Algunas series (8): Dirty Money. La atractiva pillería

Junto con los niños, los gatos y los humoristas, Freud dice que los “grandes criminales” fascinan a los neuróticos comunes, quienes habiendo resignado un amor propio originario, envidiarían en aquellos la conservación de un “estado psíquico beatífico”: una capacidad para alejar de sí cualquier cosa que pudiera empequeñecer su yo, en resumidas cuentas, cierta posibilidad de espantar la propia culpa, de colocarse fuera de la ley. Chile, en el último tiempo, ha tenido a su disposición un catálogo de “grandes criminales”, que de paso han derrumbado una imagen engañosa e ideal que situaba a ciertas instituciones -en particular políticas y económicas- en un pedestal de limpieza moral y administrativa. Larga sería la lista e iría desde Rafael Garay, pasando por la "señora de los quesos", hasta las repactaciones de ABCDIN y la colusión de distintas empresas. No por nada durante las elecciones presidenciales de 2017, cuando alguien les recordaba a los adherentes de Piñera el listado de acusaciones criminales o éticas que existían en su contra y en contra de su círculo, uno de los argumentos comunes para defenderlo era “el que puede, puede”; no por nada resultó electo.

Dirty Money, reciente estreno en formato de serial documental de Netflix, sigue esta línea de pensamiento y es un mosaico audiovisual que, sin muchas innovaciones formales, puede resultar material de reflexión interesante en nuestro contexto. La serie, bajo la dirección ejecutiva de Alex Gibney, se organiza en seis episodios que abordan temáticas distintas sin una línea de continuidad, todas en torno al problema común del “dinero sucio”, la fortuna creada a partir de un juego organizado en el engaño de las reglas legales o de convivencia humana. Con primacía de un tratamiento periodístico y un énfasis casi pedagógico en hacer comprensibles las trampas (al que se le introducen más o menos variaciones ligadas a los distintos directores que abordan cada capítulo), se organiza, al menos en los primeros cuatro capítulos, en torno al modo en que las empresas perjudican a otros para conseguir su riqueza burlando leyes que después tendrán que juzgarlas. Sin embargo, los últimos dos capítulos no se apegan a este esquema, introduciendo un contrapunto que, si bien ofrece una variación temática e ideológica (dirían algunos), produce cierta confusión en torno al conjunto de la serie.

“Hard NOx” es el primer capítulo y es dirigido por el mismo Gibney siguiendo el caso del dispositivo con el que la Volkswagen engañó las regulaciones ambientales de Estados Unidos para promocionar un auto diésel supuestamente limpio. Con un humor bien acertado, Gibney toma distintas perspectivas que van armando la historia del engaño: las cámaras de la declaración de uno de los ejecutivos implicados, su propia experiencia como usuario de VW, o la del director de una de las agencias reguladoras defraudadas. En esto se introducirá un mecanismo clásico del documental y que aparecerá en los siguientes episodios: la visibilización de los afectados o las víctimas. Sin este contraste resultaría muy difícil retratar la ceguera moral “carerrajistica” que, por ejemplo, el empresario corredor de carreras Scott Tucker muestra en el segundo episodio, “Payday” (por Jesse Moss), quien solo puede interpretar el embargo de sus bienes como una persecución personal, sin una pizca de culpa por su empresa de créditos online organizada bajo un esquema de cobros inflados (con intereses que podían llegar hasta el 500%), que apuntaba al segmento más vulnerable económicamente de la población y cuyas voces angustiadas y enojadas rebotando con el call center desde el que se les intimidaba, harán caer constantemente la imagen “emprendedora” que Tucker y su abogado intentan armar.

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La intimidad con la que se logra retratar a Tucker puede situar este episodio en relación con el que cierra la serie, “The Confidence Man”, brillante semblanza de Donald Trump dirigida por Fisher Stevens, que si bien no entra rápidamente en la línea de los demás episodios, sí comparte con ellos el análisis de una trampa que produce riqueza engañosamente, en este caso, la construcción de la marca  Trump: una imagen de éxito empresarial y gestión eficiente que, construida de manera falsaria por la televisión y a costa del “no querer saber nada” de grandes fracasos comerciales y negocios turbios (como el capítulo se encargará de mostrar), logra enganchar al público norteamericano con las consecuencias que hoy todos conocemos.

