Clímax (3): Dios es con nosotros

El extremo es el cine de Gaspar Noé. Los mensajes intermitentes de tono apocalíptico y fatalista que impone en sus obras explosionan incluso un poco más que sus abundantes escenas de abusos. Funcionan perfectamente de manera autónoma por los dos primeros rasgos mencionados. Solo basta recordar el famoso y ya inolvidable LE TEMPS DETRUIT TOUT que da el cierre a Irreversible (2002). Aquí todavía no se habla de puesta en escena ni de paisajes ultrajados en lo explícito, pero sí se refuerzan representaciones formales que insisten en vomitar tragedias retorcidas. Entonces, si se realiza una amalgama de estos elementos con las postales manifiestas junto con el factor de agresividad de las acciones, se podría emitir lo siguiente: ¿qué es el cine de Noé en términos gráficos? Carne, sexo, delirio, sangre, incesto, violencia, droga. El extremo otra vez. Desde que se dio a conocer el estreno de Clímax, en 2018, en menos de un minuto se puede fijar en la mente un collage de estos lugares que, a primera vista, no cuenta con un significado de elaboración intelectual pura y dura. Más bien, el componente sensitivo constituye la raíz de este collage por los episodios -basados en hechos reales acaecidos en el invierno de 1996-, que solventan escenas ancladas a una montaña rusa.

En este Clímax, el cuerpo coreográfico sudoroso que, en una primera instancia, no discrimina por sexo, raza, identidad u orientación sexual, puede recordar a los integrantes de la academia de baile de la serie Fame (1982-1987) -que deriva de la película homónima, de 1980, realizada por Alan Parker-, aunque en esta oportunidad en un escenario claustrofóbico y con una lógica que es posible acercar al modus operandi de un reality como Big Brother, precisamente por verse reforzado el movimiento de la convivencia, tal como ocurre en una casa estudio. Y va no solo dirigido a la claustrofobia del encierro, sino que a la que hace alusión a lo corporal, a las imposibilidades de moderarse y de sentir empatía por el otro. Un recurso que Noé ya comienza a tensionar en su acercamiento a cada uno de los participantes, quienes se presentan frente a la cámara desentrañando lo que son y hasta dónde desean llegar en y después de esta aventura. Aquí el collage: el del abanico de perfiles y biografías envueltos entre la interculturalidad y la juventud. Un casting definido por ser libertario y arrebatado, transmitido en un televisor rodeado de referencias oscuras (libros y películas entre los que figuran Possession (1981), de Andrzej Żuławski, Querelle (1982), última obra de Rainer Werner Fassbinder, y obras de Pasolini y Argento). Todo como una maquinaria introductoria del abismo que está por venir.

El recurso de la extensión de planos secuencia y el énfasis en las cenitales logran contener imponentes coreografías, en los que se siente de manera fuerte el pulso liderado por Selva (Sofia Boutella) y David (Romain Guillermic), y pueden parecer el exceso que Noé inserta para esta arquitectura, justificando el intento de patentar un trance sensitivo, placentero y demoníaco, depositándolos entre una sangría, el clima rave y la clave laberíntica, intensificada mediante el juego de luces en los espacios físicos. Un sitio en el que si se realiza el ejercicio de aunar universos yonquis de una vertiente más popular alcanza a apartarse de la muestra débil y (sobre)exagerada de Requiem for a Dream (2000), de Darren Aronofsky, y de Trainspotting (1996), obra de Danny Boyle, que con su diseño a veces tenebroso y cómico, en poco más de una hora y media presenta riesgos modelados con destreza y de culto. Sin duda, uno de los puntos más altos de su filmografía.

