Rey (2): Materialismos pretéritos

Vi Rey por primera vez durante un viaje por tierras aztecas donde me dejaba maravillar al mismo tiempo por lo inabarcable, delicioso y voraz de la cuna del infrarrealismo y de los detectives salvajes como también por la fina programación del festival de cine que organiza desde hace un par de años la Universidad Nacional Autónoma de Mexico: FICUNAM.

Durante esa cobertura anotaba como el filme partía del interés de su director, Niles Atallah, por la historia extrañísima de Orélie Antoine de Tounens, un francés que durante el 1860 viajó a Chile con la intención -en conjunto con unos dirigentes mapuches- de crear un reino en los terrenos de la Araucanía y la Patagonia, lugares que durante esos años tenían en conflicto a los estados chileno y argentino a la hora de establecer su soberanía, dado lo agreste del paisaje y lo difícil de colonizar de sus comunidades indígenas.

Las versiones de aquel suceso, si es que fue aquel extranjero realmente nombrado Rey por los mapuches, y de ser así cómo fue posible para él realizar la hazaña -que le tomó varios años y litros de sangre más al Estado Chileno- de someterlos a un dominio foráneo, son limitadas y poco contundentes, por lo que Orélie Antoine se perfila como un personaje histórico difícil de aprehender del todo, un fantasma de sí mismo y espacio abierto para la imaginación. Ante ello, el director Niles Atallah se lanza en el juego de explorar y expandir las indeterminaciones y disimilitudes de las diferentes versiones y fuentes rastreables sobre tal empresa, a través de toda la potencia plástica que le permite la imagen fílmica, proponiendo realizar la creación de un inexistente archivo visual sobre este personaje y sus aventuras: una suerte de documental histórico especulativo.

Casi un año después de eso mi entusiasmo inicial por la película ha decaído, dando paso desde la fascinación ante el relato del entierro de las cintas de super 8 y 16 mm, la belleza de la orquestación del found footage y la multiplicidad de recursos puestos en escena, hacia la sensación de que la película por más recursos que experimente finalmente posee una pulsión narrativa de tipo lineal. La estructuración por capítulos y el tono épico del relato terminan -sobre todo hacia el final de la película- de elevar al personaje en un sentido heroico, de la mano con la idea de ocupar el trono, la corona y el estatus de rey, anclada entre la fascinación por el componente de aires de grandeza como también en la fragilidad de los sueños frustrados de un hombre solitario enfrentado contra un gran aparato judicial y policial, perdido en el fin del mundo, sin poder comunicarse bien con sus interlocutores, encerrado en una suerte de empecinamiento con la tarea. Con todo lo cual termina cayendo en la enfermedad y el delirio -momento en que el material fílmico lo abraza- y a diferencia de la información recuperada de los supuestos hechos verídicos -que finalmente muere solo lejos de Chile, dejando una tumba sin cuerpo-, la cinta lo perfila como un héroe contemporáneo de los comienzos del cine.

Quizás la gran pregunta tiene que ver con la fascinación, algo fetichista, de varios directores chilenos en sus últimas películas con la figura de su actor principal, lo que termina comiéndose toda posibilidad de elaborar un entramado más complejo que un cúmulo de primeros planos fascinados. Pienso en El cristo ciego de Murray, Una mujer fantástica de Lelio y siento que sucede algo similar con Rey. Ninguno de los tres protagonistas me parecen grandes actores y siento que, si bien esas películas buscan elaborar algo interesante, el resultado decanta en una visible fascinación, pero con la que uno como espectador no logra empatizar de la misma forma en que lo hacen esos directores por su actriz o actor.

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Más allá de esas distancias que afloraron al revisitar el filme, hay varias cosas que vale la pena anotar. Por una parte creo firmemente en la suerte de manifiesto sobre lo que puede hacer el cine que Atallah contrapone al ejercicio histórico. Está presente la idea de que al trabajar con imágenes y no con la escritura -que tiende a articular los elementos en un bloque coherente- el cine puede dejarse arrastrar por las indeterminaciones históricas: la multiplicidad, escasez, incoherencia e inexactitud de las fuentes, la falta de registro y de archivos contundentes, la existencia de tradiciones orales con narrativas y aprendizajes más fabulados, poéticos y míticos que refieren y construyen realidad con otros mecanismos, acercando al cine a su origen más mélièsano, más emparentado con la capacidad de imaginación y ensoñación que con la pretensión del directo realista.

A diferencia de otras películas latinoamericanas, como Jauja de Lisandro Alonso, El movimiento de Benjamín Naishtat o la reciente Zama de Lucrecia Martel, en las que la representación del pasado de los tiempos de conquista y coloniales no solo se revisitan sino que se revitaliza su lectura, actualizando su potencia para hablarnos del presente, pareciera que Rey termina por anclar la figura de Tounens irresolublemente con las huellas borradas por el paso del tiempo. Sin embargo, lo que sí actualiza es el lugar en ese momento histórico de la propia voz del pueblo mapuche. Se le otorga de manera vicaria a una comunidad mapuche la representación de sus antepasados, que no termina por clausurar una explicación de su posición frente al sueño del reinado de Orélie Antonie, sino que asume su propio punto ciego.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Rey. Director: Niles Atallah. Guión: Niles Atallah. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Música: Sebastián Jatz. Reparto: Rodrigo Lisboa, Claudio Riveros. País: Chile/Francia/Holanda/Alemania. Año: 2017. Duración: 90 min.