Wish: La vigencia de Disney tambalea en su centenario

El filme logra impartir valiosas moralejas a los niños sobre la perseverancia, la independencia y el amor a la familia. Cualquier mensaje simple, no obstante, sucumbe ante el drama superfluo del rey y las burbujas, cuyo entramado de ideas genéricas (magia, poder, ambición) ensombrece los destellos de ingenio de la historia, la que tampoco se beneficia de canciones sosas que, en lugar de ser puntos de giro, son pausas.

Han pasado cien años de la fundación de The Walt Disney Company, el conglomerado de entretenimiento que nos dio a Mickey Mouse, al Pato Donald y largometrajes de animación que atesoramos en nuestra memoria, producidos por Walt Disney Animation Studios. Y para celebrar un siglo de cine, televisión, música, juguetes y parques temáticos, tenemos Wish (2023), un refrito de la vieja escuela. Narra la historia gratuita del origen de la estrella de los deseos, la de la canción «When You Wish Upon a Star» de Pinocho (1940), presentándola como el comodín unificador del canon de clásicos de Disney. Es una hora y media de diversión, fantasía y perplejidad.

La meta específica de los directores Chris Buck y Fawn Veerasunthorn es contar un cuento de hadas alejado de fuentes literarias (que han nutrido al estudio por décadas), y confeccionan uno original; o sea, corporativo. Hay un reino, llamado Rosas. La protagonista adolescente, Asha, tiene una voz digna de Broadway. Sí, este es un musical. Un animal es su mejor amigo, la cabra Valentino. Sus siete mejores amigos humanos son sendas referencias a los enanos que dan refugio a Blancanieves. Y a menudo suenan las primeras notas de la canción de Pinocho.

Si bien el dúo trabaja dentro de límites nostálgicos y mercadotécnicos, sabe lo que su producto debe ser en 2023. De esta forma, el público objetivo…, digo, el mundo está representado en todo su diverso esplendor en la película: el pueblo de Rosas es multigeneracional, multirracial, multicultural, ¿quizá politeísta?

Y aunque los realizadores insistan en crear la ilusión de un relato de princesas a como dé lugar, saben que no es acertado que su protagonista sea una princesa. De consiguiente, Asha es una plebeya que vive en una casa humilde con su madre Sakina y con su abuelo Sabino, que cumple cien años. Lindo detalle. Su padre murió; Mufasa también.

Pero ni siquiera la mortalidad es una gran preocupación en un reino donde hay paz y armonía, gracias a que el rey Magnífico, que habita en su castillo con su esposa, sirvientes y soldados, usa magia para gobernar Rosas. De hecho, necesita un nuevo aprendiz, y Asha va un día a una audición con él y, de paso, a solicitar que el deseo de su abuelo sea concedido en su cumpleaños: una vez al mes, el rey selecciona un deseo al azar, de los miles que cada persona le ha entregado por obligación al cumplir dieciocho años, y lo concede.

Los deseos permanecen dentro de burbujas encantadas que flotan en la torre del castillo. Sin embargo, la joven descubre que esto no es más que un método artero que el monarca usa para suprimir posibles amenazas a su poderío: él finge cuidar las burbujas, cuando, en realidad, las inspecciona para asegurarse de que nadie aspire al trono. Así, el deseo que elige conceder es siempre el más inocuo, según sus estándares, para mantener la paz y que nadie sospeche nada.

Asha fracasa tanto en su audición como en su petición, y, angustiada por la verdad de Rosas, le pide un deseo a una estrella, haciendo que ésta cobre vida y baje del cielo nocturno. Es amarilla, pequeña y brillante, de una cara naíf y una energía efervescente e infatigable, como si la hubieran sacado de las caricaturas mudas de los 20. La aventura empieza cuando ellas, Valentino y los otros siete amigos, deciden enfrentarse a Magnífico para terminar con su yugo siniestro y restituir los deseos a sus respectivos dueños. Y sé que parece una retahíla desalmada de spoilers, pero no lo es, ya que se trata sólo del primer acto; es el material que se vería en el tráiler. Un guion impredecible, sutil y sin ambages, claro está.

Wish honra las dos tradiciones pictóricas del estudio con una mezcla espectacular entre animación 2D y 3D, que le confiere una apariencia distintiva al reino de Rosas. Su arquitectura la encontré, a veces, influida por una estética del Medio Oriente. Y eso lo aprecio, porque si hay algo que le falta al canon son más historias situadas en esas tierras; es demasiado el eurocentrismo. En general, las imágenes son cautivadoras por la composición, el movimiento y los colores, desplegando una paleta enfática en violeta, púrpura y, por supuesto, rosa.

Y el filme logra impartir valiosas moralejas a los niños sobre la perseverancia, la independencia y el amor a la familia. Cualquier mensaje simple, no obstante, sucumbe ante el drama superfluo del rey y las burbujas, cuyo entramado de ideas genéricas (magia, poder, ambición) ensombrece los destellos de ingenio de la historia, la que tampoco se beneficia de canciones sosas que, en lugar de ser puntos de giro, son pausas.

La visualidad compensa a ratos la ausencia de mejores números musicales, mejores chistes (la cabra es más graciosa cuando no habla), y, sobre todo, de intensidad, peligro, situaciones en que los personajes tengan algo significativo que perder. Asha es nuestra heroína, mas su identidad se disipa en una nebulosa servicial; si les falla a sus conterráneos, pues, se pondrá triste, y eso no es suficiente para reflexionar o entretenerse.

En cuanto al villano, Magnífico es popular en Rosas por su belleza física, y su nombre le sienta, perfectamente, como un comentario sobre su narcisismo. A propósito, creo que es un villano queer-coded, como otros en el pasado. Él es similar al vanidoso Gastón de La bella y la bestia (1991). Y por cómo se desplaza en su torre, custodia los destinos de la gente en esas burbujas y canta desdeñando a su pueblo, evoca a Úrsula de La sirenita (1989). Tener un personaje queer-coded es un gesto anticuado, considerando que, en el mismo año, la excelente Nimona, de Netflix, posee personajes queer; y considerando, encima, aquéllos de Un mundo extraño (2022), título de Disney precedente a Wish. ¿Por qué siguen con los villanos queer-coded, cuando nos dan una plebeya en vez de una princesa? Es desconcertante, pero ya está.

Ahora bien, la rebelión que se levanta en Rosas contra el rey señala un espíritu anárquico que desearía (¿ves lo que hice ahí?) que la compañía profundizara en sus próximos proyectos, en los que ojalá vuelva a los dibujos sobre los que construyó su legado. En medio de tanto CG, ¿se puede decir que Disney compite con productos novedosos? ¿Esperan los ejecutivos que los espectadores más pequeños se tomen en serio tramas insulsas y rebuscadas que suelen ver en parodias? ¿Cómo pueden persuadir a sus padres de comprar boletos? El 2D es la quintaesencia de Walt Disney y puede ser la respuesta, aparte de la incorporación de temas contemporáneos.

Esta película debió ser genial, dado su presupuesto multimillonario. Y debió ser trascendental, dado el centenario. Al menos, es ligera, bonita y no es panfletaria. Es, meramente, buena, lo que me basta para augurar su futuro como un clásico animado camp. Y lo mejor son las escenas familiares, donde los diálogos conmovedores entre Asha y Sabino nos remontan a las conversaciones entre padre e hija de La sirenita, La bella y la bestia, Mulán (1998) y Moana (2016). Son un recordatorio de que la magia de antaño sigue ahí.