Todo en todas partes al mismo tiempo: La herida narcisista

Así, por un lado, Todo en todas partes al mismo tiempo es una película sobre la relación conflictiva entre una hija que no es aceptada totalmente por su madre—que de manera especialmente patente no acepta el hecho de que ella sea lesbiana, y cuya tensión es resuelta por el kung fu cósmico—; pero también explora un tema mucho más ambicioso al preguntarse por las fuentes del sentido en las sociedades secularizadas contemporáneas, que han aprendido cuál es el modesto lugar que cabe a la humanidad en el cosmos.

Más allá de que se tenga o no una experiencia placentera con Todo en todas partes al mismo tiempo —lo que dependerá en buena medida, supongo, de la tolerancia a la sobrecarga de estímulos de cada persona— la película tiene indudables atributos, por lo que vale la pena volver sobre ella. Junto con la impecable factura técnica, es un film que no escatima en riesgos, tanto por el calibre de la historia que cuenta como por la forma de presentar lo narrado. 

Todo en todas partes al mismo tiempo sigue la historia de los Wang, una familia de inmigrantes chinos en Estados Unidos conformada por Evelyn (Michelle Yeoh), su hija Joy (Stephanie Hsu) y su esposo Waymond (Ke Huy Quan). Evelyn es una mujer madura que lleva una vida más bien aburrida, agobiada por la contabilidad de la lavandería que administra, la declaración de impuestos y esas pequeñas penalidades cotidianas de la gente común y corriente. Esto, sin embargo, cambia radicalmente cuando es contactada desde un universo paralelo por el doble de su marido. Entonces, llega a saber que existe un número indeterminado de multiversos, cada uno de los cuales es la actualización de una posibilidad no actualizada en otro universo. Así, si en este mundo Evelyn lleva una existencia mediocre, en otros ha jugado mejor sus cartas y vive una vida de ricos y famosos (una premisa de alto contenido ideológico, creo yo, pero dejemos esto a un lado). 

En uno de estos universos, Evelyn es una importante científica que descubrió cómo conectar los universos paralelos entre sí, y entrenó a un grupo de personas para que saltaran de uno en otro. Entre estas personas se encontraba una niña que mostró cualidades excepcionales para ello, pero que sufrió una especie de colapso mental al poder experimentar todas las realidades a la vez. Esta niña dejó de “creer en la verdad objetiva”, “perdió todo sentido de la moral” y acumuló un poder inmenso. Ahora amenaza con destruir la totalidad del cosmos. Es Jobu Tupaki, la villana de esta historia, una fiel representante del espíritu de la época: espectadora saturada de estímulos, intoxicada de reels y de hacer zapping en infinitas pantallas, paralizada por el fear of missing out, prefiere actualizar todas las posibilidades sin comprometerse con nada. Más tarde le será revelado a Evelyn que en su universo, Jobu Tupaki es su hija, lo que la convierte en la perfecta antiheroína: es precisamente su falta de atributos lo que convierte a esta Evelyn en la persona indicada para enfrentar a esta diosa de la destrucción. 

Así, por un lado, Todo en todas partes al mismo tiempo es una película sobre la relación conflictiva entre una hija que no es aceptada totalmente por su madre—que de manera especialmente patente no acepta el hecho de que ella sea lesbiana, y cuya tensión es resuelta por el kung fu cósmico—; pero también explora un tema mucho más ambicioso al preguntarse por las fuentes del sentido en las sociedades secularizadas contemporáneas, que han aprendido cuál es el modesto lugar que cabe a la humanidad en el cosmos. Un tremendo problema. 

Porque si creo, por ejemplo, que somos los hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, y que de mi buena conducta se consigue la salvación individual o colectiva, tengo—al menos en teoría—buenas razones para hacer (lo que creo que es) el bien. Pero si en cambio, creo que la Tierra—con toda la vida que alberga—no es más que un accidente, un punto insignificante en el universo, y que no hay posibilidad de salvación alguna, ya sea en una forma religiosa o secularizada, no se ve tan claro que tenga, ni siquiera en teoría, razones para hacer el bien, o incluso para levantarme de la cama. 

Partiendo de esa premisa es muy fácil llegar a la conclusión nihilista de Jobu Tupaki: nada importa. 

