Llámame por tu nombre (2): Cuerpos que desean

En Llámame por tu nombre hay una insistencia por ensayar lo universal, una vocación por narrar una historia que desea usurpar el lugar de lo común, a primera vista se trata de la primera vez del enamoramiento. Para que este esfuerzo convocante sea exitoso lo que se va a poner en juego es una operación de identificación. Como es de suponer, todas y todos hemos asistido a la indefensión del primer encuentro amoroso, así, la igualación entre espectador y espectáculo tiene como punto de partida, al menos la evocación a cada primera historia de amor. La premisa es la siguiente, en el verano de 1983 un estudiante de postgrado, Oliver, llega como pasante invitado por su profesor a compartir la temporada estival con la familia de este, su esposa y su hijo de 17 años, Elio. Este último es un joven que dedica gran parte de su tiempo a la música, a escuchar, transcribir e interpretar. Entre Oliver y Elio va a comenzar un lento juego contra sí mismos y hacia el cuerpo del otro, todo desde de una estructura dramática y narrativa que coinciden y se orientan menos en un conflicto débil que en un flujo que llega a su desborde.

Si hacemos una rápida lectura interseccional sobre raza, clase, género y sexualidad, advertimos rápidamente que las negociaciones entre lo hegemónico y lo subalterno no revisten gran preocupación o, por el contrario, justamente debido a su modulación reaccionaria permiten crear un escenario canónico para desplegar su idealidad respecto de cuerpos que aman y pueden ser amados. Elio y Oliver interpretan con gran precisión las formas de lo masculino, la fortaleza, la razón, la cultura, el poder y la libertad sexual. Son ellos quienes investigan, descubren, se arriesgan y sostienen activamente la practica de amar, es decir, sostienen el ser para sí mismos. Por su lado, los roles femeninos igualmente están delineados bajo figuras arquetípicas del modelo de familia y la tecnología del género. La madre de Elio, la empleada de la casa y una joven amiga, Marzia, se nos presentan como sujetos que lejos de desplegarse en sí mismas están para otro: en todos los casos, para el joven músico.

No es aquí mi intención afirmar el valor ético o político de una proporcionalidad o justeza respecto de la representación de identidades que en mayor o menor medida confluyen en los bordes del pacto democrático. De hecho, hemos visto cómo esfuerzos hollywoodenses recientes por hacer aparecer diversidad en la pantalla terminan por ofrecer al espectador un patético espectáculo cuyo chiste pasa por fuera de lo cinematográfico. Más bien lo que me interesa es identificar cómo operan estas relaciones entre hombres y mujeres blancos, de privilegiada posición económica y cultural, en la fascinación del espectador ante la idealidad corporal de los dos hombres que protagonizan la historia de amor. Será necesario entonces algunas palabras sobre lo homosexual en película antes de retomar el problema de las corporeidades ideales, tolerables e intolerables.

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¿Llámame por tu nombre es una película más bajo la categoría de cine gay, LGBTQ u homoerótico? No creo que sea esta una pregunta trivial. No parece haber una especificidad de lo gay; el director Luca Guadagnino no la busca, quizás incluso la evita. Y me parece que en este punto el relato se esconde bajo la artificiosa dicotomía entre lo público y lo privado. El director nos ofrece dulces escenas entre los jóvenes amantes, siempre desde el encierro, el aislamiento o la fraternal protección de lo rural de los escenarios al norte de Italia. Sus prácticas amatorias no tienen lugar sino en los reductos del espacio privado, a la vez que públicamente ejercen como hombres heterosexuales, de clase acomodada, judíos, blancos y norteamericanos. Parece ser que la matriz estética de la estatuaria clásica, a la que los hombre adultos se dedican a estudiar y contemplar, logra sumergir también a la matriz ética clásica.

Incluso en el encuentro amoroso, Guadagnino voltea la cámara en un gesto que tiene menos de pudor que de blanquimiento -para todo espectador- de lo gay. O peor aún, lo que busca sostener es que no es lo gay ya algo de lo que habría hablar y la ausencia de sexo en la pantalla no se debe sino a un edulcorante mayor, la idea según la cual en el momento del acto sexual, justamente allí, se suspende el ejercicio del amor. En última instancia, podría pensarse que incluso hay una reivindicación por una sexualidad fluida, ya que tanto Elio como Oliver tienen encuentros con mujeres. Tal hipótesis se cae debido a que la masculinidad que norma a estos personajes, y a la historia de maduración de Elio en particular, indica el anclaje en una mujer con quien se funda una asimetría de poder. En el caso del joven músico, Marzia, joven no judía y outsider respecto del circulo cultural familiar es quien lo convierte en hombre o inaugura su hombría. Elio, Oliver y el padre del primero comentan la anécdota con agrado y entusiasmo, como si del segundo Bar Mitzvah se tratase.

