Twin Peaks (1): El que interpreta el símbolo lo hace a su propio riesgo

De forma unánime los medios abordaron el final de la tercera temporada de Twin Peaks de la siguiente forma: "genera más preguntas que respuestas", afirmación que, por supuesto, es cierta. Abundan ya en internet infinitud de teorías -solo- sobre lo que significan los últimos 20 minutos de metraje de la serie y los espectadores tratan de hilar los múltiples cabos sueltos de una obra ya considerada de culto.

El revuelo entorno a la falta de un completo "cierre" para una serie que hace 25 años ya quedó inconclusa y de la cual no sabemos si existirá una nueva temporada abre cuestiones interesantes que merecen ser atendidas. Lo que está en juego son las expectativas en torno a la narrativa cinematográfica, en lo particular, y la narrativa como fenómeno humano, en general; esto es, qué consideramos es una buena historia, en qué medida una historia nos satisface, o bien, en qué medida una historia nos da la sensación de estar completa o no.

Primero vamos a apuntar unas cuantas cosas obvias.

Las historias nos dan placer, por ello permitimos gastar nuestro limitado tiempo en atenderlas, en suspender lo contingente para sumergirnos en estos simulacros de realidad. Cuando una historia no nos gusta decimos lisa y llanamente que hemos perdido el tiempo. Es así, nuestro devenir es temporal, el tiempo se gasta, lo que a su vez obliga a que las historias que seguimos deban parar en algún momento y al momento de parar debemos sentir que efectivamente han terminado. Cortar una película o serie a la mitad es darle fin, pero no es el mismo fin de la historia, claramente. La sensación de satisfacción o bien la cualidad de completitud parte entonces de una premisa material: no podemos acceder a una historia sin fin y el fin de una historia debe estar demarcada por sí misma. Así las cosas, el final de una narración no solo es necesario, sencillamente es vital para poder reanudar nuestra existencia.

Del placer y de la temporalidad como requisitos básicos de una narración es que se han ideado estructuras para cumplirlas. Estas estructuras tienen una larga tradición en lo que llamamos occidente y bajo el alero de la gran industria cinematográfica norteamericana se han agudizado hasta convertirse en fórmulas canónicas imprescindibles. Así las cosas, a grosso modo, debe existir un protagonista discernible y activo, una fuerza antagonista externa, tres o cinco actos y una resolución al conflicto central entre protagonista y antagonista, todo ello en un tiempo promedio de visualización que oscila entre la hora y media y las tres horas como máximo por sesión; tiempo que se considera tácitamente como consumo prudente.

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El correlato de esta hegemonía estructural recae en nosotros como consumidores de historias, que estamos domesticados a dichas fórmulas y no sabemos reaccionar a algo que no venga en estos paquetes predeterminados. Estamos como perritos amaestrados que esperan su galleta luego de estar sentados un par de horas frente una pantalla o una temporada frente a un televisor. Queremos nuestro premio. Queremos y esperamos que todo sea redondo, que todo sea dado en bandeja, e incluso, queremos que todo sea comprensible, o sea, que todo recaiga bajo una lógica causal o un fin. Pues bien, los manuales de guión alimentan esa costumbre, cada escena debe servir al propósito de la resolución de la historia, si los consumidores van a gastar su tiempo, démosles lo que quieren y vendrán por más.

Un ejemplo. Fui a ver Moonlight al día siguiente de la premiación de los Oscar. La sala, por supuesto, estaba repleta. Cuando la película se fue a créditos se escuchó de forma unánime un prolongado "uh" en la audiencia, "uh" que como onomatopeya significaba "¿de verdad la película termina así?". Y es que aun cuando Moonlight tenía tres actos definidos, el protagonista no hacía realmente mucho (más bien era reactivo) y no había ningún conflicto central que tensionara su actuar para causar una resolución satisfactoria. Inclusivo yo puedo reconocer que en la escena del restaurante, casi terminando la película, tuve la expectativa de representarme que pasaría algo que determinaría el curso de la historia: una balacera acababa con su antiguo amante y el personaje se redimía. Ansiaba así de fuerte el conflicto. Pero no, los hechos tan solo transcurrían con algunas intensidades dramáticas y en algún momento simplemente acabaron.

Llegados a este punto necesito hacer unas preguntas sinceras, aunque puedan parecer absurdas o exageradas a primera vista. ¿Corre riesgo la humanidad si las historias que contamos se desenvuelven todas de la misma forma? ¿Cuáles son los potenciales peligros de que no seamos capaces de reconocer otras estructuras narrativas que las que hegemonizan normalmente el campo cultural de las historias?

Honestamente no lo sé. Tengo la intuición de que es un problema serio, en términos generales, el que los campos de interpretación deban quedar fijos. Me parece que esta fijación por representar la antigua necesidad plátonica de expulsar a los poetas -lo abierto a la interpretación- de la República le conviene al pensamiento obtuso, político, fascista incluso; le conviene al poder, en definitiva, que las cosas solo tengan un solo significado y que la interpretación quede siempre en la desdicha de ser (en)cerrada.

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Que una obra sea críptica e ininteligible no asegura que deba ser buena o profunda. No se trata de pasar del sentido fijo y obvio al directo sinsentido. La línea es difícil de diferenciar y en Twin Peaks se nos pone a prueba constantemente, no sabemos si reír o llorar, si lo que sucede es absurdo o serio, si los personajes o conversaciones son relevantes o no. La serie ha jugado en extremo con nuestras expectativas y nuestra paciencia, está más que claro, pero a cambio se ha encargado de deleitar nuestros sentidos y abrir las posibilidades de lo que merece o no ser contado. Hay mucha -y qué pudor decirlo así- poesía visual y sonora, en algún punto las imágenes que vemos son bellas en sí mismas sin ningún otro fin y carecen de posteriores motivos que causarnos determinados estados ánimos, confusos la mayoría, cuya respuesta es un desasimiento cálido que nos permite justamente ser cautivos de esa belleza, ya sea el terror magnífico de una bomba atómica, la simpleza de un niño en un campo de juegos o la sonoridad de un cráneo siendo destruído por un leñador sobrenatural.

"Seguir interpretando es mejor que resolver el enigma", escribe Mario Montalbetti, y es esa justamente la victoria que Lynch y Frost nos traen a la pantalla chica, dudas y más dudas, una insatisfacción que nos hace volver a la obra para llenarla. Una cosquilla que siempre hay que rascar, un sueño o pesadilla que sigue girando sobre sí misma y de la cual no logro, ni tampoco quisiera, despertar.

Claudio Castañeda

Título original: Twin Peaks: The Return. Año: 2017. País: Estados Unidos. Temporada 3 (18 episodios). [Versión completa: 3 temporadas, 1990-91 – 2017. Episodios: 47]. Canal: Showtime. Creadores: David Lynch, Mark Frost.