Top Gun Maverick: Más arriba que abajo

Lo grande de esta Top Gun, lo que nos enamora del cine, aparece cada vez que Maverick asciende a los cielos para jugar uno de los juegos físicos más peligrosos, o los momentos en que quiere hacerlo, o está por hacerlo. En algunos de estos últimos quizá faltó la chaucha para el peso, pero anduvo cerca, y la maravilla allá arriba no se olvida fácilmente.         

Súper héroes. Se podría decir que Top Gun Maverick es una película con un súper héroe de protagonista y una escuela de aprendices tras él. A su vez, tras la película, hay un actor que celebradamente gusta de probar los límites del trabajo físico, del riesgo en el cine de acción, colgándose de aviones en despegue que lo suspendan por casi un kilómetro y medio sobre el suelo. Es Tom Cruise jugando a ser Batman, es decir, un súper héroe sin súper poderes, uno que es imposible de existir en la práctica, pero si en teoría. Cuesta no simpatizar con alguien que se arriesga a hacer cosas que uno mismo jamás haría y, en ese sentido, es que se llega a perdonarle exageraciones en las que incurre con su personaje de ficción, acordes a la naturaleza juguetona del súper héroe con súper poderes, el de Marvel particularmente.

Por lo demás, para todos nosotros, Tom Cruise y sus hazañas sin usar doble forman parte casi tanto de la ficción e irrealidad como las del viejo piloto estrella de los marines que no parece haber envejecido más de diez o quince años desde los ochenta. Pete Mitchell (Tom Cruise) en Top Gun Maverick usa la misma chaqueta y moto de su juventud, y lo que es tan decidor y lo aleja de cualquiera indignidad, mantiene su rango de capitán cuando otros como Iceman (Val Kilmer), su antiguo rival y hoy amigo, es ya un almirante. Maverick o Cruise es capitán porque quiere seguir rasgando los cielos con naves cada vez más veloces y fantasmales, sigue soltero, sin canas, la misma chaqueta, misma moto, la sonrisa que ya es un clásico de Estados Unidos. Es el mismo sujeto de 1985, solo un poquísimo más seguro de sí, con un trauma a cuestas al mismo tiempo, y mucho más simpático. Los humos unos peldaños más abajo, y esto último sí que puede hasta conmover y confundirse con la vida.

Todos estos pilotos, él y sus aprendices, comparten con nosotros un secreto que en parte desconocen: el por qué amamos tanto volar, o ver volar, porqué soñamos con los cielos y las montañas vistas desde arriba, el viento y el vértigo de caer, pero nunca caer. Y que sean humanos los que lo hagan posible, no máquinas controladas a distancia como le aclara a Maverick el almirante Rear (Ed Harris) respecto al futuro de la aviación de combate. Todo depende del piloto es una frase que acompaña el credo casi místico que Maverick arrastra consigo, en parte venturosamente, en parte como una carga que representa la antigua tragedia que le pesa, la de su amigo en la escuela que murió al ser ambos eyectados del viejo F-14 en la primera Top Gun. Al inicio de esta película Maverick, tras lograr al mismo tiempo una hazaña y un cuasi suicidio que le cuesta el avión y lo deja perdido en algún punto de Estados Unidos con el pelo chamuscado y la cara de perplejidad, es también al mismo tiempo expulsado del proyecto militar e inmediatamente enviado a dirigir una misión en la fundante escuela de pilotos de elite llamada coloquialmente por los marines, Top Gun.

Cruise al llegar se lleva una desagradable sorpresa que tiene que ver justamente con algo que aún no parece aceptar, el tiempo. La leyenda no goza de la simpatía de su superior y ha sido llamado para enseñar en vez de dirigir la misión encargada por el pentágono: destruir lo que en pocas semanas será una planta en actividad de enriquecimiento de uranio en un misterioso país no alineado con la OTAN, al que jamás se nombra, pero tiene bosques y nieve, no desiertos ni mezquitas. Deberá elegir dentro del grupo de jóvenes pilotos que se le asigna en un breve plazo de tres semanas, en las que preparará una misión imposible. La primera escena en que Maverick está cerca de ellos abre el abanico y la verdad que es refrescante, se goza, y es que además es un bar, el viejo bar donde llegaban los marines aspirantes a estrellas del pilotaje y que revive en una nueva generación la chispa y los roces entre pilotos, y en medio un Maverick que se reencuentra con un viejo amor al que dejó en el camino y con la que protagonizará una historia de amor algo pegada con chicle a la película, sin la pausa necesaria o el carisma que si tenía la primera historia de amor, la con Kelly Mc Gillis, aquella actriz que se quedó fuera del proyecto por ser la única, en sus palabras, que representa la edad que tiene.

De la presentación de estos seres, Top Gun Maverick se desliza rápidamente al conflicto entre Mitchell y Bradley Bradshaw (Miles Teller), hoy uno de los dos pilotos que compiten como antes lo hicieron Maverick y Iceman, y que guarda un resentimiento secreto hacia el primero. Tal vez este blockbuster habría alcanzado un punto de ebullición si en vez de explotar este nudo melodramático reiterativamente como eje, se hubiera deslizado a la constante confrontación y humor entre el equipo completo (aunque seguramente esto la habría acercado más a Avengers), continuando la chispa que se dio en el bar. Pero esta Top Gun opta por un ancla de redención, mientras vuela alto, altísimo, en cada secuencia de ejercicios en el aire, de tensión y nervio ante el peligro y responsabilidad de una misión que es casi una excentricidad, y ni hablar del combate final y su extensión hacia lo inverosímil, nostálgico e increíblemente refrescante. No en vano lo disparatado nos vuelve a la idea de un súper héroe que tiene dos caras: Maverick y Cruise, donde este último ha terminado tras 35 años casi comiéndose no solo al personaje, sino a la ficción misma, juntándolas en un solo material que no nos interesa demasiado distinguir, porque no nos afea el mundo.

Claro que podría haber sido un blockbuster superior, lo que solo logra parcialmente, en muchos momentos que a veces son entorpecidos por leves disfonías de montaje muy clichés que solo ratifican lo que acabamos de ver o no alcanzan, como la Penny Benjamin de Jennifer Conelly, no por ella sino por un guión romántico y montaje adherido como postal. No es Joker o Ad astra, tampoco The Batman, independiente de que en aquellas el terreno era el drama y la penumbra y aquí la aventura, la luz y lo liviano, como el aire. Lo grande de esta Top Gun, lo que nos enamora del cine, aparece cada vez que Maverick asciende a los cielos para jugar uno de los juegos físicos más peligrosos, o los momentos en que quiere hacerlo, o está por hacerlo. En algunos de estos últimos quizá faltó la chaucha para el peso, pero anduvo cerca, y la maravilla allá arriba no se olvida fácilmente.