Promising Young Woman (2): La muerte le sienta bien

He aquí la dimensión ética del personaje con su propia historia y del filme con su contexto histórico cultural: no hay madurez posible si el mundo no cambia, y va cambiando pero no lo hace solo, no por una evolución natural y progresiva de la racionalidad y su uso. Lo que yace tras los cierres de los pantalones masculinos sigue definiendo el derrotero antiético y es tarea de la heroína el ponerlo en evidencia, pero ¿y su felicidad?

*Reseña con spoiler 

Esta es, entre varias otras cosas, la historia de una mujer que madura a través de la maduración misma de la venganza, de su precisión y afinamiento, pero no es una madurez entendida en el concepto tradicional del término; no centrada tanto en el análisis de su psicología profunda como en el territorio de lo ético, que no solo le va imponiendo una guía moral para moverse en un mundo de agresión institucionalizada, sino también una fuerza y motivación que la hacen reencontrarse consigo misma y con su lugar en el mundo, por bizarro que pueda parecer ese destino. Este ámbito de lo ético será el lugar de los pilares de Promising young woman: la justicia aplicada de forma matemática a través del guión, la masculinidad tóxica, la utopía de la felicidad, la acción vengadora, las ínfimas o decisivas mentiras y las grandes corrupciones del mundo. También resulta el espacio donde lo irruptor o inquietante que podría resultar todo termina fundiéndose en un camino más conservador, Hollywood a fin de cuentas.  

¿Quién es esta mujer enfadada e inteligente (más bien brillante, podemos ya ir intuyendo) que por las noches, cual súper heroína con una doble identidad secreta, sale a las calles y los locales nocturnos a cazar hombres abusivos? Se trata de Cassey Thomas, exalumna de medicina que hace siete años abandonó intempestivamente la carrera y hoy por hoy vive con sus padres y trabaja de mala gana como dependienta en un café de posmoderna decoración, detalle que contrasta sensiblemente con el diseño conservadoramente afectado, casi asfixiantemente pequeño burgués, de la casa paterna. Cassey trata con cierto desdén a los clientes, incluso con desprecio, en un acto de rebeldía ante su destino, pero sin embargo no recibe alguna reprimenda de importancia de parte de la dueña, otra mujer en la treintena de quién se ha hecho amiga. En la escena de apertura del filme, Cassey yace aparentemente borracha perdida en un club, sola y desamparada ante el acoso inescrupuloso de los varones que por ahí pululan. La primeras frases que escuchamos en la película son justamente para ella, esta borracha, se lo anda buscando, etc. Y definen con nitidez lo que será el ideario cultural donde la protagonista ejecutará su venganza.  

Cassey desea salirse, esa es una de las casillas del tablero de este filme, encontrar un buen hombre, si eso existe, una vida normal. ¿Pero quién sería bueno? Aquel no abusivo e inescrupuloso con la debilidad femenina, esa es otra de las casillas, y funcionan de esa manera esquemática extrema dentro del juego porque los tintes en el relato juegan a ser matices pero no influyen realmente. ¿Cassey lo logrará? Ya las primeras frases pueden llevar a intuir lo contrario, pero el misterio se mantiene y lleva el carro de la narración, preciso y liviano como si tuviera alas, hay que decirlo. ¿Pero hablando de Cassey y su misión nocturna, sería eso justo? Cabe, en base a esto, el preguntarse ¿cuál es el objetivo y auténtico móvil más profundo de la venganza de Cassey? Sin duda de que es la masculinidad tóxica, como concepto en boga en el feminismo contemporáneo, pero preocupándonos en particular de ella, como un ser, no solo en su derrotero, calvario y misión, salir del esquema es volver a vivir realmente. La película obviamente no puede casarse con este ángel como exterminador, ha de buscar su felicidad, como con cualquiera que haga justicia. Entonces la pregunta por el objetivo es, realmente, ¿cuándo se detendrá? Pero es difícil que ella se lo pregunte, simplemente no logra evitarlo para encontrarse siempre con la misma ecuación: fragilidad y abuso. 

