Informe XIII Sanfic (4): Superando las decepciones

Ya llevo tres años escribiendo sendos reportajes sobre lo que pienso sobre el SANFIC, en el año 2015 hablé de un “ocaso” del festival con mayor presupuesto a nivel nacional, y el año 2016 me referí al festival como apenas “manteniéndose a flote”. Aunque no estoy dispuesto a darle el completo visto bueno al Festival de Santiago de este año, sí puedo decir que, comparativamente, debe haber sido el festival más grato en varios años, al menos desde el 2012, año desde el cual asisto con cierta regularidad (o hasta donde podía el bolsillo). Esta fue una versión más amable, más diversa y un poco más accesible (insistir en el Parque Arauco aún me parece criminal y no lo pisé durante todo el festival). Y aunque sigue insistiendo en sus diversos “tics” que lo hacen fácil blanco de burlas… finalmente, ¿en qué nos divertiríamos si no nos pudiéramos reír un poco de él?

Se agradece la presencia de estrenos nacionales en ambas competencias principales (y en el caso de las cintas chilenas, algunas premieres mundiales), y pese a la enorme potencia de los nombres de la sección de Maestros del Cine, varias de las cintas mostradas ya estaban para ser disfrutadas hace varios meses por aquellos suficientemente busquillas como para poder verlas (aquellos que querían ver con real deseo la magnífica A Quiet Passion de Terence Davies o la correcta I am Not Your Negro de Raoul Peck, ya la vieron bajándolas de Torrent, y la excusa de “repetírselas en pantalla grande” corre para gente cuyo presupuesto cinéfilo está fuera de todo mi interés en cuanto a capacidad crítica de sus actitudes o hábitos). También se agradece la calidad bastante uniforme de las cintas en general, salvo las excepciones que daré a conocer más adelante. También se agradece ese pequeño esfuerzo de dar algunas cintas en 35mm, parte del homenaje a la obra del director de fotografía Rainer Klausmann. Algo de “insider” es agradecer la posibilidad que dio el festival a los acreditados de prensa para acceder a varias de las cintas de competencia y grandes maestros en funciones durante la mañana en el Hoyts de San Agustín. Céntrico, cómodo; y como ir a trabajar al festival se torna un hábito, encontrarse con las mismas personas con las que apreciar las obras de nuevos y viejos directores era agradable.

Las cosas que no se agradecen es, nuevamente, la inclusión de funciones en el Parque Arauco (incluso hubo películas que sólo se dieron ahí, aunque se agradece que haya dejado de ser el centro principal de todo), la imposibilidad de los acreditados de prensa de acceder de forma gratuita a funciones que no fueran en los Hoyts, la casi burlesca invitación a un actor de Hollywood como Matt Dillon (que al menos este año estuvo acompañado de un homenaje con filmes en BluRay en la Cineteca Nacional), o que, pese al enorme presupuesto, las secciones paralelas no terminen de convencer (un homenaje al cine español reciente sin ningún exponente realmente importante del Nuevo Cine Español, un documental experimental perdido en la grilla y que no tenía presencia desde el 2015, entre otros ejemplos).

Se insiste en programar una serie de ficciones y documentales de escaso valor, más allá de algún premio aquí o allá, pudiendo tal vez invertirse en alguna retrospectiva más robusta, algún invitado director de cine, o simplemente dejar de jugar a ser el festival de cine que tiene que tener películas “importantes” y ser el festival que trae lo que todos queremos ver de los festivales más grandes del mundo que ya pasaron: más maestros del cine, una competencia con algún avezado director tomando un nuevo rumbo, alguna retrospectiva completa a algún cineasta contemporáneo y aún vigente. No sé. Ideas al aire. Llámenme.

 

Los ganadores y los perdedores

1502343040Sapo

Siempre uno de las instancias más llamativas y que captan buena parte del  interés de la gente es la Competencia de Cine Chileno, y curioso que este año haya habido una especial atención a la hora de tener mitad documentales, mitad ficciones; demostrando así el poderío del cine chileno actual en cuanto a su variedad y profundidad. Lamentablemente, la película ganadora del premio principal también califica no sólo como la peor película que vi en Sanfic, sino que también como una de las peores películas chilenas que he visto en mucho tiempo.

