Cómo enamorar a una chica punk: Cómo hablarle de amor a los millenials

Érase una vez un hombre gay cisgénero que encarnó en un filme que él mismo dirigió, a una mujer que devino en trans no por opción propia, sino que por imposición de quien sería su marido, un militar estadounidense residente en Berlín del Este. Ese hombre llamado John Cameron Mitchell se puso una peluca rubia platinada, se vistió de tacones, se pintó los labios de un rojo intenso, y entonó melodías al más puro estilo glam punk para darle vida a esa mujer llamada Hedwig, con quien se presentó en varios escenarios de clubes nocturnos en los que se exhibían espectáculos drag. Tanto fue su éxito que, al cabo de un par de años, decidió traducir a lenguaje cinematográfico la historia íntima que relataba Hedwig en sus canciones, operación de la que resultó el filme, ya de culto, Hedwig y la pulgada furiosa (2001).

En él nos muestra a una Hedwig en la década de los ochenta que, para casarse con el militar y huir de su país de origen, tuvo que someterse a una cirugía que, sin embargo, tuvo resultados discretos al condenarla a cargar con un pedazo de una pulgada del miembro que pretendía que le extirparan. Con aquel cuerpo híbrido viaja con su marido a Estados Unidos donde comienza una gira que coincide con un viaje de auto-creación. Mientras canta “Wig in a box” en la que, como si fuera una especie de himno queer, nos invita a convertirnos en lo que queramos ser, Hedwig intenta constituir su identidad más allá de la condición de víctima. Dicho proceso es acelerado por la relación que sostiene con Tommy, un rockero más joven que partió siendo su aprendiz y terminó por apropiarse de todo su talento.

A través de él Hedwig experimenta con algo así como un amor platónico, esto es con una mezcla de éxtasis y de frustración que produce ser llamado por algo que excede lo material y por ende es inalcanzable físicamente. Este dualismo expresado en una experiencia fallida de amor termina por traducirse literalmente en su cuerpo, transformando dicho amor-por-otro en amor-a-sí-misma. Con esa desnudez con la que se resuelve el drama identitario de Hedwig, Mitchell pretende mostrar que la reunión de las energías masculinas y femeninas en un solo cuerpo es potencialmente compartida por todos, y que su belleza se encuentra más allá de lo físico en tanto pasa por el filtro del amor.

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Pero un filme como éste, en el que se muestra transgresoramente cierta lectura de lo que es el amor, parece no corresponder con nuestros tiempos en el que las redes sociales se alzan como el espacio de interacción por defecto. Porque cualquier actividad que allí se despliegue y que pretenda conseguir la suficiente visibilidad debe estar revestida de una fuerte indignación censuradora. Y entonces, tal como dice Mitchell, nos empeñamos, incluso entre quienes se reconocen con el término queer, en buscar fallas más que algo en común. Es una nueva generación que, producto de la impotencia que les genera la imposibilidad de vérselas con quien comanda la estructura del poder, vuelca sus energías a la lucha descarnada entre sí. Y entonces en vez de oponerse al poder hacen como si no existiera a tal punto que el destinatario de cualquier reclamo son ellos mismos. En este escenario, el millenial se relaciona con el otro en tanto objeto de consumo cuyo deseo se agota con la inmediatez con la que se compra el último celular de moda. Lo anterior impacta en el modo en el que conciben los vínculos que se sostienen con otros, renunciando absolutamente a usar palabras que se le parezcan a “amor” para describirlos.

Ante dicho estado de la cuestión, habiendo transcurrido 16 años desde el estreno del filme sobre Hedwig, Mitchell responde intentando repetir el ejercicio del que resultó dicha figura transgresora con su nuevo filme Cómo enamorar a una chica punk (2018). Pero en vez de centrar el amor en el proceso de configuración de identidad (o si se prefiere, de amor propio) de un drag, en esta reciente entrega Mitchell se ve obligado a situarse en una hipótesis completamente distinta, teniendo que construir sobre la base de lo que está literalmente fuera de este mundo para que el tratamiento de alguna experiencia amatoria tenga sentido actual. Es así como el ímpetu que muestra un chico británico en el apogeo de su adolescencia por hablarle a las chicas solo podrá ser realizado efectivamente cuando conoce a Zan, integrante de uno de los cinco grupos de extraterrestres que forman una comunidad que, cada tanto a modo de ritual, visita la Tierra. A partir de ahí, ambos chicos se encuentran en la disconformidad que cada cual muestra frente a su entorno; Zan se resiste a cumplir con las múltiples reglas que le impone el líder de su grupo, quien la obliga a limitar el contacto con los humanos;  Enn se expresa a través de la elaboración de un fanzine en el que denuncia cómo estamos destruyendo el mundo, llamando a plegarse al espíritu agitador que se realiza en el punk.

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La disconformidad que se proyecta en pleno proceso de la búsqueda de la propia identidad de Zan y de Enn es expresada por medio de las prácticas características del movimiento punk de fines de los sesenta. Como si de un acto liberador se tratara, las melodías discordantes del punk les permitirán a ambos encontrar el sentido que hasta ese momento se mantenía oculto. Pero el punk sirve solo como catalizador, pues es el amor que nace entre ellos lo que hará posible que tomen las decisiones que darán pie al cierre del filme y que, en el caso de Zan, contribuirán a refrescar las prácticas de su comunidad. Es así como Mitchell sigue la estela que dejó con Hedwig y la pulgada furiosa pero incrementando los colores chillones y el ritmo de videoclip pop, para mostrarnos que en una pareja heterosexual también se puede encontrar cierta sensibilidad disidente, desmarcándose de los parámetros establecidos por el cine LGBTTTIQ a través de los cuales se acentúa la condición de víctima. Está por verse si las lágrimas que inundan los ojos de Enn hacia el final del filme son un índice de esperanza o, en vez, de pura añoranza por lo que pudo ser pero a lo que esta nueva generación ha renunciado.

 

Nota de la comentarista: 5/10

Título original: How to Talk to Girls at Parties. Dirección: John Cameron Mitchell. Guión: Philippa Goslett, John Cameron Mitchell (Historia: Neil Gaiman). Fotografía: Frank G. DeMarco. Música: Nico Muhly, Jamie Stewart. Reparto: Elle Fanning, Alex Sharp, Nicole Kidman, Ruth Wilson, Matt Lucas, Ethan Lawrence. País: Reino Unido. Año: 2017. Duración: 102 min.