Si bien el capítulo de Trump resulta uno de los más potentes por el modo en que marca, personaje y negocios se ven mezclados, los capítulos “Drug Short” y “Cartel Bank” son quizás los que producen mayor indignación. En el primero, el seguimiento de una prometedora empresa farmacéutica que se ofrecerá al mercado a través de su CEO como portadora de una estrategia totalmente innovadora (dejar de lado la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos para solo adquirir otras compañías menores) tiene una consecuencia bastante esperable: la monopolización del precio de un medicamento vital que lo vuelve inaccesible a usuarios que arriesgan sus vidas. El tratamiento de Erin Lee Carr es fundamental en este episodio, que nos ofrece una puerta de entrada al árido mundo del capitalismo financiero, mediante la construcción de personajes (los agentes de venta corta, el CEO, el financista, los pacientes) que amarran la narrativa y la hacen andar con precisión. “Cartel Bank”, si bien con menos logros audiovisuales, asumirá otro proceso en que la codicia va de la mano con la muerte, siguiendo el caso del banco HSBC que se prestará para lavado de dinero a los narcotraficantes del cartel de Sinaloa en México, y que a pesar de la gravedad del asunto, no le costará a la entidad financiera más que una multa irrisoria debido al impacto que un juicio contra una compañía tan grande podría tener en la economía.

Me queda un episodio raro en el tintero, "The Maple Syrup Heist" de Brian McGinn, que gira en torno a un caso millonario de robo de Jarabe de Arce, un producto cuya fiera regulación desde una asociación de productores le ha permitido alcanzar un alto precio en el mercado, lo que sin embargo tiene enfrentados a los productores dentro y fuera del gremio, debatiéndose entre una política proteccionista, que al mismo tiempo que otorga seguridades puede tomar características mafiosas promoviendo el mercado negro, y el libre mercado, en los anhelos de los productores marginales. Con todo eso, no deja de ser un caso raro, tratado con tintes humorísticos que lo dejan como el capítulo más fuera de foco del conjunto.

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Sin embargo, hay que hacer notar que Dirty Money no ha levantado casos que no hubieran sido conocidos con anterioridad, lo que se hace evidente con la presencia casi como narradores de los periodistas y abogados involucrados en las investigaciones. Tampoco ha producido grandes innovaciones formales en términos de documental de denuncia y probablemente su estilo general pueda ser descrito bajo una  categoría aún por describir: el “Documental Netflix”, marcado por una estructura narrativa a la que nos hemos acostumbrando, un esquema visual cuidado pero ya conocido en opening e ilustraciones, un cuidado de la imagen y la fotografía incluso a nivel de archivo. En suma, un conjunto de medios de producción que siempre dejan la pregunta por si no habría en alguno de los capítulos una historia digna de un trabajo más complejo y singular, fuera de las restricciones que impone el formato serial.

Finalmente, a nivel de la tesis política del conjunto de la serie cabe preguntarse si no se ha enfatizado precisamente la fascinación del espectador por aquellos que logran hacer la trampa al sistema, los “grandes criminales” con los que partimos, donde precisamente el tono de comedia negra, de burla sobre el farsante que ha sido sorprendido, concentra la atención en los estafadores o en los justicieros, oscureciendo en este mecanismo la posibilidad de cuestionar más allá de la miopía ética de los negocios ensuciados, el conjunto sistemático que provoca la impunidad sostenida de estas prácticas. Precisamente este enceguecimiento apasionado por la riqueza que aplasta cualquier consideración moral o ética, a cuya mitología nos tienen acostumbrados los Rico McPato y los Mr. Burns, tendría que ser leído más allá de la idea de cierta patología individual u organizacional, de cierta pillería ambiciosa, sino en una continuidad donde el dinero sucio y el dinero limpio se entremezclan indistinguiblemente. Y eso pasa -precisamente- porque el dinero limpio es dinero sucio cuando asuntos como un salario que no te obligue a pedir créditos, una regulación ambiental poderosa, el acceso a medicamentos básicos para la vida, etc., no están asegurados. Armar el bestiario es importante (y seguramente al terminar la temporada una pequeña inquietud sobre cómo esta serie podría haber sido perfectamente hecha en Chile le va a rondar), sin embargo Dirty Money tambalea a la hora de dejar algunas tareas ideológicas para la casa.

Nota comentarista: 6/10

Título original: Dirty Money. Año: 2018. País: Estados Unidos. Temporadas: 1. Episodios: 6. Canal: Netflix. Creador: Alex Gibney.