Algunas series (3) Twin Peaks: Nuevos sembradíos de sueños

David Lynch y Mark Frost vuelven a través de una de sus grandes historias, aquella que ha sido, en las palabras de Iván Bort, una de las responsables del formato contemporáneo del serial dramático televisivo: Twin Peaks: The Return (2017). El retorno de Twin Peaks en sus primeros minutos nos arroja de partida a una suerte de bombardeo emocional armado de imágenes referentes a las temporadas anteriores (emitidas originalmente entre 1990 y 1991), claves para recordar al menos tres tonos: la confusión (Laura Palmer enigmática le habla al Agente Cooper de nuevo), la angustia (Donna Hayward cruza llorando el patio de la secundaria) y la inocencia (la fotografía de Laura reina en el estante de trofeos de la escuela).

Esas primeras imágenes constituyen una suerte de crítica a los “previously” que han monopolizado la estructura de las seriales contemporáneas, dado que, a diferencia de lo común en este formato, solo se nos ofrece una señal de ruta para ubicarnos sin llevarnos a ningún lado: una linterna en un cuarto oscuro que -como los planos de luces atravesando alguna carretera perdida, que anidarán este capítulo- nos ubican en la posición de estar viendo una historia que ya conocemos, por segunda vez, pero atentos ahora a lo que se nos perdió la primera (¿Es el futuro o es el pasado?). Aun más, es una advertencia también; y es la advertencia de que esto no es la televisión de siempre, masticada y hecha papilla, con los puntos claves del argumento extremadamente clarificados y puestos en pedestales brillosos para que nadie se pierda, para que todos crean lo que ven. Aquí, en cambio, hay que ver y después creer. Este nuevo Twin Peaks nos obliga a mirar y así experimentar que es nuestro propio acto de mirada el que construye la ficción. Puestos en esta posición de despegue, nuestra pantalla perceptiva no puede más que seguir este nuevo sueño dirigido, que como todo buen sueño es comandado por la repetición.

La primera repetición, la evidente: nuestros viejos personajes nos acompañan. El Agente Dale Cooper (Kyle MacLachlan) tiene dos caras, Laura Palmer (Sheryl Lee) sigue habitando The Black Lodge, está el gigante (Carel Struycken), The One-armed Man (Al Strobel), el psiquiatra (Russell Irving), James (James Marshall), la Señora del Tronco (Catherine E. Coulson), el comisario Tommy “Hawk” Hill (Michael Horse), y muchos más. Se repiten pero algo se les agrega, en este caso la realidad de la vejez, el paso del tiempo. Hubo que esperar y esa espera es asumida por Twin Peaks. Pocas son las veces que este efecto de tiempo real se habrá logrado tan acabadamente, descontando las Up Series (Paul Almond, Michael Apted, desde 1964) o la película Boyhood (Richard Linklater, 2014).

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El mismo paso del tiempo, casi con exactitud, fue predicho en las palabras de Laura Palmer la última vez que la vimos hablando con Cooper, lo que le agrega más extrañeza al retorno de los actores conocidos. ¿Somos acaso espectadores omnipotentes? ¿Suerte de esclavistas de estos seres humanos condenados a representar una historia? ¿Es David Lynch un Dios, o al menos un profeta, y maneja los resortes del mundo, especialmente de los productores de televisión, más allá de nuestro conocimiento? Preguntas para nuestra sobremesa metafísica.

Sin embargo, lo que se vuelve relevante es que uno de los temas clásicamente lyncheanos, aquel que se podría parafrasear como la pérdida de la inocencia, ha sido asignado en su obra desde la posición del joven enfrentado a la cruda realidad del mundo. ¿Qué sería de Lynch sin los inocentes? Aún no tenemos en la nueva serie un personaje estable que encarne esa mirada pura o esperanzada, y esto puede ser un viraje en su obra que ya venía anunciándose con Inland Empire (2006): la radicalidad de su indagación hacía lo oscuro, hacia lo siniestro abierto en lo cotidiano, como ha destacado Clarisse Loughrey.  Ahora la vejez está presente con fuerza, es decir, lo que se va perdiendo del cuerpo, en las canas abundantes por todo el episodio, en la vejez reparada como superfuerza del doppelgänger del Agente Cooper, o en la Señora del Tronco, finalmente entregando su mensaje.