Esto es lo que está claramente tematizado en aquella escena—una de las más destacables del film—en que Evelyn y Joy saltan a un universo donde no existe la vida. En esta escena de riguroso silencio en la que vemos a madre e hija dialogando en la forma de dos piedras, Joy le dice a Evelyn: 

“—Durante la mayor parte de la historia, sabíamos que la tierra era el centro del universo. Matamos y torturamos a la gente que decía lo contrario. Eso, hasta que descubrimos que la tierra está girando en realidad alrededor del Sol, que es sólo uno entre trillones de soles. Y ahora míranos, tratando de lidiar con el hecho de que todo eso existe dentro de un solo universo entre quién sabe cuántos. Todo nuevo descubrimiento es un recordatorio… 

—...de que todos somos pequeños y estúpidos —dice Evelyn. 

—Y quién sabe qué gran descubrimiento viene ahora.”  

 

En 1917, Freud escribió un texto breve titulado Una dificultad del psicoanálisis, en el que señalaba que la humanidad ha hecho tres descubrimientos que le han infligido tres correspondientes heridas narcisistas. La primera es la que menciona Joy, el descubrimiento de que la tierra no es el centro del universo; la segunda, es la teoría de la evolución y la toma de conciencia de que el ser humano es uno más entre todos los animales. La tercera es el mismo psicoanálisis, conforme al cual el sujeto no está en su casa ni siquiera dentro de su propia conciencia. He ahí la dificultad del psicoanálisis que da nombre al escrito: es una teoría difícil de aceptar porque desmiente la imagen de seres autónomos y racionales que a veces, más aún en 1917, tenemos de nosotros mismos.

Ahora podemos hacernos la pregunta de Joy: ¿cuál será el próximo gran descubrimiento, la siguiente herida narcisista? 

Comentando lo que llama “el cliché” de la herida narcisista, Bruno Latour en Cara a cara con el planeta repara en lo que considera una deformación de la historia por parte de Freud: “para tomar dichos descubrimientos científicos por una serie de heridas narcisistas, Freud debía haber olvidado el entusiasmo con el que había sido recibida la así llamada «revolución copernicana». Lejos de sentirse heridos, parece al contrario que aquellos que la vivieron se sintieron liberados de sus ataduras (…). El universo infinito, la evolución milenaria, el inconsciente tortuoso, todo eso libera: ¡por fin salimos de nuestro agujero!¡Por fin nos emancipamos!” (Latour. 2019. Cara a cara con el planeta. Siglo XXI Editores).

Latour, que en este libro está intentando ofrecer una “mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas”, como reza el subtítulo, añade sin embargo una cuarta herida narcisista —es decir, un cuarto cliché— una, eso sí, “muchísimo más dolorosa que las que Freud había imaginado: lo que ya no tiene sentido alguno es transportarse en sueños, sin obstáculos y sin asidero, por la gran extensión del espacio. Esta vez, nosotros los humanos no estamos shockeados porque nos hemos enterado de que la Tierra no ocupa el centro y se arremolina en círculos sin fin alrededor del Sol; si estamos tan profundamente shockeados es, al contrario, porque volvemos a encontrarnos en el centro de su pequeño universo, y porque estamos prisioneros dentro de su minúscula atmósfera local” (Ibídem). 

Si seguimos a Latour —quien tal vez alcanzó a ver el film antes de su muerte en octubre pasado— lo terrible no es que el universo sea infinito, y para el caso lo mismo da si hacemos el infinito más infinito a través del artilugio narrativo de los universos paralelos. Nuestro problema epocal es precisamente el contrario: nuestra existencia confinada en un planeta demasiado frágil, demasiado estrecho, cuyo metabolismo estamos alterando rápidamente.

Volviendo a la película, podría decirse que sigue tanto a Freud como a Latour, a la vez que traiciona a ambos. La herida narcisista que elige tematizar es la de Freud, pero con la disidencia de Latour: nuestra insignificancia es más fuente de liberación que de depresión nihilista. Lamentablemente, la respuesta está formulada de manera mucho menos notable e imaginativa que la pregunta. Si al comienzo de la historia Evelyn era una madre represora, su odisea por los universos paralelos le ha enseñado a aceptar a su hija y que, como dijo Waymond, hay que ser amables. Ahora sabemos que nada tiene sentido, que no hay reglas, que todo está permitido, pero lo sabemos con amor, un amor que cruza las fronteras de todos los universos. Ese es el tipo de optimismo ingenuo que, en definitiva, caracteriza a Todo en todas partes al mismo tiempo.

 

Título original: Everything Everything All At Once. Dirección: The Daniels, Dan Kwan y Daniel Scheinert. Guion: The Daniels. Fotografía: Larkin Seiple Montaje: Paul Rogers. Música: Son Lux. Elenco: Michelle Yeoh, Stephanie Hsu, Ke Huy Quan, James Hong, Jamie Lee Curtis. País: Estados Unidos. Año: 2022. Duración: 139 min.