Sapo viene a demostrar lo mucho que le cuesta a los cineastas chilenos realizar narrativas medianamente decentes sobre tiempos de dictadura, donde pareciera que el período entre Octubre de 1973 y el año 1988 fuera imposible representar lo que pasaba ahí (otra cosa es el documental, no se pierdan), y que cuando se hace, resulta de una ridiculez y una pérdida absoluta del rumbo. La cinta abre con un texto explicando lo que es un sapo para aquellos que no lo saben, alguien que anda contando a otra gente lo que hacen otras personas, a fin de acusarlos de algo, y acá toma como figura a un periodista recién egresado (pero que ya tiene unas entradas de calvicie y un sendo bigote) y su trayectoria desde fines de los años 70 hasta fines de los 80. El personaje principal es un ser absolutamente miserable, un hombre que tartamudea, tiembla, se queda en silencio cuando le preguntan cosas, resultando alguien imposible de acceder bajo ninguna circunstancia, y a quien seguimos por cada plano mientras trabaja en su máquina de escribir, visita a los psicópatas de Viña en la cárcel (lo más terrible de todo: una oportunidad perdida más de poder representar esta increíble historia en la pantalla… aunque el documental Pena de muerte de Tevo Díaz ya hizo una gran labor, pero hablo, nuevamente, de ficciones), recibe informaciones discretas, va a fiestas “de toque a toque”, enamora a una compañera de trabajo y también acusa a los que le caen mal de ser marxistas. Hay un estilo de filmación absolutamente mareante, cercano y casi morboso, un montaje inentendible que mezcla hasta cuatro o cinco líneas de tiempo diferentes desordenadamente, las cuales no dan a conocer más o menos del personaje más que seguirlo a lo largo de todas sus desagradables acciones. Puede que alguno piense que esa era la razón de todo: mostrar a un personaje desagradable… pero eso no justifica el mostrar a alguien, tres cuartos dentro de una película, masturbándose encerrado en su auto, luego de demostrar ningún tipo de desviación sexual anterior. La escena pasa y luego la cinta sigue y nunca más se vuelve a mencionar algún tipo de fetiche o problema sexual. Es una escena de choque, sólo quiere provocar una reacción, y para cines de reacciones creo que ya tuvimos toda la saga de torture-porn. Esto es porno miseria del tipo en el que vemos torturas, pero no busca que sepas qué se hacían en Chile, sino que su intención es darte un shock más.

Es terrible cuando una película como Sapo gana, y sé que no es culpa del festival (más culpa que la de programarla, lo cual ya es un error), pero es incomprensible incluso para el jurado habiendo cintas como Robar a Rodin, un documental lúdico y con un ágil montaje que logra contar de todo ángulo posible el famoso robo del “Torso de Adéle” de la exposición de Rodin en Chile en el Museo de Bellas Artes, hace ya más de diez años. Lo genial del documental, más allá de la forma creativa en que trabaja el montaje, mezclando incluso a veces películas de los años 10, 20 y 30 para poder alimentar el relato casi universal del robo de arte, es que mira de forma directa a quien cometió el crimen, lo confronta con sus propias versiones, lo relaciona con rumores e incluso testimonios conflictivos sobre las verdaderas intenciones detrás del robo, y aunque finalmente pareciera que se pone del lado de la versión que dice que desde el principio hubo una intencionalidad de realizar una acción de arte (ausencia/presencia), no deja de ser gracioso escuchar la retórica y las palabras usadas para aclarar un acto tan objetivamente terrible.

El Color del camaleón era otro de los documentales, el cual tendrá pronto estreno en salas a través de MIRADOC, así que dejaré a los expertos hablar, pero resulta en un giro al documental personal sobre la memoria reciente, estableciendo un núcleo emocional bastante agradable para el espectador y un montaje que torna todo lo que ha pasado en la cinta como un acto casi de crueldad, pero necesario. Por otro lado, La memoria de mi padre es de esas películas que serían mucho más interesantes si se deshicieran de alguna necesidad intensa de “hacer y decir algo importante en los tiempos de hoy”, y se transformaran en lo que son: dramas descartables de los que se deberían hacer miles en Chile para llenar una cuota de sentimentalismo que las audiencias buscan, donde en este caso la actuación de Tomás Vidiella brilla por sobre las demás, ya que pareciera que como enfermo de Alzheimer, le sale bastante bien. Sobre En tránsito mucho no se puede decir, salvo que es un documental correcto, con buena factura, “necesario” si queremos ponerle ese adjetivo, pero que tiene el problema de tener una protagonista demasiado genial y carismática, lo cual opaca el resto de las otras historias. Y mientras menos nos refiramos a Reinos, mejor nos sentiremos todos.
la_familia