Si el Twin Peaks original jugaba con el anuncio  de una descomposición moral (del mismo modo que después lo harían Game of Thrones o Breaking Bad), este Twin Peaks: The Return nos muestra esa descomposición ejercida y actuando sobre el mundo. Es un Twin Peaks que abandona la cascara de la decencia y nos ofrece esa corrupción de manera directa. Ni siquiera el director de escuela y su esposa deben actuar demasiado tiempo como si les importara la cena interrumpida que darían esa noche o, como prueba adicional de esto mismo, ni la pareja de adolescentes que se besuquean junto al proyecto ultrasecreto en Nueva York dura en pantalla lo suficiente como para poder transformarse en un relleno narrativo. Hay poco espacio para aquellas historias que, al estilo del motociclista James Hurley en la segunda temporada, provocaban una mofa de los fans que dura hasta la actualidad.

Lynch dijo en una entrevista a Rolling Stone que ha pensado esta temporada de la serie como una película larga: “La entiendo como una película, como una película de 18 horas. Es como dirigir cualquier cosa en cine. Es exactamente como trabajar en una película”. Los primeros dos episodios de la serie nos dan cuenta de ello: Lynch ha introducido los clásicos fragmentos de imagen, sonido y diálogo que le permiten en sus filmes anteriores la producción paulatina de su sello característico. Por ejemplo, Lynch reintroduce la música de Badalamenti pero re-actualizada, utilizada de manera muy mínima, a diferencia de lo que pasaba en las temporadas anteriores donde cada tema era hasta la marca de aparición de ciertos personajes. Aquí la música se repite, pero como para recordar lo conocido agregando algo.

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Como ha notado David Foster Wallace (en su ensayo sobre Lynch del año 1997, parte del libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer), la música y el diseño del sonido es un componente esencial en la obra de Lynch para producir un efecto del que depende fundamentalmente su obra: la presencia del mal como una suerte de atmósfera. Ese mal pulverizado está presente en esta nueva temporada (en el ruido de fondo y los sonidos indescifrables). Sin embargo ahora hemos sido puestos un paso más allá. El mal poco a poco empieza a tomar formas más específicas a medida que perdemos a BOB y las escenas del Black/Red Lodge se vuelven menos escasas: un fantasma, un Dale Cooper oscuro, un misterioso cubo de vidrio, una casa de camioneros, o nuevos personajes hablando al revés. Finalmente, el mal se concretiza, como siempre, en una pieza discreta: un pedazo de carne en el fondo del guardamaletas del director de la escuela, cual oreja en el pasto de Blue Velvet (1986).

Esta construcción de atmósfera es delicada, dependiendo de un entramado profundo de los distintos elementos del serial (sonido, música, cinematografía, actuación, contrapuntos de comedia), que en este caso se levanta triunfalmente. La escena en que descubrimos un cadáver decapitado, por ejemplo, parece su demostración: la historia de la vecina que por el olor en la habitación contigua llama a la policía y el enredo que tienen para abrir la puerta, mezcla la comedia como un contrapunto que nos baja la guardia antes del descubrimiento de ese doble cadáver que inaugura una nueva historia de asesinato (la que podrá tenernos algunos capítulos más preguntándonos si estamos ante un nuevo Macguffin, o incluso, si es que alguna vez estuvimos frente a un Macguffin en todo esto). Lynch ha perpetuado su carrera al jugar finamente con esos trozos de percepción fílmica a costa de su mala digestión. Y ahí está comenzando de nuevo ese arte de Lynch, sembrando fragmentos de sueños que nos obligarán a contarnos nosotros mismos historias sin que siquiera lo sepamos.

César Castillo Vega

Nota comentarista: 8/10

Título original: Twin Peaks. Año: 2017. País: Estados Unidos. Temporadas: 1 (18 episodios). Canal: Showtime. Creadores: David Lynch, Mark Frost.