El fin de BoJack Horseman: Hollywoo, capital mundial de la tristeza

Si algo podemos decir de esta serie, es que no le hace el quite a lo incomodo, lo incorpora, de una forma u otra trata todos los temas polémicos de nuestros días, tales como: el feminismo, la división artista/obra, las funas, el vacío de la fama en el frío mundo digital, y los enfrenta con una mirada cruda, nihilista a ratos y humanista en otros, aceptando el agridulce absurdo de la existencia. Un mundo en apariencia colorinche que esconde una mirada oscura sobre las preguntas esenciales: existencialismo pop.  

Advertencia: el presente texto contiene Spoilers de la última temporada.

A comienzos de este año (de la marmota), llegó a su fin una de esas series que te ayudan a vivir en estos tiempos de tormenta, depresión y enjuiciamientos publico/virtuales; aquí no hay medias tintas, acá el dedo llega hasta donde llega la llaga. Sí, me refiero al caballo triste…. BoJack Horseman (Raphael Bob-Waskberg, 2014-2020).

Empezar a ver una serie no es lo mismo que empezar a ver una película, sabes que si una serie pasa esa primera barrera del gusto personal esa tarea va implicar tiempo. Por eso es que al espectador le tiene que importar ese grupo de personajes, acompañarlos en sus transformaciones, si eso no ocurre probablemente el interés vaya en declive. Muchas de las series que han logrado una aprobación más o menos transversal, dígase Mad Men (Matthew Weiner, 2007-2015) o Seinfeld (Larry David y Jerry Seinfeld, 1989-1998), trabajan en la delgada línea de ser historias de personaje y, a su vez, contrastar estas trayectorias narrativas con lo social; reflejando la época, sus símbolos y modelos.

Si entras a Netflix y navegas en su catálogo, de seguro te cruzarás con la imagen de un caballo antropomorfo envuelto en un mundo psicotrópico, parece una comedia o al menos algún tipo de fantasía exuberante; así fue como me pillé a BoJack por primera vez, no me llamó mucho la atención, pero para eso uno tiene amigos. Recuerdo que  una tarde de verano en la casa de un querido vecino, entre cervezas y música me dijo: “Te va a gustar. Los primeros dos, tres capítulos no son tan buenos, pero después agarra personalidad, se vuelve una tragedia existencialista”. Por ahí le podía entrar y fue amor a primera vista, la historia de este actor que fue famoso en una sitcom de los 90s y su actual vida sumida en el vacío del exceso, me pareció un interesante caballo de troya. Un mundo en apariencia colorinche, que esconde una mirada oscura sobre las preguntas esenciales: existencialismo pop.

Si en Breaking Bad (Vincent Gillian, 2008-2013) el delirio capitalista y el “american dream” llevan a un profesor de química al abismo y más allá, lo que esta serie pone bajo el microscopio es cómo la culpa y la tristeza mueven nuestras decisiones, cómo las imágenes que consumimos generan una sociedad culposa de sí misma, donde Hollywood está al centro, cómo una fabrica de expectativas, modelos inalcanzables y, finalmente, frustraciones. Una de las grandes genialidades de BoJack, está en ese concepto de pudrir la naranja por dentro, para mostrarnos la descomposición que se gesta detrás del maquillaje y las luces.

Si algo podemos decir de esta serie, es que no le hace el quite a lo incomodo, lo incorpora, de una forma u otra trata todos los temas polémicos de nuestros días, tales como: el feminismo, la división artista/obra, las funas, el vacío de la fama en el frío mundo digital, y los enfrenta con una mirada cruda, nihilista a ratos y humanista en otros, aceptando el agridulce absurdo de la existencia. De seguro vivimos en una era peligrosa, una que predica el “buen gusto” a punta de censura (una de las formas más gráficas de negación), una era que valora lo uniforme, lo condescendiente. Para mí como espectador es importante tratar de entender por qué los seres humanos comentemos actos horribles, traiciones, bajezas, mirar nuestros errores a los ojos, no ocultarlos debajo de la alfombra. Me gustaría creer que lo que nos hace tan valiosos los unos a los otros es la fragilidad de nuestra existencia; esa idea tantas veces llevada a la pantalla cómo un panfleto cursi está en el centro de BoJack Horseman, elaborada con seriedad, emoción y, por sobre todo, con delirio.

El trayecto que construyen los guionistas no es nada fácil de recorrer para el público, si en el principio de este artículo hablábamos de que los personajes te tienen que importar, eso no significa que los tengas que querer durante todo el camino, para nada, de hecho esta serie te la pone difícil, te hace odiar a BoJack y en realidad a casi todos los personajes centrales en algún momento. En esta serie los personajes están siempre en cuestión, en crisis y, al igual que los seres humanos, no son ni buenos ni malos. En las relaciones, los dolores marcan fuerte y los momentos de conexión también; saber llevar a la pantalla ese fenómeno en que aceptamos al otro como humano de seguro es una de las clásicas funciones del cinematógrafo, ser esa “máquina de la empatía”.

Una semana después al 18 de Octubre pasado, se estrenó la sexta y última temporada; con el olor a bencina en el aire, me era imposible no querer estar en la calle, así que la tele se mantuvo apagada durante un tiempo. Ahora, en este polo opuesto del encierro, me armé de valor y me decidí terminar la serie, una que no quería que llegara a su fin. Una de las características de la tragedia es que desde un comienzo los personajes saben su inminente fin, el camino de la aceptación de ese destino es donde ocurre la trama y de eso va esta última entrega, se siente como la resaca del “día después”, el momento de bajar y ver qué fue lo que pasó, sin duda la menos psicodélica y la más dolorosamente realista. En los dos últimos capítulos queda clara esta dualidad entre el nihilismo y lo humano: si en el penúltimo el vértigo de la nada absorbe a nuestro personaje en quizás uno de los momentos más deprimentes de toda la serie, en el final nuestros dos personajes principales se encuentran y podemos sentir lo que se ha quebrado entre ellos, podemos oler que ya nada será lo mismo, pero también sabemos que esos dolores compartidos son una complicidad inquebrantable, una cicatriz tatuada en lagrimas, una evidencia de que pasamos por aquí y de que hemos compartido el mismo cielo.

Uno de los momentos que más atesoro de estar con estos personajes pasa a lo largo de la quinta temporada: Diane se empieza a dar cuenta de que BoJack guarda un secreto y poco a poco lo va descubriendo, su juicio moral sobre lo que ha hecho o no el caballo se activa y, cómo suele ocurrir, se vuelve un juez de la situación. La magia ocurre en la conclusión de esa temporada, cuando ella, movida por la tristeza, comete el peor acto de su código moral, mostrándonos cómo muchas veces cuando más abrimos la boca para hablar sobre los demás es cuando menos nos estamos observando a nosotros mismos. Es por eso que se hace vital (en esta era de jueces digitales) un llamado a no abandonar nuestra humanidad, nuestra tiznada, imperfecta y hermosa humanidad.

 

Titulo original: BoJack Horseman. Temporadas: 6. Creador: Raphael Bob-Waskberg. Casas productoras: Tornante Television, Boxer vs. Raptor y ShadowMachine. Reparto: Will Arnett, Amy Sedaris, Alison Brie, Paul F. Tompkins, Aaron Paul. País: Estados Unidos. Año: 2014-2020. Distribución: Netflix.