Flow: Lo que llevan los caudales

Los gigantescos surcos de dos ríos, en dos puntos tan disímiles como India y Chile, proveen de contenido el documental de Nicolás Molina. Flow es justamente eso: flujo. Ya sea de agua, de años de socavar historias, de pueblos arrimándose a su potencia, flujo de comercio, de animales, de gente ingeniandoselas para cruzar, para pescar, para moverse a través de él. El Biobío y el Ganges, como si fueran parientes y dando recordatorio a través de estas imágenes que, de alguna manera, todos los ríos lo son.

Nunca es sencillo enfrentarse a miradas paralelas. La búsqueda de similitudes o particularidades entre pueblos puede ser un relato que busca un clímax de interacción excepcional (ese momento en que los protagonistas unen sus historias en una sola) o bien una mirada de contrastes -que es lo que ocurre en este caso-, y por ende, es la apuesta más arriesgada en cuanto a ritmo, porque todos (y ninguno) son protagonistas, cada historia es independiente de la otra, cada secuencia vive su momento para luego salir para siempre de pantalla.

El uso de cámaras estáticas, planos abiertos, preocupación por la calidad del sonido directo, muestran la experiencia de un director que ya había incursionado en un relato en el que la naturaleza pasaba a ser la protagonista permanente, como en su documental Los castores (en codirección con Antonio Luco, 2014). Es fascinante, sin duda, entrar en los parajes que recorren ambos ríos. El paisaje va cambiando tan crudamente mientras las aguas descienden desde las montañas al mar. Un collage de fotografías en el que se desprende una idea fija: mientras más arriba, más prístino el entorno natural y más esencial el humano. Al acercarnos a las grandes ciudades que se encuentran próximas a su desembocadura, pareciera imposible que el río nos hablara de un mismo tiempo. ¿Cómo pueden coexistir los comuneros y campesinos que arrean y recogen piñones en la ladera del cerro, con las discos repletas de gente deambulando al ritmo del reggaetón? ¿Cómo el Himalaya puede amparar los juegos de los jóvenes en plena nieve, rodeados de silencio, y en otro punto del Ganges los niños se embarran para recibir a los turistas por un poco de dinero para el día?

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En ese sentido el relato se compone de quienes habitan en ese momento único de filmación, dando oportunidad a un equilibrio entre el punto  de vista etnográfico y el viajero: la cámara sabe perfectamente dónde debe estar y cómo desplazarse, pero como el tránsito del montaje es ágil y recorre en hora y veinte de película el flujo de dos ríos y sus torrentes de historias asociadas, pareciera que cada toma fuese casi casual. Eso sí, es un recorrido que se siente extenso para el ojo, al que pesan los minutos, principalmente porque el único método utilizado es el de ir y venir entre ambos países, por lo mismo, el ritmo se hace algo monótono. Aunque, por otro lado, probablemente el trayecto no estaría completo si se hubiese prescindido de alguna de sus secuencias (y ya se intuye que mucho material quedó fuera).

Por otra parte, al no ser un experimento antropológico estático, de un solo punto del Ganges o del Biobío, que necesita fluir desde la montaña al mar, cuando se piensa en el propósito del documental, Flow nos recuerda que el cine es versátil y no necesita buscar historias rebuscadas: las más sencillas acciones develan el devenir de los pueblos, sus miradas del mundo, sus formas de interactuar, y en este caso, parte de ello es que los espectadores puedan ser testigos, viajeros y habitantes de las riberas. Si bien de tanto en tanto se nos pierde el río/imagen y queda como una omnipresencia que late de fondo, sentimos que, aun así, su flujo late fuerte.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Flow. Dirección: Nicolás Molina. Casa productora: Fantasma. Producción: Marcela Santibañez. Fotografía: Nicolás Molina. Montaje: Camila Mercadal. Sonido: Marcela Santibañez. Música: Manuel Ortúzar, Max Ferrer. País: Chile. Año: 2018. Duración: 82 min.