Así, desde el punto de vista del argumento, la pretensión de universalidad va apareciendo cada vez más escurridiza, y es que no deja de ser un problema aspirar a la identificación empática a partir de filmar una burguesía intelectual, a ratos ociosa, a ratos ocupados en jornadas laborales que no son sino aventuras submarinas. Mientras la puesta en escena recuerda a directores como Rohmer, Pialat o Bertolucci, el nombre que más recordaba era Pasolini. No precisamente por la premisa que comparte con su Teorema (1968) sobre la fascinación y transformación por parte de una familia ante el extranjero, sino por parte de su obra literaria. Tanto Amado mío como Actos impuros transcurren en una Italia rural y están protagonizadas por jóvenes arrastrados por sus impulsos. El recuerdo de estas novelas opera por contraste, en el film de Guadagnino está latente la ausencia de esa vitalidad conflictiva, que ataca también al deseo, que caracterizó a la obra de Pasolini y es tan extraña a la producción cinematográfica de la factura de Llámame por tu nombre. Tanto en su obra literaria como cinematográfica Pasolini construye una posición de fábula pagana que inaugura una política y una poética que se preguntan, entre otros, por el problema del amor. Aunque, contrario al ejercicio de Guadagnino, es incisivo en su especificidad material.

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Ahora bien, sí hay razones para retomar la pregunta sobre lo universal. La placentera sensación que permanece luego de las más de dos horas de filme es elocuente sobre un triunfo. Guadagnino logra desmenuzar el cuerpo que siente. Lo universal pasa en Llámame por tu nombre por el cuerpo sensacional y no por la corporalidad idealizada que protagoniza el romance. Lo que produce tal atracción es su sensualidad, la música que escuchamos y la que es leída, la luz que origina el agua, el calor, la intensidad del sabor frutal, la manera en que se enfrentan al olor; todo parece estallar y la película es alegórica sobre el momento en que todo estalla. El protagonista es el primer tropo de esa alegoría, en él todo es cuerpo, le sangra la nariz, eyacula, vomita, llora. Es erótica también en lo táctil, sus texturas. La cámara se detiene sobre las manos contra la sábana, sobre las manos contra la piel del otro, sobre las manos contra el propio sexo. La atmósfera lograda por la dirección de arte y la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom evoca a este y otros mundos, el de Rohmer por ejemplo. La dirección de arte en esta película es un espacio creado que aspira a ser mundo, una realidad que late, que se siente. Lo sensible es su misterio y su triunfo.

Finalmente, Llámame por tu nombre es una bella película sobre cuerpos sensibles y cuerpos ideales. El cine siempre ha tenido la capacidad de asignar valor a ciertos cuerpos y devaluar hasta lo intolerable a otros desde el punto de vista cultural (el alabado monólogo del padre hace la sentencia). Pone en escena objetos repetidamente representados por una sociedad como ideales, y desde allí también coloniza. Esta película reafirma cómo ciertos cuerpos se nos aparecen más dignos de nuestra afirmación libidinal y llegan incluso a fascinarnos. Y queda la pregunta ¿hay aquí algo que se reinventa sobre el amor? La idea de perderse en el otro, o la idea del otro como destino -tal como parece sugerir el título- nos remite a aquello que hemos visto, que se nos ha dicho sobre el primer amor y el desamor, y que parece ser incuestionable. Hoy, me parece, resulta ineludible pensar otras formas y hacerse otras preguntas.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Call Me by Your Name. Dirección: Luca Guadagnino. Guión: James Ivory (basado en novela de André Aciman). Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Sufjan Stevens. Reparto: Timothée Chalamet,  Armie Hammer,  Michael Stuhlbarg,  Amira Casar,  Esther Garrel, Victoire Du Bois. País: Italia. Año: 2017. Duración: 130 min.