Informe LXX Festival de Cine de Locarno: Cuatro paisajes de Locarno

El Festival de Cine de Locarno bien podría ser el mejor festival de cine del mundo. Combina la pericia a la hora de seleccionar filmes nuevos e interesantes en todas sus secciones, así como una necesaria plataforma de industria, además de una sensación de comunidad de parte de todos los miembros de la organización (te podías encontrar y conversar con todos, desde el director del festival para abajo). Con una disposición amable para el cinéfilo o la prensa reunida ahí, al agrupar sus salas en espacios cercanos y caminables, se produce así mismo no sólo la sensación de que uno va a ver las películas, sino que también puede conocer, visitar, ejercitarse y sentir el terrible calor italiano que hizo en esta edición 2017.

Tuve el placer de asistir este año al festival de Locarno debido a que quedé seleccionado en la Locarno Critics Academy, una instancia donde críticos jóvenes de todo el mundo se juntan y tienen reuniones, charlas, masterclasses, además de tener la oportunidad de ver muchas películas y escribir sobre ellas. Lo mejor que saco de esta experiencia es, sin duda, los compañeros -casi todos miembros de la comunidad europea-, preocupados, inteligentes, sagaces, simpáticos, aventureros y siempre dispuestos a charlar sobre las películas vistas, los premios y sobre la vida en general. Se compartieron pizzas, pastas, ensaladas y fiestas de las cuales nos arrepentíamos cuando nos dábamos cuenta que no habíamos escrito lo suficiente.

Pero basta de eso, lo que les presento a continuación son cuatro eventos con los que me quedo de mi experiencia en Locarno, algo que no olvidaré tan fácilmente.

 

Piazza Grande

Una de las primeras cosas de las que habla la gente cuando se refiere a Locarno es de un singular evento que tiene lugar cada noche. En la plaza central del pueblo se juntan 8.000 personas todas las noches a ver una película al aire libre. Claro que no es un evento gratis, pero en una localidad donde apenas viven 15.000 personas todo el año, esta aglomeración dice algo sobre la importancia del festival a nivel europeo, así como del orgullo que tienen los lugareños de un festival de esta categoría (lo cual va combinado con que casi todas las tiendas durante las dos semanas que dura están mimetizadas con las tramas del guepardo, el animal mascota del festival).

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Sentarse en una de las sillas de Piazza Grande es monumental, es como estar ante algo que es más grande que uno mismo, rodeado de edificios de quizás siglos de antigüedad, en plena oscuridad, el cielo nublado o estrellado, ocho mil pares de ojos fijos en una pantalla gigante… Aunque la selección de películas que se dan acá están más bien relacionadas con lo comercial y de apelación masiva, no hay dudas de que vale la pena al menos ir una vez. Yo fui dos. La primera fue Laissez bronzer les cadavres! de Hélène Cattet y Bruno Forzani, pareja de directores belga que se ha hecho famosa en el círculo del cine de género por realizar ejercicios estilísticos que rememoran el giallo de los años 70 en Italia, utilizando colores fuertes, interpretaciones basadas en reacciones más que en personajes, mucha sangre y una belleza en cada plano, pese al horror que pueda estar representándose. En estreno mundial, esta última película presenta una evolución que va más allá del giallo y se mueve hacia un estilo más propio, aún con los elementos de género a flor de piel y una banda sonora que recuerda a las de películas como Suspiria o Profondo Rosso, pero alejándose de los elementos terroríficos, proponiendo un tiroteo eterno entre policías y criminales en medio del desierto que dura horas, sin mucha profundidad temática más allá de la habilidad de los directores a la hora de filmar rostros, ojos y manos (un découpage casi bressoniano a veces).

La segunda película fue parte de un evento al cual tenía que asistir: una foto en la alfombra roja del festival junto con el resto de la Critics Academy. La alfombra roja es el evento de la tarde y se realiza camino a Piazza Grande, donde caminan miembros de comitivas de películas, homenajeados y premiados, y a veces gente del pueblo como uno, aunque nos hicieron sentarnos rápido para poder hacer pasar a las verdaderas estrellas. Fue extraño, y por más que uno ande de demagogo y crea que la gente no tiene real interés en este tipo de desfiles de belleza, hay algo de vértigo en el color y los flashes que te persiguen. Entiendo la fama como embriagante, pero no la quiero, se las dejo a los protagonistas de la película que vi después: The Big Sick (dirigida por Michael Showalter), que se estrenará pronto en cines chilenos. Es una comedia bastante graciosa sobre un comediante pakistaní, Kumail Nanjiani, que vive en Estados Unidos y su constante lucha contra las tradiciones familiares a la hora de casarse en un matrimonio arreglado, todo esto mientras él experimenta una relación profunda con una chica blanca, la cual cae enferma. Tiene momentos no tan graciosos, pero está bien construida, seguro habrá en El Agente Cine una crítica más extensa.

