El primer hombre en la luna: Un pequeño paso para el cine

Casi todo el mundo sabe quién es Neil Armstrong. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad, una de las frases más reconocibles de la historia. Más allá de conspiraciones secretas o cuentos fantasmas, lo cierto es que la llegada del ser humano a la Luna en 1969 es uno de los hitos más importantes del siglo XX, televisado para el mundo entero, que combina progreso científico, geopolítica mundial y cultura popular. ¿Cómo se las arregla la narración cinematográfica para hacer atractiva una historia cuyo desenlace es masivamente conocido? El primer hombre en la luna, cuarto largometraje del prominente director Damien Chazelle, se levanta desde esta pregunta, enfocándose principalmente en la vida del famoso astronauta y su trabajo en el Programa Apollo, el que finalmente lo llevará a decir aquellas célebres palabras al pisar la superficie lunar. Por cierto, no es la primera vez que una película tiene que enfrentarse a este problema, cuya primera resolución puede parecer obvia: que el viaje sea más importante que el destino final, trabajar sobre los ocultos cimientos que permitieron levantar esa gran obra por todos conocida. La consecución de este esfuerzo resumirá las bondades y falencias de este filme.

Neil (Ryan Gosling) es un piloto con una carrera en ascenso, que demuestra un ávido intelecto y gran rapidez mental para resolver los problemas que encuentra en sus peligrosas misiones. En casa, mientras tanto, debe lidiar con la temprana muerte de su hija, lo que parece aislarlo en un cuarto emocional sin puertas ni ventanas. Su esposa Janet (Claire Foy) intenta arrastrarlo fuera de ahí, pero sin demasiado éxito. La apatía y el pragmatismo de Neil encuentran un punto de escapatoria en el trabajo sin descanso cuando es seleccionado para formar parte del Programa Apollo, cuyo objetivo había sido trazado por el presidente Kennedy, poner un hombre en la luna para finales de la década de los sesenta. Sin embargo, las complicaciones no cesan de aparecer: ejercicios espaciales fallidos, colegas muertos en explosiones causadas por mal funcionamiento en los cohetes, todo lo que da cuenta de lo genuinamente peligroso que resultó tal hazaña. A la vez, aunque de lejos, se empiezan a oír los reclamos tanto de políticos como de civiles, quienes cuestionan la gigantesca inversión en la carrera espacial cuando parecen haber necesidades más urgentes aquí, en la tierra.

La película abarca un lapso importante de tiempo, varios años en la preparación para el Apollo 11, nave que finalmente logrará el alunizaje. En este devenir, lo que presenciamos son fragmentos aislados de la vida de los Armstrong, cuyo tono está marcado por la apatía de Neil y el silencio impaciente de Janet. Bajo este horizonte, el conflicto central de la obra se enmarca dentro de la esfera íntima, familiar, lo que deja en fuera de campo el contexto político del periodo, las implicancias económicas de la masiva empresa. Es una decisión arriesgada, por cierto, pero no del todo injustificada, precisamente por lo que veníamos anunciando, la búsqueda de un tratamiento que dé con facetas desconocidas de un hecho en sí muy conocido. El riesgo se sitúa en las potencialidades de dicha intimidad, cosa con la que la película debe luchar, principalmente por el carácter cerrado del protagonista. No es fácil empatizar con Neil, y Gosling ejecuta una interpretación apegada a lo que la historia ha recopilado como la personalidad del astronauta: parco, silente, inexpresivo en la victoria o el fracaso. Pero, los que sin duda pueden considerarse atributos positivos de su performance terminan haciendo ruido en un personaje que da muy poco. Por otra parte, la posición de Janet es interesante en la medida que logra sobreponerse al dolor y a la amenaza, resuelta a no ser únicamente la esposa que aguarda callada y con la cena preparada a que regrese el marido de la oficina. Sin embargo, el foco está puesto demasiado sobre Neil para que su injerencia en la historia logre modificar el centro de gravedad.

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En términos fotográficos, podemos observar un trabajo coherente con la lógica íntima que anunciábamos más arriba. Con la intención de introducirnos en la privacidad de la familia, la película está filmada a modo de video casero de mediados de siglo pasado. Con el uso privilegiado de la cámara en mano, temblorosa, que busca constantemente a los personajes en el espacio, y un color poco contrastado, abundante en tonos tierra y opacos, un grano propio del registro análogo, generan una sensación y una atmósfera visual del formato en desuso. Este trato algo desprolijo de la fotografía no significa, en todo caso, la ausencia de planos de gran calidad plástica, muchos de ellos en las secuencias espaciales o de entrenamiento.

El montaje se encarga de hacer presente constantemente la amenaza de la muerte, dejando en claro la fragilidad del Programa, el escaso margen de error con el que trabajaron, la proeza científica que implicaba cada una de las etapas de la misión. Más de una vez los personajes se preguntan cuál es el precio que están dispuestos a pagar por esto. Este, un motor dramático significativo, no alcanza a establecerse completamente, no sentimos la urgencia por el éxito, el valor cultural, político, tecnológico, económico del riesgo. Entre 1966 y 1972, año del último viaje a la luna, la NASA envió al espacio diecinueve misiones como parte central del proyecto Apollo, doce de ellas tripuladas. La escala desproporcionada de todo esto queda ausente en la película. Y si bien la centralidad de Neil podría argumentar el desplazamiento de todo lo externo, el tropiezo se produce cuando el guión optó por abarcar un lapso tan largo de tiempo. La narración, aunque enfocada en el protagonista, sigue los avatares del Programa, y los saltos temporales hacen perder profundidad en el tratamiento de cada segmento, sea la cotidianidad del astronauta y su familia, o bien la labor espacial que no logra hacer sentir su significancia fundamental.

Damien Chazelle tomó Hollywood por asalto. Sus dos películas anteriores lo propulsaron rápidamente desde el anonimato a la primera línea de influencia de la industria cinematográfica mundial. Con premios Oscar a su haber y fama internacional, Whiplash (2014) y La La Land (2016) abrían una senda que comenzaba a marcar un estilo autoral específico, en sintonía con las grandes audiencias. Más allá de alejarse de la trama musical, lo que en ningún caso podría demandársele como una exigencia, lo cierto es que con El primer hombre en la luna el director abandona casi por completo el camino que había delineado. Esta, que podía pensarse como la oportunidad de maduración para el realizador resulta, si no un paso atrás, al menos un estancamiento. Solo en momentos muy determinados podemos ver, por ejemplo, el trabajo de montaje rítmico, musical, que tanto rendimiento obtuvo en sus anteriores proyectos. A pesar de que La La Land recibió cuantiosas críticas, muchas de ellas en este blog, en lo personal vi ahí una exploración que hacia esfuerzos para cimentar un estilo. Nada le quita el derecho a Chazelle de transitar en otras parcelas fílmicas, si ese es su deseo. No obstante, en este caso, la misión no puede considerarse completamente como un éxito.

 

Nota del comentarista: 6/10

Título original: First Man. Dirección: Damien Chazelle. Guión: Nicole Perlman, Josh Singer (según biografía escrita por James R. Hansen). Fotografía: Linus Sandgren. Música: Justin Hurwitz. Reparto: Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll, Patrick Fugit, Lukas Haas, Pablo Schreiber, Brian d'Arcy James, Ciarán Hinds, Aurelien Gaya, Ethan Embry, Shea Whigham, Christopher Abbott, Cory Michael Smith, Brady Smith. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 141 min.