No sabemos si la segunda oportunidad se le dará a Cassey, y cómo responderá a esta. Sí, que el filme se va explayando sobre el tablero del suspenso y la incertidumbre -su más agudo engranaje- y en la necesidad de que victimarios, indiferentes, cómplices, abusadores, culpables en suma, paguen su deuda, en primer lugar, poniéndose en los zapatos de las víctimas. He aquí la dimensión ética del personaje con su propia historia y del filme con su contexto histórico cultural: no hay madurez posible si el mundo no cambia, y va cambiando pero no lo hace solo, no por una evolución natural y progresiva de la racionalidad y su uso. Lo que yace tras los cierres de los pantalones masculinos sigue definiendo el derrotero antiético y es tarea de la heroína el ponerlo en evidencia, pero ¿y su felicidad? Solo hay un hombre simpático (auténticamente digno de simpatía) en esta historia, es el padre, y su influencia en la crisis de la protagonista es mínima. Parece más un testimonio bonachón, el recuerdo de lo que debería ser un hombre, aunque algo extraviado en el tiempo y en el decorado excesivamente de clase media aspiracional, seguramente más obra de la personalidad de la madre de Cassey que de él.

Cuando las máscaras van cayendo, las casillas, las piezas y los pilares pueden cerrarse bien si todo encaja. Francis Ford Coppola se volvió loco en la selva de Filipinas, y jamás regresó del todo, al menos nunca volvió a filmar los grandes tótems fílmicos que levantó en los setenta. En esos meses de rodaje caótico en la jungla, una de sus peores pesadillas fue la de no dar con un cierre para su Apocalipse Now, no sabía qué hacer en el guión con Kurtz, ¿matarlo, dejarlo vivo?, ¿cómo? El dilema era moral. Mantenerlo en este mundo quizá habría convertido a su odisea en un artefacto auténticamente sumido en los infiernos. Cassey, a años luz de la ambigüedad fascistoide del personaje imaginado por Coppola y John Milius, situada en la razón de la razón, concluye su periplo de forma tramposamente sorprendente, lo que vemos ahí es la imposibilidad de desafiar el viejo moralismo estadounidense: venganza tan extrema donde solo la muerte puede redimir al ángel vengador para que simpaticemos con él (ella), y pueda seguir siendo lo que siempre fue, una mujer enamorada y no una heroína que puede llegar incluso a los métodos de la tortura ante la corrupción, la injusticia total del mundo. 

Todo esto termina sonando comprensible e incluso aleccionador, edificante tal vez, pero la convivencia entre artefacto cultural envenenadamente irónico y a la vez edificante no promete ir muy a fondo. El problema puede residir en ya haber presentado la masculinidad tan tóxica que literalmente cualquier hombre joven es un potencial abusador sexual de lo más vulnerable (una mujer borracha, por ejemplo). Ante esa ecuación, la cárcel, el ridículo y una revelación final en forma de mensaje de celular, suman picardía y encanto, pero no bastan. Todo en esta historia es cuasi fascinantemente entretenido e intrigante, pero el problema -finalmente también narrativo- es ético, y puede residir simplemente en lo que llamamos pedestremente como exageración. Funciona en el esquema de casillas y piezas del ajedrez como un reloj, pero finalmente hace que todo el esfuerzo quede corto. Todo es justo, y también irónico (porque el mundo mismo lo es), desde este mapa. Pero, ¿qué resultaría de la ironía más allá de la toxicidad rotunda retratada? y, por otra parte, ¿qué hacemos con Cassey si sobrevive?     

 

Título original: Promising Young Woman. Dirección: Emerald Fennell. Guion: Emerald Fennell. Fotografía: Benjamin Kracun. Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou, Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina, Molly Shannon, Sam Richardson, Steve Monroe, Casey Adams. Año: 2020. País: Reino Unido. Duración: 113 min.