 

La telenovela errante

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La mayor sorpresa de la competencia internacional de Locarno fue la aparición de una “nueva” película de Raúl Ruiz, claro que co-dirigida por su esposa y eterna colaboradora, Valeria Sarmiento. Escribí una crítica en inglés para Kinoscope y estoy transcribiendo una entrevista que le hice a Valeria Sarmiento que, espero, salga publicada en Film Comment. Debo decir que estoy obsesionado con esta película póstuma de Ruiz, que es mucho más de lo que se ha querido decir, porque no es solo material antiguo restaurado y ya, sino que es una película que abre y cierra (tanto como puede abrir y cerrar una cinta de Ruiz-Sarmiento), que tiene grandes actuaciones, imágenes inolvidables y una mirada sobre el Chile de 1990 (y actual) que aún logra causar risas y reacciones del público. En medio de la primera función, creo que yo era la persona que más reía, y luego, la segunda vez que la vi, en otra sala más grande, aún era la persona que más se reía. Hay algo de chilenidad pura, y es increíble cómo tras tantos años de exilio Ruiz tenía el dedo en el pulso de lo que nos definía apenas volvía al país. Se dará como función inaugural en Valdivia, donde la podré ver por una tercera vez y creo que ahí estaré en condiciones de demostrarle a todos por qué creo que es la mejor película del año 2017.

 

Retrospectiva de Jacques Tourneur

Durante las dos semanas, o algo así, que duró el festival de Locarno, pude ver 46 películas (incluyendo cortometrajes), mucho menos de lo que me propuse en un principio, pero me di cuenta que tenía cosas que hacer… como comer. Pero debo decir que de todas las funciones a las que asistí, 16 fueron en el marco de la retrospectiva prácticamente completa que se realizó al realizador francés Jacques Tourneur. Desde sus primeros largometrajes en la natal Francia, pasando por sus cortometrajes de prueba al llegar a Estados Unidos, y finalmente toda la enorme carrera que tuvo con bajos y grandes presupuestos en los estudios durante las décadas 40, 50 y 60. El 90%, si no más, de las funciones se realizaron con copias en 35mm o 16mm, así que para un fetichista como yo era casi inevitable el poder verse atraído por el grano y la grandeza técnica de un maestro como Tourneur.

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Además de poder revisitar clásicos del terror como Cat People y The Night of the Demon, pude ver por primera vez clásicos como Out of the Past y Anne of the Indies, siendo la primera la mejor película que vi durante el festival de Locarno, un noir clásico, digamos la Piedra Rosetta del género, donde todo parece un cliché pero no lo es, porque se siente que cada plano, cada diálogo y cada secuencia está rompiendo barreras nuevas, construyendo un modo de ver la vida, un pesimismo absoluto, un amor loco, unos crímenes que te persiguen más allá de la muerte. Muy similar, pero a la vez dentro de otro contexto, se siente la importancia de una cinta más bien poco conocida de la obra del director: Circle of Danger, donde un hombre viaja a Inglaterra para saber detalles de la muerte de su hermano en un batallón durante la Segunda Guerra Mundial. Lo curioso de esta cinta de 1951 es que no tiene ninguna secuencia de acción, de detectivismo, ni de peleas, es una búsqueda constante que no lleva a ninguna parte. De alguna forma recuerda a lo recursivo de la literatura latinoamericana de la misma época, con sus autores argentinos basándose en la mundanidad de la vida diaria para dar a conocer lo extraordinario de la misma, así como lo fútil que es intentar comprender qué es la verdad y la realidad desde la distancia del papel y el lápiz.

 

El ganador

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Para la cinefilia dura, pura y eclesiástica de Locarno, fue una pena escuchar que ningún premio iba para la película póstuma de Ruiz, lo cual le habría dado un tono hagiográfico a su carrera, siendo que su primer largo, Tres tristes tigres, fue premiado con el Pardo de Oro en 1969, dotándole un cierre circular. Sin embargo, la ganadora, el documental de observación Mrs. Fang del director chino Wang Bing es quizás la mejor película que vi de la competencia internacional que no fuera del maestro chileno. Siguiendo su estilo propio, presentado en cintas como Ta’ang y ‘Til Madness Do Us Part, donde la contemplación va por encima de la caracterización, acá reduce el metraje usual de sus obras (que suele ser de tres horas hacia arriba), para dar cuenta de un hecho sencillo pero de connotaciones profundas: la muerte de la matriarca de una familia.

Mrs. Fang es una mujer de ya avanzada edad, pero no anciana, que ha sido afectada gravemente por la enfermedad de Alzheimer, dejándola postrada, con una mueca en el rostro de carácter cadavérico. Un rasgo facial que observamos por varios minutos mientras escuchamos las conversaciones de familiares diciendo cómo estaba mejor hace unos días o cómo ahora se encuentra mejor que hace unos meses, y otras sobre preparaciones de funerales, comidas… o durante la constante transmisión televisiva, que muestra dramas chinos donde se habla de amor, memoria y olvido (es bueno tener a alguien que sí hable chino en tu grupo de discusión después de la película, sobre todo para tomar en cuenta qué es lo que se subtitula y qué no).

El gran logro de Wang Bing es uno que ha tenido siempre, pero que acá se vuelve casi mágico, ya que podemos sentir su presencia (o la de su director de fotografía) detrás de la cámara, en cada una de las decisiones, movimientos, trayectos realizados… pero al mismo tiempo es como si fuera un fantasma, una presencia de la cual nadie parece molestarse, pese a mostrar las discusiones, la agonía de una mujer y la dureza con que viven estas personas en las provincias alejadas de la capital de China. Es sólo hacia el final que Wang Bing se vuelve presente, con su voz, para preguntar a uno de los hijos de Mrs. Fang cómo ha sido la vida desde la muerte de su madre. Y, la vida sigue igual: el hijo toma sus remos y se aleja en su bote, con el que seguirá electrocutando peces para luego cocinarlos.