Tras el sitio de la comunión de los cuerpos, que de a poco va expulsando declaraciones racistas, el plano fijo se instala para asimilar el (re)conocimiento de las perspectivas e incluso de la moral, mediante la captura de conversaciones en las que, en su mayoría, prevalece el sexo como ítem central armando una idealización de los deseos masculinos perversos hacia el cuerpo femenino, algo similar a lo que ocurre con la triada compuesta por Monica Bellucci, Vincent Cassel y Albert Dupontel en la escena del vagón de metro en Irreversible. Igualmente, y de forma lamentable, el sitio femenino no podrá ser amparado cuando la misoginia se involucre y se dispare entre los mismos cuerpos femeninos. Es como si Noé no quisiera cesar en alzar edificaciones de varios manifiestos en paralelo. Pese a esta violencia verbal específica, los intercambios de apetito sexual sobre las mujeres en su calidad de objeto se convierten en un punto franco dentro del metraje.

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Realizando un ejercicio referencial, y como bien expuso el director en algunas entrevistas, Paris is Burning (1990), de Jennie Livingston, fue capaz de entregarle una buena parte de su naturaleza para ensamblar el alma de Clímax, que muy bien se ve plasmada en la seductora secuencia inicial impulsada por la energética y pegadiza "Supernature", de Cerrone. Un punto alto. No se podría decir lo contrario cuando el soundtrack, proyectado tras los cuarenta minutos iniciales en una prominente carta de presentación, se atreve a brillar con luz propia con la selección que contempla desde Gary Numan, Daft Punk, Aphex Twin, Soft Cell hasta Giorgio Moroder. Y eso son algunos nombres más pop. Realmente el OST es un terreno mayor en este trance de exageraciones. ¿Y qué más se acoge de la joya documental de Livingston, título de proporciones no solo en el interior de la cultura kuir y drag? El uso y abuso sobre los espacios, el desparpajo, los destellos -que incluye la paleta de colores-, y por sobre todo la fuerza de la performance.

Gaspar Noé cae siempre, porque gusta de eso, además de no preocuparse por realizar películas condescendientes, en la demostración de imponer dimensiones sobreexplotadas y abusivas que considera estimulantes. Tal como en Estados Unidos lo hizo Larry Clark en su trilogía compuesta por Kids (1995), Another Day in Paradise (1998) y Bully (2001), ésta última la más brutal, basada también en un caso real. La diferencia ahora radica en que todo este abuso se impone modelando a un elenco que, mayoritariamente, tiene procedencia desde el street dance, siendo varios de sus integrantes grandes exponentes de este estilo. Regresando a su filmografía, si Irreversible, Enter The Void (2009) -otra película que muestra la droga corriendo como agua entre los dedos- y Love (2015), no logran renunciar a su condición de obras de fuerte impacto, siendo las más reconocidas por la masa, no se puede negar que Seul Contre Tous (1998) es la que seguirá mereciendo un buen lugar, puesto que es de las que mejor se sostiene.

Entonces, si nos concentramos en la cronología fílmica de Noé, ¿se podría determinar una supuesta poética, que incluso quiere articularse más allá de la cadena sexo-violencia-drogas por la insistencia de la corporalidad rompiendo todos los límites? El cuerpo arrasa con cualquier límite hasta llegar a un punto épico, ajustándolo con definición en una realidad física quebrantada. Finalmente, en términos comparativos, y localizándonos en un mismo circuito francés, ¿Noé está agotando como Xavier Dolan? (otro que se ha ganado un gran séquito de detractores, teniendo en cuenta que ha logrado cierto crecimiento en su calidad de director). ¿O Dolan aprendió a desgastar como Noé? Para continuar discutiendo. Así y todo, Clímax es “una película orgullosa de ser francesa”, escrita entre LSD, coreografías, delirios que atrapan, túneles y neones. El trance final.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Climax. Dirección: Gaspar Noé. Guión: Gaspar Noé. Fotografía: Benoît Debie. Montaje: Denis Bedlow, Gaspar Noé. Reparto: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Claude-Emmanuelle Gajan-Maull, Giselle Palmer, Taylor Kastle, Thea Carla Schott, Sharleen Temple. País: Bélgica-Francia. Año: 2018. Duración: 96 minutos.