Dejemos de lado lo nacional y vamos a la Competencia Internacional, donde la venezolana (en co-producción con otros países, entre ellos Chile) La familia, dirigida por Gustavo Rondón, se llevó el premio principal. Aunque no me parece una mala película para nada, siento que hay algo de caridad en otorgar un premio a una película que se dedica a establecer y a la vez eternizar ciertos temas clásicos de lo que ocurre en Venezuela, no necesariamente en estos días, sino que también como una realidad demasiado cotidiana, tan cotidiana que pareciera ser lo único que se puede filmar. Un padre y su hijo viven juntos en un pequeño departamento hasta el día en que el hijo hiere de manera mortal a un niño de una población vecina, provocando la ira de los padres, familiares y amigos que buscarán venganza como sea. El resto de la cinta es la forma en que padre e hijo se escabullen en otros poblados, buscando dónde vivir, cómo trabajar y qué hacer con el peso de la culpa que tienen encima. Correcta, bien actuada y bien filmada, no se puede comparar, eso sí, con otra película de competencia que sí busca ampliar horizontes de lo que puede ser filmado; hablo de Autumn, Autumn del coreano Jang Woo-jin, una cinta dividida en dos partes, una en la que un joven vuelve a su pueblo natal tras viajar a la capital, para enfrentarse con viejas amistades y una sensación absoluta de pérdida (la escena de la llamada telefónica entre el joven y un amigo con quien no habla hace años está entre las escenas más emotivas que he visto en mucho tiempo), y la otra mitad siendo un ejercicio de incomodidad más cercano a la comedia que al drama, pero que igual esconde una tristeza absoluta interior: se trata de una pareja de amigos, un hombre y una mujer, casados ambos, que hacen un tour de comidas, hoteles y templos en el mismo pueblo donde transcurre la primera historia. El hombre trata constantemente de cortejar a la mujer, ocupando las técnicas más usadas y terribles, provocando una sensación siempre de patetismo que resulta triste pero a la vez reconfortante. Hay algo de dulce en ver a alguien fallar tan estrepitosamente y que no se atreva a más por causa de ello.

 

Las dos de Cannes

the-square

Sanfic trajo la ganadora de Cannes, The Square de Ruben Östlund como parte de su programación de Maestros del Cine. La vi hace ya casi una semana. Aún no sé qué pensar. Es una cinta extraña, como si tuviera ganas de ser algo que nunca llega a ser, como una condena al arte moderno, o la curatoría de este, o el hecho de que el ser humano quiera ser caritativo con el otro. La enorme cantidad de planos con vagabundos pidiendo dinero, y cómo a veces son objetos de chistes o burlas, o cómo el personaje principal puede ser tremendamente identificable para luego transformarse en un monstruo… No sé qué pensar. Sólo puedo sentir que tal vez el jurado de este año no pensó tanto en lo que es lo mejor para el cine, sino en lo que podría llegar a shockear más a las personas.

Por otro lado, siempre termino dando gracias a Sanfic por darme una película que considero entre las mejores del año, y en este caso se trata de una de las dos cintas del director coreano Hong Sang-soo estrenó en el festival de Cannes. The Day After es una obra mayor del director, que se desvía de ciertos tics de trama como es el hacer películas sobre cineastas, para poder acercarse a algo que es quizás más personal. El protagonista es el editor en jefe de una pequeña editorial independiente, quien ha terminado hace ya un tiempo un romance secreto con una de sus empleadas; su esposa, sospechosa ya de la actitud apesadumbrada de su marido, llega a la editorial y ataca verbal y físicamente a una chica que se encuentra trabajando ahí, que no resulta ser la amante, sino una chica que ha empezado a trabajar ahí ese mismo día, reemplazando a la amante que aparentemente se ha ido al extranjero. En un impresionante blanco y negro, Hong se acerca a la película de una manera burlesca, como si buscara a través del drama, engañar al espectador, sobre todo aquel cinéfilo que ya ha visto algunas de sus cintas, pretendiendo confundir y haciendo creer que dos mujeres son una, que hay saltos en el tiempo, que hay repeticiones de escenas en contextos diferentes, pero que dan cuenta solamente de una expectativa de lo que Hong gusta hacer (juegos de imaginación, sueños, reiteraciones, universos paralelos, filmes dentro de filmes) con lo que propone esta película, una especie de “mea culpa” trasladado hacia otro contexto, a fin de que no se sienta tan conectado a él, relacionado con el escándalo en el que se vio envuelto en páginas de la farándula al estar involucrado románticamente con Kim Min-hee (que también actúa en esta película haciendo de la inocente empleada que es atacada injustamente por la esposa… mhhhh) estando él casado desde hace muchos años. De esas raras películas que parecieran inspirar hacer cine, debido a la complejidad del dispositivo con el cual el director pareciera estar a la vez pidiendo perdón y justificándose.