la justicia, pero la deja en calidad de sueño, que no es lo mismo que aún buscarla y exigirla. Da un golpe de realidad que nos enfrenta hacia lo pendiente y que insiste en la derrota (que, por cierto, la hubo), que no hace más que inscribir al filme de Lübbert en el relato de la melancolía político-representacional de la posdictadura.

 

Nota comentarista: 5/10

Título original: Cirqo. Dirección: Orlando Lübbert. Guión: Orlando Lübbert. Producción: Alex Bowen. Orlando Lübbert. Producción General: Paula Coddou. Fotografía: Miguel Bunster. Dirección de arte: Pamela Chamorro. Montaje: Diego Macho. Música: Eduardo Zvetelman, Ignacio Pérez Marín. Sonido: David Cuerpo, Boris Herrera. Reparto: Roberto Farías, Iván Alvarez de Araya, Alejandro Trejo, Pablo Krögh, Daniel Antivilo, Blanca Lewin, Luna Martínez, Silvia Novak, Cristián Zuniga, Eugenio Morales, Claudia Sanchez. Edgardo Pérez. País: Chile. Año: 2013. Duración: 100 min.